Por Dra. Edilcia Agudo A. y Dr. Filiberto Morales R.
1- EL VERDADERO PROTAGONISTA
Hacia fines del siglo XIX la represión y la miseria eran los saldos más resaltantes de la revolución conservadora puesta en marcha en Colombia, particularmente sobre Panamá, de la mano de Rafael NÚÑEZ, apoyado por el conservatismo y por el liberalismo llamado “INDEPENDIENTE”.
La represión y la miseria configuraron dos aspectos de una realidad objetiva que determinaron el contenido esencial de la Guerra de los Mil Días. La reconquista de las libertados y derechos conculcados se constituyó, inicialmente, en el objetivo principal de la revolución democrático-liberal, inseparable de las reivindicaciones económicas y sociales que se revelaron con fuerza, más tarde, a lo largo del desarrollo del conflicto. Como lo expresara Carlos MARTÍNEZ SILVA en 1901, la miseria estaba en la base de la crisis política del país; al respecto decía: “El supremo peligro para nuestra independencia es nuestra propia miseria, que engendra las guerras con todo su cortejo de barbarie”.
En el Istmo, a las reivindicaciones económicas, sociales y políticas de las capas proletarias y semiproletarias del Arrabal, de la pequeña y mediana burguesía urbana, de la intelectualidad democrática liberal y del campesino pobre, se sumaron las reivindicaciones centenarias de la población indígena hambrienta de reparaciones, asumiendo la revolución misma un carácter marcadamente popular y social. “Cómo —se pregunta el Dr. Belisario PORRAS— no debían tener esos indios hambre de reparaciones? Son una raza de proscritos en la Cordillera, a donde los arrincona cada vez más la codicia de la torpe autoridad de nuestra tierra”.
Consecuente dirigente de su pueblo, conocedor de las ideas liberales y de los planes de la revolución a través de Belisario Porras, quien sostuvo activa comunicación con su padre Rosa LORENZO, primero, y con él mismo, después, VICTORIANO LORENZO entró conscientemente a la lucha en procura de reivindicaciones económicas y sociales concretas, acentuando el sentido popular y social de la revolución en el Istmo. Así lo destaca Rubén D. Carles: “Victoriano Lorenzo […]pactó […] con PORRAS a cambio de ciertos ofrecimientos, tales como redimirlos del inicuo pago de diezmos y otras cargas que pesaban sobre ellos como resabios de los encomenderos de los tiempos coloniales”.
El sentido democrático y popular de la Guerra de los Mil Días en el Istmo, visto desde el mirador de sus objetivos, explica también la composición social de los ejércitos revolucionarios y, dentro de éstos, la preponderancia y la presencia protagónica de los sectores populares, particularmente del Arrabal, el campesinado azuerense, los negros y mestizos de Coclé, Chiriquí y Veraguas y la población indígena guaymí. Al referirse a la Batalla de Aguadulce, que derrotó al ejército Conservador, un conservador, Salomón PONCE AGUILERA, señala: “(…) los vencedores de Palo Negro fueron tristemente vencidos por caucanos y por muchachos de Panamá que no habían cogido nunca un arma de pelea”.
La predominante composición popular que nutre los ejércitos liberales en la Guerra de los Mil Días no fue, sin embargo, una característica exclusiva de la revolución en el Istmo. Fue un rasgo profundo, más general, que permeó la revolución en toda Colombia. Gerardo Molina afirma:
“La revolución de 1899 no tuvo sino un protagonista: el campesino. Los caudillos que intervinieron en ella, los funcionarios y los generales se desvanecieron en aquél concierto de disparos y rodar de cureñas. El hombre del suelo –bárbaro e iletrado- dominó con su sangre el escenario histórico, e impuso su áspera personalidad por encima de los acordes. de la sinfonía poliforme. Fue el héroe anónimo y también la víctima”.
2- CARACTER NACIONALISTA Y PATRIÓTICO
Las manifestaciones populares de mayo de 1898, prefacio mismo de la revolución en el Istmo, estuvieron marcadas con el sello indeleble del nacionalismo y del patriotismo. Rodrigo MIRO así lo señala:
“(…) Algunos periódicos del centro hablaron entonces de supuestas actividades anexionistas en Panamá y hasta se propuso la venta del Istmo como medio de solventar, ventajosamente para Colombia una situación de antiguo molesta, la reacción panameña no tardó. Y en la prensa y en actos públicos el sentimiento nacional herido se pronunció virilmente, y la idea separatista tuvo otra vez prosélitos. El Dr. Francisco ARDILA dio a la prensa escritos que contestaron con dignidad a la infame propuesta de vendernos, y en una manifestación que el pueblo de Panamá le ofreció en testimonio de simpatía y respaldo la noche del 2 de mayo de 1898, el joven poeta León A. SOTO, vocero de los manifestantes, planteó claramente el problema de la independencia:
Podemos entrar, resueltamente —dijo— en una lucha que llamaremos de emancipación , sin temor de que en el porvenir se nos califique con el bochornoso título a que se han hecho acreedores nuestros hermanos del Centro. La lucha que emprendemos en defensa de la honra de nuestro territorio será sólo aceptación de un reto desventajoso hecho en varias ocasiones con sobra de deslealtad y falta de franqueza. Esa lucha está pues justificada”. (…) la Revolución de los Mil Días —concluye R. MIRÓ— se coloró en Panamá de un matiz nacionalista que no puede soslayarse…
El carácter nacionalista, patriótico, que asumió la Guerra de los Mil Días en Panamá, se alimentaba en la lucha contra el entreguismo de la burguesía liberal-conservadora, y en el enfrentamiento popular al intervencionismo yanqui en el Istmo. “Como reacción frente al imperialismo yanqui y al entreguismo y claudicaciones neogranadinas –afirman MORALES y OCHOA- se desarrolló en Panamá una conciencia nacional istmeña inseparable de los gérmenes de independencia política y económica”.
Si el régimen de la regeneración se consolidó en el Istmo, apoyándose en las intervenciones armadas de los marines norteamericanos que debelaron sangrientamente la revolución de 1885, cuyos jefes principales fueron PRESTÁN y AIZPURU; y si a lo largo de tres lustros aquél
régimen negoció y renegoció reiterativamente concesiones y privilegios al gobierno norteamericano, que de tal modo lo sostenía económica y militarmente; la guerra popular dirigida a derrocar aquél régimen debió necesariamente asumir un carácter nacionalista y patriótico frente al imperialismo norteamericano de manera precisa.
No es casual, entonces, que las intervenciones norteamericanas en Panamá a lo largo de la guerra favorecieran, en última instancia, al régimen de la regeneración; como tampoco fue casual que al desenlace de la guerra la oligarquía y el imperialismo se amalgamaran para silenciar al General VICTORIANO LORENZO, quien junto a sus “cholos escopeteros” concitaba la simpatía nacional e internacional y cuya real capacidad de convocar a la lucha popular constituía la principal amenaza a la conspiración imperialista para apropiarse del Istmo, cuyos cursos de acción ya se definían en Washington, Bogotá y Panamá.