Alepo, el declive del imperialismo norteamericano y el destino de Centroamérica

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Ejército sirio durante recuperación de barrios en Alepo. (Foto: Reuters).

Por Rafael Cuevas Molina

La victoria de la coalición ruso-sirio-iraní en la ciudad siria de Alepo, más la derrota de Israel en ONU, poco antes de iniciarse el 2017, constituyen una señal indudable que evidencia el declive del orden establecido mundialmente después de la Segunda Guerra Mundial, con Israel como punta de lanza de los intereses norteamericanos en el Medio Oriente.

Con ello, se evidencia flagrantemente que “el siglo americano” se encuentra en franco declive y lo que sigue será un mundo multipolar, cuyos signos más evidentes, hasta ahora, son la articulación de los llamados BRICS, la puesta en cuestión de la globalización neoliberal desde el centro del poder económico mundial; el surgimiento de gobiernos antimperialistas en América Latina; y el imparable protagonismo, en primero lugar económico, pero paulatinamente también militar, de China.

La respuesta momentánea de Estados Unidos a estas circunstancias que lo atemorizan ha sido la elección de Donald Trump. Es decir, la réplica del gato panza arriba, que se defiende como puede ante una embestida que pone en cuestión la integridad del orden establecido.

Una respuesta que puede resultar peligrosísima porque, siendo aún la potencia del Norte la economía y la fuerza militar más poderosa, podría orientarse hacia lo que ha estado acostumbrada hacer durante todo el siglo XX: tratar de imponer su voluntad.

En tal sentido, han abundado las comparaciones entre la actual situación estadounidense y la de Alemania en la década de los años 30 del siglo XX, cuando la crisis económica y la posición segundona de ese país en el concierto de las naciones emergentes europeas llevaron al poder al nacional socialismo con Hitler a la cabeza, y que desembocó en la Segunda Guerra Mundial.

Esa situación de declive viene siendo anunciada por distintos think tank norteamericanos, desde hace por lo menos 20 años, y la respuesta dominante del stablishment político ha sido la huida hacia adelante, la confrontación constante, la guerra permanente, la creación de enemigos aquí y acullá. En vez de demostrar su fortaleza, esta situación evidencia el debilitamiento, cada vez mayor, de los Estados Unidos.

“El siglo americano” se encuentra en franco declive. La respuesta momentánea de Estados Unidos a estas circunstancias que lo atemorizan ha sido la elección de Donald Trump.

América Latina ha sentido, también, el latigazo del desconcierto del Norte. La actitud desproporcionadamente belicosa con Venezuela, la continuación del bloqueo a Cuba y, ahora, la actitud hostil con México demuestran que estamos viviendo un momento histórico en que nuestras relaciones con Estados Unidos estarán marcadas por las confrontaciones de diverso grado y nivel.

Como siempre, quienes sentiremos más fuertemente los embates del gigante que patalea seremos los que estamos más cerca: México, Centroamérica y el Caribe. En primer lugar, los gestos antiglobalizadores afectarán fuertemente a México; pero la actitud anti inmigrantes se hará sentir en Centroamérica, cuyas élites gobernantes han encontrado en la expulsión de sus compatriotas una válvula de escape para la situación explosiva precipitada por las sociedades excluyentes creadas y que han transformado las remesas en una renta con la que lucran.

La alternativa debería ser encontrar asidero y apoyo entre los mismos latinoamericanos, pero los tiempos que corren parecen contrarios a los vientos integracionistas y de apoyo mutuo, que tomaron fuerza en tiempos recientes en nuestras tierras.

Las élites conservadoras que sustentan el poder en Colombia, Argentina, Brasil, México, Paraguay y buena parte de Centroamérica siguen pensando el mundo como si no se estuviera dando un giro monumental que los dejará sin proyecto, pues su proyecto ha sido siempre el del imperio.

Tiempos confusos, tiempos revueltos, tiempos de cambio. Hemos pasado a una nueva etapa y hay que replantearse las tácticas y las estrategias.

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