Economía y humanidad: lo que revela la lucha por la seguridad social en Panamá

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La clase trabajadora apuesta por el sistema solidario.

Por Rogelio Antonio Mata Grau
Docente

En Panamá, la reforma a la Ley de la Caja de Seguro Social (CSS) ha reavivado una de las preguntas más urgentes de nuestro tiempo: ¿a quién sirve la economía? La respuesta no puede hallarse únicamente en balances fiscales ni en tecnicismos actuariales, sino en una mirada profundamente humana y ética que ponga en el centro la dignidad de las personas.

La economía, contrariamente a lo que muchos suponen, no es una ciencia neutra ni apolítica. Es una forma de organizar los recursos, el trabajo y la vida misma. Tiene consecuencias concretas sobre la salud, la educación, la vejez y el bienestar de millones. Por eso, toda decisión económica debe ser también una decisión moral.

En la tradición crítica del pensamiento moderno, se plantea que los seres humanos se realizan a través del trabajo libre y creativo, en comunidad, y que la economía debería estar al servicio de esa capacidad. Pero cuando se transforma en un mecanismo que subordina al ser humano a la lógica del mercado, se pierde ese horizonte. Se genera una alienación que convierte al trabajador en engranaje y a los derechos en mercancía.

La seguridad social, en cambio, representa uno de los pilares de una economía con rostro humano. No es un lujo ni una carga, sino una conquista histórica basada en la solidaridad intergeneracional. Protege a quienes más lo necesitan frente a los riesgos de la vida: la enfermedad, la vejez, la discapacidad. Defenderla es defender la vida misma.

La reforma que actualmente se discute —y que una parte significativa del pueblo panameño rechaza— amenaza con desnaturalizar ese principio. Presentada como una solución técnica a una crisis financiera, que en realidad profundiza la privatización del riesgo, transfiriendo la carga del sistema a los trabajadores y debilitando el carácter público y solidario del seguro.

Aquí no solo está en juego el futuro de las pensiones, sino el modelo de país que queremos. ¿Un Estado que garantiza derechos o un administrador de la precariedad? ¿Un país que humaniza la economía o una economía que deshumaniza a su gente?

La salida no puede ser la indiferencia ni la resignación. Panamá necesita una reforma real, construida con participación ciudadana, transparencia, justicia fiscal y sentido común. Una reforma que afirme que los derechos sociales no se negocian, que la vida digna no es una variable ajustable, y que la economía sólo tiene sentido cuando está al servicio del ser humano.

En tiempos de crisis, defender la seguridad social no es un acto nostálgico. Es una afirmación ética, política y profundamente humana. Y es, también, una señal de que aún creemos que otro país es posible.

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