José Martí, “el hombre ardilla”
“…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber ˗˗puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo˗˗ de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”, Martí.
José Martí, el apóstol de la independencia de Cuba, era “inquieto, como un hombre ardilla”, vivía con intensidad, subía las escalinatas de prisa, saltando de dos en dos los escalones, para llegar a su destino y propagar sus ideas y visión latinoamericanista.
Así describe Pedro Pablo Rodríguez a una de las figuras más influyentes en el pensamiento independentista de América: el pensador, escritor, periodista, filósofo y poeta cubano, quien murió 19 de mayo de 1895, a los 42 años de edad en Dos Ríos, Cuba, tras permanecer junto a la tropa dirigida por Máximo Gómez.
Rodríguez, investigador titular del Centro de Estudios Martianos, director general de la edición crítica de las Obras completas de José Martí y catedrático en la Universidad de La Habana, conversó con Bayano sobre el patriota insigne, cuyo temperamento hiperkinético difiere de la errónea visión difundida de un pensador reposado, al que supuestamente llegaba la inspiración sentado en un sofá.
Sus amigos lo veían corriendo, sin parar, por la calles de Nueva York, como si el tiempo no iba a alcanzar para terminar su obra. Ello se refleja en manuscritos, en los que las palabras parecen estar unas unidas, comentó el investigador. Esa intensidad cotidiana y desborde de energía le valió a Martí el apodo de “hombre ardilla”, entre sus admiradores cercanos y críticos.
Sin embargo, Martí enfrentó una serie de conflictos familiares y sacrificios, que le provocaron tensión y alejamiento de su esposa e hijo. Sus cartas reflejaron un déficit afectivo y frustración, cuando señalaba a sus colaboradores: “a veces me siento como muerto. Sólo me hace vivir y pensar en Cuba, y en la libertad de Cuba”.
El apóstol de la independencia cubana sufrió lo que ocurre a muchos periodistas en la actualidad: el dilema de escribir lo que ordena el propietario del periódico, o dimitir, defendiendo sus ideas y la autoestima. De hecho, renunció dos veces en medios impresos que le exigían redactar notas de religión, en vez de abordar temas políticos.
Rodríguez indicó que Martí dejó un legado de lecciones para el mundo futuro, de cómo defender siempre una ética de servicio y el valor de la solidaridad. Esa visión consistía en hacer que las personas sean capaces de hallar su propio camino, sin aplastar a los demás, y que la humanidad viva en forma digna y con equidad.
Martí abogó por formas de trabajo conjunto, entre países, pero no compartió la idea de recurrir a mecanismos que provocasen o irritasen a los Estados poderosos, que a su vez podrían desencadenar acciones para ahogar los proyectos e iniciativas libertarias, antes de que pidiesen ser consolidadas en sólidas plataformas comunes.
Rodríguez destacó que un discurso pronunciado en 1893, sobre Simón Bolívar, Martí formuló una única crítica al Libertador, al que admiraba, en el sentido de que se había “apresurado demasiado” en crear a Colombia, y que en su lugar debió buscar una fórmula con menos conflictos y traumas en ese momento histórico.
Subrayó que una de las características prevalecientes en el apóstol, es su inquietud por buscar una armonía entre hombre, sociedad y naturaleza, algo que hoy esta de moda a través de las causas ambientalistas y ecologistas, y las contradicciones con los modelos económicos que causan depredación y pobreza en el mundo.
“Martí planteaba la necesidad de que cada persona fuese absolutamente original, tuviese su propio espíritu y voluntad, sin que ello significase evitar las formas de socialización”, acotó.
Las más de 300 crónicas que escribió sobre Estado Unidos, abarcaron desde cómo se hacía un muñeco de nieve, las principales tendencias, hasta cómo eran recibidos en ese país los inmigrantes, y el valor de eximias figuras literarias de prestigio universal, como Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.
“Martí nunca llamó a encerrarnos como una ostra, sino todo lo contrario, estar viendo al mundo”, recordó Rodríguez al describir al laureado intelectual. Añadió que el visionario cubano solía repetir: “a problemas nuestros, soluciones nuestras; a asuntos propios, soluciones propias”, para evitar caer en la tentación de copar recetas ajenas a las realidades concretas en cada país que lucha.
Por favor, la definición de Martí de «hombre ardilla» no es de Pedro Pablo Rodríguez, sino de su amigo-enemigo Enrique Collazo