En una de esas pieles de la cebolla, de las más superficiales pero siempre al alcance de la mano para refrescar la memoria, están la ignominia y la vergüenza
Por Mariela Sagel
Hace diez años el escritor alemán Günter Grass, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1999, ‒el mismo año que le dieron el Premio Príncipe de Asturias‒, publicó un interesante libro que constituye un ejercicio de la memoria de quien vivió una época convulsionada, entre dos guerras mundiales e inclusive la caída del muro de Berlín. Grass murió en abril de 2015. En “Pelando la cebolla” revela, entre muchas vivencias, su breve participación ‒de apenas unos meses‒ como miembro de las Waffen SS, a los 17 años, cuerpo de combate élite del ejército nazi que participó en la Segunda Guerra Mundial. La alegoría de la cebolla es que “el recuerdo se asemeja a una cebolla que quisiera ser pelada para dejar al descubierto lo que, letra por letra, puede leerse en ella”.
En una de esas pieles de la cebolla, de las más superficiales pero siempre al alcance de la mano para refrescar la memoria, están la ignominia y la vergüenza. La ignominia es una ofensa grave que sufre el honor o la dignidad de una persona. Y la vergüenza, con varias acepciones, es un sentimiento de pérdida de la dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos.
Estas dos palabras o sentimientos me vienen a la mente al estudiar las declaraciones y señalamientos que el ex ministro consejero Fonseca Mora dio hace unos días, en donde han prevalecido más la rabia, el rencor y la venganza, que han venido a enredar más de lo que ya estaba, el panorama local, tan inmerso en escándalos de corrupción que nos han paralizado.
El año pasado, unos meses antes de que se conocieran en todo el mundo los “Panama Papers”, ya se había encendido la alarma de la operación Lava Jato , y la vinculación del bufete Mossack Fonseca en la misma, en el país del cual es originaria la constructora Odebrecht. Por la vinculación del señor Fonseca con el Gobierno actual (al que ahora acusa de recibir sobornos), las autoridades judiciales se la pasaron peloteando el año entero una investigación que nunca arrancó. Una consternada procuradora anunció hace un par de semanas que no podría investigar ese caso porque el Primer Tribunal Superior de Justicia recibió un amparo de garantías constitucionales para que entregara los documentos originales de la investigación. Súbitamente, no se acogió el amparo y el “dossier” volvió sin pena ni gloria a la Procuraduría. Debido a que se allanaron las oficina del bufete en cuestión, un airado abogado pseudoescritor, embarró desde al presidente, su hermano, su más allegado diputado, al presidente de la Corte Suprema y mencionó los chanchullos que se hicieron en la construcción de la Cinta Costera III.
Los momentos vividos el jueves 9 de febrero nos recuerdan el año 1987, cuando el coronel Díaz Herrera, en represalia porque Noriega no le había cumplido su aspiración a ser nombrado como embajador en Japón, arremetió contra él y todas las maleanterías que todos sabíamos que ocurrían, pero que nadie investigaba. En ese momento, el Gobierno todavía tenía una estructura que era capaz de sostener un orden, aunque fuera represivo. En los actuales momentos y analizando las lánguidas e inexplicables declaraciones, tanto de la procuradora como del mismo presidente, estamos camino de una ingobernabilidad que puede ser explosiva y llevarnos por senderos de caos y completa frustración.
La Estrella de Panamá publicó un magnífico editorial el viernes 10 de febrero, que decía: “Los acontecimientos que vive el país no se producen por generación espontánea, el deterioro de nuestra alma moral lleva años cultivándose, ha llegado el momento de las definiciones. Este país no sólo hay que limpiarlo, hay que reconstruirlo y ese esfuerzo nacional exige para partir, saber toda la verdad y deslindar responsabilidades, la inmovilidad no es la respuesta. La historia, que es inmisericorde, exigirá cuentas a cada cual desde donde esté”.
¿Podremos empinarnos sobre las diferencias partidarias y los intereses comerciales, las antípodas sindicales, la efervescencia juvenil y lograr reconstruir este país, que clama y reclama que se realicen las investigaciones que señalen los responsables de este caos nacional? Si el señor Fonseca sintió ignominia por el allanamiento que sufrió su empresa, no ha tenido vergüenza en señalar a los que él alega están implicados en la trama de sobornos de la empresa Odebrecht. El asunto es que él también debe rendir cuentas por haber empezado a pelar la cebolla que es este complejo acontecer actual. Y la trascendencia que buscaba como escritor ya le pasó por encima como delator.