Alfredo Berrocal: un luchador irreductible

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Alfredo Berrocal, líder histórico de la FENASEP de Panamá.

Por Julio Bermúdez Valdés
Periodista

¿Cuánto puede herir la desaparición de un hermano? Poco después del mediodía del lunes de esta semana, la noticia fue un corrientazo que cesó la sonrisa, llenó la tarde de asombro y dejó un sabor de amargura inesperada.

Por los chats, las llamadas a celulares y por la atmósfera del día, quedó una sensación de sorpresa y orfandad. Aunque ya casi estábamos acostumbrado a los atentados contra su frágil salud, no dejó de estremecer el mensaje: “Alfredo Berrocal acaba de morir en La Habana”. Fue como si perdiéramos un brazo, una pierna o como si la voz se nos fuera de repente.

No es que ignoráramos que eso podía ocurrir así, de un momento a otro; sino que su espíritu de muro infranqueable, de bandera sostenida y firmeza inclaudicable nos había acostumbrado a esa permanencia imprescindible, que nos invadió una mueca de desprecio por la muerte.

Entonces, uno rememora los días tristes de la invasión, de las luchas por la carrera administrativa y de la defensa de cuanto destituido hubo en los gobiernos de cada quinquenio, y no hay manera Alfredo de quitarse tu voz amiga de la memoria.

No hay manera de dejar de verte entrar y salir del local de la Federación Nacional de Servidores Públicos (FENASEP), de atender cada queja y cada inquietud de cuanto funcionario llegaba, verte anotar cada caso y luego escucharte, sencillo pero tenaz, a través de las ondas de radio, llevando la verdad colectiva de aquellos para los cuales los medios de comunicación no tenían voz. ¿Por cuantos años?  Ya perdí la cuenta.

Entonces, trascendían tus afecciones al corazón, la operación que había que hacerte y que te hicieron y la diabetes que te carcomía, y como nunca te quejabas nadie creía en eso de que el flaco de acero tuviese enfermo. Nadie lo creía al verte vertical e irreductible, solidario y militante Alfredo Berrocal, desafiante y meritorio. Así que esa noticia, ese anuncio tan letal hermanito, no es más que una imprudencia descomunal, una mala jugada de quienes nos quieren hacer creer que hombres como tú se mueren de repente. Imposible Alfredo, ¡que jodida esta vaina!

Dejas en quienes te conocieron a fondo, un cariño colectivo, extenso como un eco, como una luz que apunta hacia el futuro sin detenerse, como un ejemplo de amabilidad y fe, de convicción en la capacidad humana para luchar y vencer. Hasta luego hermanito. Dejas tu impronta en el sendero de los buenos, ese que sólo saben construir los hombres que, como tú, colocan todas sus fuerzas y todas sus alegrías en beneficio de la humanidad.

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