Por Jairo Henri Pertuz
Periodista y analista Internacional
La verdad es que el presidente José Raúl Mulino, tiene una dura y difícil tarea por ejecutar, pero, a la vez, tiene la oportunidad esencial de rescatar Panamá de una de sus peores crisis.
Le han entregado un país hecho pedazos, con grandes y pequeños problemas que, al juntarlos, son tan graves los «pequeños» como los grandes, y él lo sabía. Lo peor, es que todos esos problemas golpean horrorosamente a un pueblo de naturaleza alegre y noble, al que, gobierno tras gobierno, han olvidado y engañado, y del cual se han aprovechado pequeñas élites asociadas en un contubernio vergonzoso, inmoral y ruin, liderados por partidos políticos carentes de ética y doctrina. Esos grupos se han venido aprovechando de toda oportunidad para enriquecerse y afianzar su dominio.
Cada vez —y actualmente no es la excepción—, cierran filas, como en la Asamblea Nacional de Diputados y se unen para continuar logrando sus aviesos fines. Pero, las mayorías no tienen en quien confiar, salvo en la reserva de sus juventudes y algunos viejos incorruptibles, pues las pequeñas élites sociopolíticas han demostrado incapacidad, ineficiencia y ser proclives a la corrupción en el manejo del Estado, al cual han sumergido en la crisis que hoy golpea a la mayoría de la población de este pequeño, rico y bello país.
Sólo Dios en su grandeza está reverdeciendo en la mayor parte de sus juventudes qué aún cuentan con experimentados, sufridos, perseguidos y discriminados actores de su clase pobre.
Rescatar a Panamá de las garras de sus opresores internos y externos, representa un reto para las mayorías cada vez más empobrecidas y engañada. La llamada «clase media» está desapareciendo y la desesperanza cunde entre la mayoría de una población obligada a doblegarse a un clientelismo inmoral qué busca romper toda barrera de decencia, rectitud y principios.
Panamá cuenta con los recursos y potencialidades para ser del primer mundo, pero los saqueadores y las mafias nacionales y transaccionales hincan sus garras en los poderes del Estado y las riquezas del país y es duro que suelten su presa. La corrupción se ha enquistado profundamente en la sociedad y en los poderes del Estado.
Este país se encuentra envuelto en un desorden alarmante, en el que no se respetan reglas, derechos ni leyes, ante una falta de moral, ética y respeto. Tampoco hay autoridades que las hagan cumplir, hasta en los casos más elementales, como sucede en el tráfico motovehicular.