Educación herida de muerte. Editorial del lunes 11de marzo

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El sistema educativo panameño está herido de muerte. Ya nadie pone en duda esa afirmación, al ver los resultados de un aparato que colapsó y condena a la reprobación a las nuevas generaciones. Todo deben preguntarse: ¿por qué países con menos recursos en ingresos per cápita anual obtienen mejores resultados académicos que el cuestionado modelo de Educación vigente en Panamá?

La respuesta a esa pregunta suele tener diversas interpretaciones, pero es obvio que el país está agotado y paga las consecuencias del rechazo a la reforma educativa de 1970, que apostaba por el desarrollo. Además, la mayoría carga el lastre de la ausencia de políticas de enseñanza transformadora, la falta de estrategias para la renovación curricular, y los conflictos con gremios docentes.

A través de la designación de un arquitecto al frente de la jefatura ministerial, el gobierno intentó resolver en cinco años problemas burocráticos, pero no la crisis que ha destruido las bases en la formación de jóvenes. Varios gobiernos fracasaron al hilo en el diseño de planes para enfrentar la crisis educativa que será transferida a la siguiente y flamante administración presidencial panameña.

En medio de la crisis, el sector privado exige competencias para proveer la mano de obra en los negocios, pero es lamentable que no comparta una misma estrategia pedagógica para sacar al país del atolladero y la dependencia. Esa visión sesgada se refleja en la corrupción que abarca a desprestigiados contratos y licitaciones de obras en la reparación y restauración de colegios en mal estado físico.

No hay que ser un genio para darse cuenta de que el país va por mal camino, al no haber articulado los niveles de enseñanza primaria, media y universitaria, bajo un enfoque de desarrollo humano. Con una juventud distraída, ajena a la defensa de los intereses nacionales de equidad o la búsqueda de recursos para atacar la pobreza, poco puede hacer para cambiar esa realidad adversa.

Las deficiencias escolares son incongruentes con el considerable gasto en Educación, que es insuficiente para resolver la deserción de estudiantes atrapados en un sistema desprovisto de respuestas motivadoras en la formación, y menos alicientes para retenerlos en el aula en procura del dominio de conocimientos. En resumen, la lista de rezagos es inmensa y revela la precariedad del Estado.

En una sociedad entregada al individualismo, donde se premia al que roba, es poco probable que surja un Premio Nobel. Tal vez, la proximidad de la sede del Ministerio de Educación a un antiguo cementerio anuncie el funeral de un sistema en el que han pasado factura asesores cuyas recomendaciones técnicas no prosperaron, mientras los jóvenes fracasados ingresan a escuelas del delito.

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