¿El aroma del billete?

 En nuestra legislación vigente encontramos inmoralidades cívicas, ausencias de lógica y de sentido común, transparentes trampas...

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Rubén Blades

Por Rubén Blades
Abogado, cantautor panameño
19 de agosto 2019

No puedo decir que fui sorprendido por el reciente fallo en el juicio del ex, por acusaciones de espionaje electrónico en perjuicio de quién sabe cuántas personas.

Lo que sí me sorprendió fue el hecho de que se le acusara y enjuiciara porque en nuestro país no estamos acostumbrados a ver en el banquillo de los acusados a gente de plata, del mundo político, o con influencias sociales.

Debo admitir que nunca esperé, ni un fallo justo, ni un final feliz para el país, para la decencia. Nuestras dudas, sobrevivientes de otra mayúscula decepción judicial, dejan más desasosiego en quienes entendemos que sin un sistema judicial confiable, una democracia está condenada al peor de los destinos.

Hasta ahora, parece que en Panamá no existe aún la posibilidad de un fallo que no esté viciado, de alguna manera. Que disculpen mi pesimismo los que diariamente transitan por la horrible lama procesal criolla.

Dentro de todo el complejo y burdo escenario en el que se desarrolló la magistral obra, ya se habían planteado acciones que nos recuerdan escenas sacadas de una película de gánsteres. La dilatación del proceso, excusas y enfermedades inventadas, declaraciones absurdas, actos de circo, rabietas, lloraderas y alharacas. Cabe notar que todo eso ocurrió en Panamá, no en la Florida, hecho que nos hizo recordar lo diferente que se portaba la gente cochina cuando entraba a la Zona del Canal, cuando aún existía ese enclave colonial.

Un examen objetivo de la elaborada filigrana que conforma la corrupción institucional imperante, sugiere que preceptos legales, conocidos y aplicados internacionalmente para castigar y/o evitar la impunidad para quien traiciona su responsabilidad como servidor público, habrían sido identificados y desechados localmente. Al impedir su incorporación a nuestras leyes, normas y reglamentos se garantiza, consistentemente, el triunfo de la trampa en Panamá.

No es descabellado opinar entonces que el problema de nuestro sistema judicial fue ideado a propósito, e impuesto a través de los poderes e intereses antinacionales representados en centros de influencia como la Asamblea Nacional.

Ejemplo: ¿por qué no se encuentra prohibida la prescripción del delito contra el interés nacional, incluyendo el hurto por servidores públicos?  No solo hay omisiones que lucen premeditadas. Muchas leyes han sido creadas y dotadas de la vaguedad necesaria para confundir argumentos, o redactadas con un lenguaje que permite todo tipo de interpretaciones legales y/o leguleyas que ayudan a evadir responsabilidades penales y/o civiles, en los raros casos en que tales anti panameños son llevados a un juicio público.

En nuestra legislación vigente encontramos inmoralidades cívicas, ausencias de lógica y de sentido común, transparentes trampas, contradicciones por normas que desde distintos códigos se anulan mutuamente, y conductas claramente indeseables que son permitidas porque la ley, de manera expresa y clara, no las prohíbe.

 

Lo que ha hecho el caso del ex es simplemente exhibir, una vez más, el deterioro de todo el sistema de justicia nacional. Fallas iniciales en el manejo de algunas instancias del proceso, algo que incluso no sabemos si fueron intencionales o no, produjeron una atmósfera legalmente enredada que luego ni la declaración de testigos que participaron en los hechos delictivos alegados, ni el impresionante cúmulo de pruebas circunstanciales pudieron disipar.  Ni siquiera sirvió que el propio acusado admitiera públicamente poseer «dossiers» de todos en Panamá. Tampoco el que una diplomática de Estados Unidos revelará su osada petición de ayuda para espiar a sus enemigos políticos, solicitud expuesta a través de la plataforma “WikiLeaks». Ni siquiera influyó en el fallo el hecho de que un gobierno extranjero hubiera estudiado objetivamente las evidencias presentadas para solicitar la extradición del ex, encontrándolas suficientemente fundamentadas como para conceder tal solicitud. Con los mismos argumentos, allá sí, pero acá, no.

Al final, privó el realismo trágico. ¿Dónde está la máquina o máquinas para espiar? Nadie lo sabe. No lo sabe el ex, no lo saben quiénes admitieron usarla, no lo sabe el Estado que las compró, no lo sabemos nosotros, los contribuyentes, que las pagamos con nuestros impuestos.

Tampoco se sabe el paradero de los que escucharon ilegalmente. Ellos lo hicieron, según el ex, por su cuenta; él nunca lo autorizó, ni tuvo nada que ver con el asunto. No ordenó nada, no oyó nada, ni supo nada, sus subalternos actuaron por cuenta propia e hicieron lo que les dio la gana. ¿Quién le dio acceso a semejante poder? ¿Lo usaron para chismear, por el placer vida jena? ¿Quién los supervisó y permitió su actuar? No se sabe. ¿Qué hicieron con la información ilegalmente recabada? ¿Dónde está ahora esa información? ¿Se va a recuperar, destruir? No se sabe. Nadie sabe, nadie supo. Una vaina absurda e increíble en cualquier lugar del mundo, menos en nuestro abusada República.

¿Y los espiados y perjudicados y el resto del país? Pues que se jodan.

¿Habrá quien pueda aceptar semejante cuento? ¡Claro que sí! Esos que se resignan a creer que es inútil oponerse al mal, o los miembros de un colectivo político que no tiene reparo en proteger prófugos enviándolos al PARLACEN, organismo que el propio ex una vez denominó, y aquí parafraseo, ¨una cueva de ladrones¨, o algo semejante.

El caso de O. J. Simpson probó que si tienes dinero crece la probabilidad de que en un juicio salgas libre de toda culpa. Y en lugares donde la apariencia importa más que la realidad, no tienes ni que preocuparte por tu credibilidad, tu prestigio, tu honra, o tu popularidad. Al contrario, la masa te celebrará porque «jugaste vivo” y ganaste, no importa cómo. Así huelas a culpable, el aroma del billete cancela vergüenzas, escrúpulos y conflictos morales y atraerá alcahuetes que te asegurarán su aprecio y respeto eternos a cambio de una “módica suma”, o favor.

Esa es la percepción que nos deja otro episodio en la cada vez más trágica experiencia de una democracia, estilo Panamá. Esto se pone cada vez peor.

Nuestra Patria no merece semejante cosa.

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