Por Juan Manuel Repetto
Investigación científica / La Diaria
La herramienta, desarrollada por el INIA y la Udelar, permite obtener un conjunto de indicadores con base en información satelital para conocer el impacto de las actividades productivas sobre el ambiente y poner en práctica estrategias para lograr sistemas más sostenibles.
Un equipo de investigadores del Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA), de la Universidad de la República (Udelar) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina, desarrolló un conjunto de indicadores para medir, en campos de todo el país, el impacto de la actividad agropecuaria sobre el ambiente. Con este trabajo se busca obtener información clave para la toma decisiones, a nivel predial y nacional, que mejoren la sostenibilidad.
Enfrentamos el desafío de construir sistemas agropecuarios más sostenibles en todas sus dimensiones, desde los puntos de vista ambiental, productivo, económico y social”, dice José Paruelo, investigador principal referente del INIA, profesor de la Udelar y de la UBA, y destacó el rol que ocupa la ciencia en este proceso. “La responsabilidad del sistema de ciencia y técnica vinculado al sector productivo es, por un lado, generar conocimientos para entender cómo funcionan estos sistemas y, por el otro, desarrollar tecnologías que permitan lograr transiciones hacia sistemas más sostenibles, que emitan menos carbono, preserven la biodiversidad y cuiden la salud del suelo”, afirmó.
La iniciativa ya fue adoptada por el gobierno, que en 2022 anunció la primera huella ambiental de la ganadería nacional, generada a partir de 15 indicadores de desempeño ambiental. Con esto se apunta a preparar al país para responder a las demandas de los mercados internacionales más exigentes y, al mismo tiempo, contar con bases objetivas para definir políticas públicas. Recientemente, el equipo de investigación amplió el uso de la herramienta incorporando ahora la agricultura, la actividad que representa los mayores desafíos que hay por delante.
Agricultura versus ganadería
Un estudio, publicado recientemente en la revista Ecological Indicators, permitió comparar el desempeño ambiental de la agricultura, la ganadería y sistemas mixtos (agrícola-ganaderos) de Uruguay mediante la utilización de siete indicadores sinópticos de sostenibilidad, que están basados en datos provistos por satélites y en el uso de modelos biofísicos. El trabajo abarcó predios de más de cinco hectáreas en 99.990 padrones rurales de todo el país.
Según esta publicación, la ganadería sobre pastizales naturales arroja el mejor desempeño ambiental en todas las dimensiones analizadas, seguida por los sistemas mixtos y, por último, por los agrícolas.
Respecto de la producción ganadera, la agricultura presenta una menor proporción de hábitats naturales y una mayor apropiación humana de la productividad. Este indicador se refiere al porcentaje que se llevan los humanos de la productividad total de un sistema y a la energía que queda disponible para la red trófica (es decir, para el resto de organismos de ese ecosistema a partir de la vegetación restante que aportará energía a insectos, aves y demás) y permite estimar “la intensidad del uso del suelo”, como indica el trabajo. Por ejemplo, al cosechar la soja o el maíz el productor se apropia de los granos que sembró, pero en el suelo quedan raíces que luego se descomponen y cumplen funciones ecológicas fundamentales, como la fijación del carbono, que ayuda a disminuir las emisiones netas de gases con efecto invernadero.
Los sistemas agrícolas más intensivos también mostraron una menor conservación del suelo y una mayor tendencia a sufrir erosión, y arrojaron una menor oferta de servicios ecosistémicos, que son los beneficios que aporta la naturaleza para dar sostenibilidad al ecosistema.
“Pese a estos resultados, se advierte que la agricultura tiene una oportunidad de mejorar su desempeño ambiental, debido a que todos sus indicadores mostraron una gran variabilidad”, comenta Paruelo. Es decir que los establecimientos con mejores performances en ciertas dimensiones podrían servir de referencia para implementar mejoras en otros predios, incorporando cultivos de servicio, rotaciones y otras prácticas sostenibles.
En este sentido, se destaca que, por ejemplo, una mayor diversidad de tipos funcionales de ecosistemas aumenta la biodiversidad y la oferta de servicios ecosistémicos, con implicancias en la ganancia de carbono, en el mejor aprovechamiento del agua y en la oferta de hábitats para distintas especies. Los “tipos funcionales de ecosistemas” permiten diferenciar los cultivos en función del manejo. Por ejemplo, si un cultivo de soja estuvo antecedido por un barbecho químico o por un cultivo de servicio, el funcionamiento de ese agroecosistema es distinto, porque va a absorber agua y evapotranspirar, emitir o capturar carbono de un modo diferente. Lo mismo si se siembra un maíz de ciclo corto o largo, de manera temprana o tardía, esa distribución en el tiempo aumenta la diversidad de los tipos funcionales.
La información de los indicadores de desempeño ambiental es valiosa a nivel predial, para determinar las mejores prácticas de manejo, pero también a escala regional, porque los problemas a nivel lote también impactan sobre un paisaje más amplio. “Si un establecimiento tiene problemas con el agua o con los efluentes, ese impacto va a redundar en los campos vecinos y posiblemente en toda la cuenca, aportando sedimentos o contaminación con nutrientes a un reservorio de agua y afectando el consumo de agua potable”, ejemplifica Paruelo.
Huella ambiental
La ganadería bovina uruguaya se destaca por producirse en una gran proporción sobre hábitats naturales, principalmente pastizales, que se extienden sobre el 51% del área terrestre del país. En total, más de nueve millones de hectáreas se encuentran bajo este sistema agroecológico.
“Los hábitats naturales son reservorios de biodiversidad. Es el lugar donde se cumplen funciones ecológicas fundamentales que están limitadas en los sistemas productivos, como un cultivo de soja, una pastura implantada o un monte frutal. Por ejemplo, ciertos animales requieren un bosque, pastizales o humedales para tener refugio, alimentarse y reproducirse”, dice Pablo Baldassini, investigador del INIA que también participó en el trabajo. “La vegetación natural es fuente de servicios específicos para los cultivos y puede mejorar la performance agrícola, porque estos ambientes sirven de refugio para especies benéficas, como polinizadores u otros insectos que controlan plagas, que también colaboran a aumentar el rendimiento de los granos”, agrega.
Para capitalizar esta ventaja que ofrecen los pastizales y determinar políticas públicas que contribuyan a promover esta actividad y a ganar mercados en el mundo, los ministerios de Ambiente y de Ganadería, Agricultura y Pesca instaron a identificar un conjunto de indicadores que permitan medir la huella ambiental de la ganadería en biodiversidad, aire, suelo y agua. La iniciativa contó con la participación del INIA, del Instituto Nacional de la Leche y del Instituto Nacional de la Carne (INAC), y empleó cinco de los siete indicadores sinópticos utilizados en la investigación recientemente publicada.
Uno de los objetivos de tal empresa es avanzar hacia certificaciones, tipificaciones, incentivos y regulaciones, sobre la base de un sistema generalizable y sencillo en su implementación. “En nuestro estudio utilizamos un diagrama de ‘flores’, donde cada ‘pétalo’ representa un indicador y, en función de su extensión, el nivel de desempeño ambiental. A futuro, apuntamos a que con este tipo de diagramas se pueda hacer un registro similar al etiquetado frontal de alimentos, que agregue valor a los productos por provenir de sistemas sostenibles”, sostiene Gonzalo Camba, docente e investigador de la Facultad de Agronomía de la UBA.
Hacia adelante, el monitoreo de estos indicadores también permitiría conocer su evolución en el tiempo, para observar modificaciones en la cobertura del suelo y en la pérdida de hábitats naturales, y para analizar cambios en el desempeño ambiental de distintos sistemas productivos sujetos a diferentes manejos.
“Estamos pensando en ampliar estas herramientas a las producciones hortícolas y forestales, y en desarrollar nuevos indicadores asociados, por ejemplo, a la eficiencia en el uso del nitrógeno o del fósforo, que pueden redundar en un mejor manejo de los fertilizantes para evitar problemas de contaminación de los cuerpos de agua”, dice Paruelo. No obstante, aclara que “si bien es posible utilizar este tipo de herramienta para evaluar esas y otras producciones, será necesario seguir estudiando, adaptando y desarrollando otros indicadores, porque las distintas actividades y sus impactos sobre el desempeño ambiental son muy diferentes”.