Por Fernando Bossi
Historiador argentino
Cuando algunos anunciaban el fin de los procesos revolucionarios y progresistas en América Latina Caribeña, nosotros, desde esta tribuna, sosteníamos categóricamente que este ciclo no había concluido. Sí entendíamos y entendemos que la actual etapa es de resistencia ante una nueva y fuerte ofensiva imperialista, pero de ninguna manera se puede caracterizar el momento como de retroceso o agotamiento del protagonismo popular.
El triunfo de Maduro en las elecciones presidenciales del 20 de mayo pasado en Venezuela es un indicador de esto, como también el pase a segunda vuelta del candidato progresista en Colombia, Gustavo Petro. Si a esto le sumamos la posible victoria del candidato de MORENA, Andrés Manuel López Obrador, en las próximas elecciones presidenciales que se llevarán a cabo en México, podemos afirmar que la ola progresista y revolucionaria desatada desde hace ya casi 20 años en Nuestra América sigue en curso.
Cierto también es que la presión que ejerce la contrarrevolución es inmensa y se acrecienta, siendo Nicaragua hoy el foco central de esta agresión. Con los mismos métodos con que se acosó a Venezuela durante varios meses del año pasado, las fuerzas reaccionarias intentan derrocar al sandinismo, apelando a la violencia callejera. Nuevamente de la mano de Almagro y la OEA, el imperialismo yanqui pretende desestabilizar al genuino gobierno de Nicaragua sea como sea.
Todos sabemos, por otra parte, que atrás de cualquier argumento esgrimido por la derecha, el tema de Nicaragua pasa por una razón geopolítica internacional de primer orden: la construcción del Canal Interoceánico con capitales chinos. El recurso natural fundamental de Nicaragua siempre ha sido su ubicación y características geográficas, ya que éstas la colocan como un eslabón estratégico para las rutas comerciales del hemisferio norte, entre este y oeste, entre Atlántico y Pacífico. Un canal interoceánico en manos de chinos y nicaragüenses representa una verdadera amenaza para los intereses estadounidenses, más aún en esta etapa de declive del imperialismo yanqui.
Ante esta embestida, los revolucionarios de la Patria Grande debemos brindar toda nuestra solidaridad militante al pueblo nicaragüense y su gobierno, conscientes que en la tierra de Sandino se libra hoy una batalla decisiva entre las fuerzas latinoamericanistas y la desesperada embestida norteamericana.
En este sentido, vemos también con preocupación que algunos sectores del progresismo latinoamericano, a través de su prensa o medios de difusión, se están prestando a la desinformación, abriendo espacios a voceros de la “izquierda” desestabilizadora nicaragüense, que infiltrados en foros y espacios de las verdaderas fuerzas revolucionarias hacen prédica mintiendo y distorsionando los hechos, que no son otros que aquellos que vivimos en Venezuela durante el período de las “guarimbas”.
Los latinoamericanistas no podemos hacerles el juego a los traidores del Movimiento de Renovación Sandinista, aliados hoy a los yanquis de Donald Trump.
¿Quién gana y quién pierde si cae el gobierno de Daniel Ortega? La respuesta es clara: gana el imperialismo yanqui, pierden las fuerzas progresistas de nuestra región; se fortalece la OEA de Almagro y pierde el ALBA.
Por eso, que nadie se equivoque con respecto a Nicaragua, ya que el golpe no sólo va dirigido hacia el comandante Ortega y su gobierno, sino que va dirigido hacia el pueblo nicaragüense, hacia la Revolución Sandinista, hacia todos los gobiernos progresistas y revolucionarios de la región, hacia Cuba, Venezuela, Bolivia y también hacia todos los pueblos que luchan por su soberanía y bienestar.
El proceso independentista y unionista latinoamericano caribeño sigue en plena marcha, con avances y retrocesos, pero como en cualquier gran batalla, la definición aún está por verse, y dependerá de nosotros el resultado final.