Decapitar la historia

Me asombró su pregunta. “¿Allí dejan entrar a todo el mundo?”. No supe a qué se refería mi madre cuando le dije que iba a una actividad muy elegante en un hotel local.

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Monumento a Vasco Núñez de Balboa en la capital panameña. Honra a un perseguidor de indígenas y autor de intrigas, quien fue decapitado en la vida real en la población de Acla,

Por Modesto A. Tuñón F.

Me asombró su pregunta. “¿Allí dejan entrar a todo el mundo?”. No supe a qué se refería mi madre cuando le dije que iba a una actividad muy elegante en un hotel local. “Sí, estoy invitado”, le contesté con el entusiasmo juvenil de asistir a una ceremonia lujosa. Tuve que indagar en sus vericuetos semánticos para saber que se refería a restricciones por motivo de raza.

Lo que sucedía es que ella -de tez negra- pertenecía a una cultura de discriminación en la vida pública panameña y esto se extendía a todos los aspectos de la realidad. Me contaba que había locales y centros de espectáculos en la misma avenida Central, donde tenían un conserje que impedía entrar a quienes fueran diferentes; a veces, había un letrero que decía “Nos reservamos el derecho de admisión”; es decir, impedimentos por el color de la piel.

Pareciera asuntos de otra época. Pero hay que destacar que esa distinción basada en la etnia existe en la base sobre la que se construyó una sociedad. Se ubica casi bajo la epidermis, aunque tenga un poco más de dos siglos de haber sido exterminada la esclavitud por disposición real al final de la colonia. Aún después, Estados Unidos tuvo que verse inmerso en una guerra civil para acabar el sistema y proclamar derechos civiles.

¿Realmente son iguales todos los individuos, tal como expresan los principios de la democracia occidental? Los recientes acontecimientos que han dado como resultado el desenlace fatal de George Floyd en Minneapolis, han abierto un capítulo novedoso en las relaciones sociales entre la infraestructura política estadounidense y la base. Pero el fenómeno es tan profundo y grave, que se ha reproducido en otros ámbitos internacionales.

Mario Noya, en el diario Libertad Digital, expone que, entre 1976 y 1998, el 42 % de los sospechosos de cometer (delitos) y que fueron abatidos por la Policía eran de raza negra en la nación norteamericana. Más adelante, en 2018, hubo una estadística de ciudadanos víctimas de los cuerpos del orden que afectó a 399 blancos, 209 negros y 148 latinos. Aunque matemáticamente parezca que los primeros sean más numerosos, analicemos las cifras.

El semanario ABC International, cita un balance del Washington Post donde informa que desde 2015 han muerto 4778 personas en Estados Unidos. “De ellas 2385 eran blancos y 1257 negros”. Apunta que la proporción con el número de la población, indica que estos últimos constituyen el 13 %; por tanto, concluye “el porcentaje de los que habían perdido la vida en esas trágicas circunstancias era casi el doble de alto que el de blancos”.

La Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, en un estudio arriba a la conclusión de que “las posibilidades de que un ciudadano negro muera a manos de la Policía son 2,5 % superiores a las que tienen otros…”. Por otra parte, CNN reproduce un estudio del American Journal of Health que dice “los hombres negros tienen casi tres veces más probabilidades de morir por intervención policial que los hombres blancos”.

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos considera, en un informe, que “es necesario reconocer el legado de la esclavitud, la segregación y la discriminación en los Estados Unidos para transformar de manera efectiva la situación a futuro”.

La tragedia de Floyd ocasionó protestas, la mayoría violentas y una tendencia a revisar la historia. Se han decapitado, destruido o desmontado estatuas de Juan Ponce de León y Cristóbal Colón en varios países; las de los patriotas Stevens y Jefferson, están en Kentucky. Además, en Inglaterra, de Edward Colston y Robert Mulligan; ambos, traficantes de esclavos.

El desmantelamiento de monumentos, símbolos ancestrales, obliga a enmendar el pasado para alcanzar un futuro más incluyente, democrático; sin vicios como la inequidad. Mi madre aún lo resentía en su ancianidad

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