Llegas con melenas desordenadas y uniforme percudido, zapatos raídos y la desnutrición cabalga por tu rostro. No importa tu nombre porque no es al individuo a quien se le reclama, a fin de cuentas, por tus voces gastadas. Eres el sujeto social reflejo que, con actitud desafiante, defiende lo socialmente imponderado: la dignidad que te acompaña. Eres el sujeto social que nos deja, como imagen cuestionadora, el dedo acusador por tanta infamia, de violencias inducidas que se reflejan en tu mirada; de ocios promovidos para tu mente desclasada; de un olvido programado de tus ancestros y ayeres, de tu presente y tus mañanas. Y abandonas los centros que instruyen las mentes, ya por hambre, ya por pobreza ya por el barrio que te envuelve en degradaciones sociales, y desertas de las aulas para caer cíclicamente en la institucionalización de la miseria. Como simple estadística reseñan tu decisión de romper con lo que te engaña; desertor estudiantil, como si fuese una forma de atentar contra lo marginal y abandonar, abandonarte a la suerte que acompaña los frutos de esta irracional e intolerable forma de sociedad.