Adelanto del libro “Pésima memoria” Augusto Pinochet: exterminador sistemático, acomplejado y vengativo

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General Augusto Pinochet.

Adelanto del libro “Pésima memoria”
Augusto Pinochet: exterminador sistemático, acomplejado y vengativo

Por El Mostrador

Carlos Prats, Augusto Lutz, Orlando Letelier, José Tohá, son algunos de los nombres dentro de la siniestra Lista del dictador, mencionados en un nuevo libro de Eduardo Labarca. Eran quienes debían morir, “como exorcismo del oscuro complejo de inferioridad que siempre lo había corroído”.

Refiriéndose a Augusto Pinochet, el general Tulio Marambio solía lamentarse:

—Yo tengo la culpa de que este miserable haya llegado a donde llegó.

En Chillán, en sus últimos años de vida, Marambio contaba a sus amigos que a fines de 1968, siendo él ministro de Defensa del presidente Eduardo Frei Montalva, la Junta Calificadora de Oficiales había dado al coronel Augusto Pinochet una nota insuficiente que lo obligaba a pasar a retiro… pero entró en acción doña Lucía Hiriart.

—Vino a mi oficina, me tomó la mano y se hincó, sí, de rodillas en el suelo, y me rogó con lágrimas… y yo me apiadé y cedí, y ascendimos a su marido a general de brigada —contaba Marambio, quien en 1988, tratando de enmendar su error, llamará a votar “NO” en el plebiscito.

Hasta el 11 de septiembre de 1973, la carrera de Pinochet estuvo jalonada de promesas de lealtad y actos de servilismo como el protagonizado por su mujer, enviada por él a llorarle al general Marambio. Pero a partir del día del golpe, un Pinochet despiadado sacará las garras y mandará meticulosamente a la muerte, uno tras otro, a los superiores a quienes poco antes obedecía y hacía la pata y a chilenos sobresalientes, como Orlando Letelier, un intelectual y político brillante que, según los documentos desclasificados en Estados Unidos, mandó “personalmente” a matar. Esa nómina siniestra es la Lista de Pinochet de quienes debían morir como exorcismo del oscuro complejo de inferioridad que siempre lo había corroído.

Encabezaba la Lista, por supuesto, Salvador Allende, el presidente que lo había nombrado y al que había adulado y jurado lealtad hasta conseguir que lo ascendiera a general de división y finalmente lo nombrara comandante en jefe. La Lista incluía a dos ministros de Defensa a los que había obedecido haciendo genuflexiones, José Tohá y el mencionado Orlando Letelier, y a su antiguo superior, el general Carlos Prats, soldado culto y visionario que confió en él y lo propuso a Allende para que lo sucedeira en la Comandancia en Jefe. Llegado a la cúspide del poder, Pinochet fue puliendo, ampliando y aplicando su siniestra Lista mientras el jefe de la DINA Manuel Contreras ponía en pie una escuadra asesina que viajará por Chile y el mundo para cumplir fielmente cada “contrato” del dictador, cuyo sicario estrella será el chileno-estadounidense Michael Townley.

Son conocidas las palabras que Pinochet dirigió al almirante Carvajal el día del golpe acerca del avión ofrecido para que el Presidente saliera del país: “Se mantiene el ofrecimiento… pero el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”. Lanzada en tono de pachotada cuartelera y dado que se trataría de un avión de la Fuerza Aérea, más que expresar una intención real de derribarlo, la frase constituye un acto fallido que deja al desnudo el ansia de Pinochet por ver muerto a Salvador Allende, del que se había despedido tres días antes, el sábado 8 de septiembre en La Moneda. En presencia del Director General de Investigaciones Alfredo Joignant, Pinochet había retenido la mano de Allende en su diestra y dándole con la izquierda golpecitos supuestamente afectuosos, le había dicho en tono zalamero:

—Descanse, Excelencia.

Al combatir en La Moneda y suicidarse, Salvador Allende se convirtió en el primer integrante de la Lista de Pinochet junto a cuyo nombre el dictador pudo marcar una cruz.

En la ejecución de la Lista siguió cronológicamente un hombre que sin haber estado en el corazón del gobierno fue incluido por Pinochet por motivos de torvo resentimiento personal: el brillante ingeniero David Silberman Gurovich, quien a los 35 años había sido nombrado por Allende gerente general de Cobrechuqui, el mineral de cobre de Chuquicamata nacionalizado. Silberman, alto y desgarbado, se destacaba por su eficiencia y palabra certera. Tras el golpe, en un remedo de consejo de guerra celebrado en Calama fue condenado a 13 años de cárcel y enviado a la Penitenciaría de Santiago a cumplir la pena. Pero de allí fue sacado por los sicarios de la DINA el 4 de octubre de 1973, llevado al centro de torturas de José Domingo Cañas y luego al campo de Cuatro Álamos, donde su rastro se pierde para siempre. En un intento por encubrir el crimen, la DINA hizo aparecer un cuerpo descuartizado en Argentina correspondiente supuestamente a Silberman, quien según esa versión habría sido “asesinado por un comando del MIR”. Las pruebas científicas demostrarán que se trataba de otra persona.

¿Qué importancia tenía David Silberman para que Pinochet ordenara secuestrarlo y asesinarlo, y la realización de un operativo a través de la frontera con el fin de despistar? Los hechos. Siendo Pinochet comandante en jefe de la Sexta División del Ejército con sede en Iquique durante el gobierno de Allende, hubo una reunión de autoridades locales en la que participaron el gerente de Chuqui y el jefe militar. Ante una pregunta boba de Pinochet, Silberman, hombre mordaz, le habría espetado: “General, no pregunte tonterías”. Sin saberlo, en ese momento el ingeniero firmaba su sentencia de muerte. Pinochet no olvidará la afrenta y, como el capo mafioso ha sido desafiado, encargará a Manuel Contreras que “lave” su honra torturando y haciendo desaparecer a David Silberman.

La lista de Pinochet ya estaba en marcha y tocará el turno a José Tohá, que había precedido a Letelier como ministro de Defensa de Allende entre el 8 de enero de 1972 y el 5 de julio de 1973. Tras permanecer como prisionero en isla Dawson, el 1 de febrero de 1974 Tohá fue trasladado muy debilitado al Hospital Militar donde murió el 15 de marzo. La dictadura dio la versión de un suicidio, pero los peritajes científicos demostraron que fue estrangulado por terceros según se consigna en el fallo del ministro en Visita Jorge Zepeda.

“Buen lector, pintor aficionado, poseedor de una maestría en Ciencias Políticas por la Universidad Católica y un doctorado por la Complutense de Madrid, el general Carlos Prats González era, en comparación con el militarote Pinochet, la cara opuesta de la medalla. Sus Memorias escritas en elegante prosa demuestran que se trataba de un militar culto y con sentido de la historia que hasta el último momento se esforzó por mantener el ejército cohesionado y buscar una salida política que evitara el golpe”.

Hombre afable y afectuoso, siendo ministro Tohá mantuvo una relación personal muy estrecha con Pinochet cuando este era jefe del Estado Mayor del Ejército, vale decir el segundo hombre de la institución. El 29 de junio de 1973, fecha del llamado “tanquetazo”, Tohá era ministro de Defensa y el general Prats, comandante en jefe. Ese día Pinochet dirigió las fuerzas “leales” al presidente Allende que avanzaron hacia el centro e hicieron abortar el alzamiento del Regimiento Blindados número 2. El matrimonio Tohá-Morales y el matrimonio Pinochet-Hiriart compartían como amigos en encuentros sociales en los que el tuteo y las bromas eran frecuentes. A los oídos de Tohá, el general Pinochet juraba lealtad inquebrantable al gobierno de Allende y soplaba “confidencias” y chismes sobre los demás generales. Frente al nombre de ese incómodo testigo de su servilismo, Pinochet, satisfecho, marcó en su lista una nueva cruz.

Durante el gobierno de Allende, Pinochet se desempeñó junto a Prats simulando compartir sus posiciones por lo que, al renunciar, Prats lo propuso como su sucesor. Tras la muerte del Presidente, en la Lista de Pinochet la gran figura a abatir pasó a ser el general Prats. En Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1974, Townley y su mujer, la escritora Mariana Callejas, detonaban una bomba bajo el automóvil en que iban el antiguo comandante en jefe y sus esposa, Sofía Cuthbert. Con el asesinato del matrimonio Prats-Cuthbert, Pinochet iniciaba una nueva fase en la implementación de su Lista: la de los asesinatos fuera de las fronteras de Chile. Con satisfacción marcó una cruz frente al nombre de su antiguo compañero de armas.

Dos meses después del asesinato de Prats, el 28 de noviembre de 1974, en el Hospital Militar moría en extrañas circunstancias el general Augusto Lutz, que en el alto mando había chocado con el jefe de la DINA, Manuel Contreras. Lutz, antiguo jefe de inteligencia del Ejército, propiciaba un cierto retorno a la democracia y se había opuesto abiertamente a las intenciones de Pinochet de instaurar un régimen militar prolongado. Augusto Lutz fue objeto de diagnósticos contradictorios y de varias operaciones y finalmente murió de septicemia en el Hospital Militar, muerte que su hija atribuye a un envenenamiento provocado. Con una cruz frente al nombre del general Lutz, Pinochet se aseguraba la fidelidad incondicional del alto mando.

Durante el gobierno de Allende, mientras Pinochet simulaba lealtad al Presidente, el general Óscar Bonilla aparecía dentro del ejército como la cabeza visible de los oficiales partidarios de derrocar al gobierno. Había sido edecán del presidente Eduardo Frei Montalva y se le consideraba cercano a la democracia cristiana. El día 11 de septiembre de 1973, Bonilla era el general más antiguo después de Pinochet y se trasladó a la Central de Telecomunicaciones en Peñalolén donde se instaló el puesto de mando del golpe. Estaba convenido que Pinochet llegaría a las 7.30 y que si algo le pasaba, el mando lo asumiría Bonilla. Pero a la hora indicada… Pinochet no llegaba… Cosa inconcebible de parte de un militar en esas scircunstancias, finalmente se apareció tan campante con diez minutos de retraso. ¿Qué había pasado? Pinochet quiso aprovechar esos minutos decisivos para comprobar si las unidades del país se estaban sumado al movimiento, pues, en caso contrario, tendría la posibilidad de echarse atrás, traicionar a los compañeros con quienes estaba juramentado y permanecer a la cabeza del bando leal a Salvador Allende.

Bonilla, ministro del Interior y luego de Defensa de la Junta, propiciaba un gobierno militar transitorio que organizara elecciones y garantizara los derechos de los trabajadores. Incluso se presentó por sorpresa en la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes y allí, al comprobar las terribles torturas que se aplicaban, puso bajo arresto al entonces coronel Manuel Contreras.

Pinochet no tardó en incluir a Bonilla en su Lista personal de los que debían morir. El 3 de marzo de 1975, bajo la forma de un inexplicable accidente de helicóptero, el “contrato” contra el general Óscar Bonilla quedó cumplido y Pinochet pudo marcar una nueva cruz en su Lista.

Ese mismo año, 1975, Augusto Pinochet extendió al mundo su temeraria e insensata empresa criminal cuyo primer episodio extraterritorial había tenido lugar en Buenos Aires con el asesinato del general Prats. Su odio se concentraba ahora en aquellos destacados chilenos que denunciaban en el ámbito internacional sus actos criminales. Encabezados por Hortensia Bussi, la viuda de Allende, eran recibidos por gobernantes y figuras mundiales, incluso en las Naciones Unidas, instancias a las que Pinochet, aislado internacionalmente, jamás habría podido acceder. De ahí sus odio, su envidia, su rencor.

El 6 de octubre de 1975, la escuadra asesina debutó en Europa baleando en la cabeza en su domicilio de Roma al dirigente democratacristiano Bernardo Leighton, quien sobrevivió al atentado con graves secuelas. Se sabe que en la Lista de Pinochet figuraban también el dirigente socialista Carlos Altamirano y el intelectual y político comunista Volodia Teitelboim, con gran presencia internacional, que se salvaron gracias al azar.

Al año siguiente, el 21 de septiembre de 1976, los asesinos fueron enviados a Estados Unidos: en la Lista de Pinochet era el turno de Orlando Letelier. Pinochet conocía a su nueva víctima de muy cerca. Aunque en medio de la crisis que atravesaba el país solo había alcanzado a ejercer como ministro de Defensa de Allende durante los 19 días que precedieron el golpe, la relación de Letelier con Pinochet, comandante en jefe del Ejército, había sido intensa.

Al salir del campo de prisioneros de Isla Dawson, Letelier se convirtió en Estados Unidos y a escala internacional en una de las figuras más conocidas y escuchadas del exilio chileno, con acceso directo a las altas esferas de varios gobiernos, incluido el norteamericano. Mientras a Pinochet los gobernantes extranjeros le volvían la espalda, Letelier gozaba de prestigio en los más importantes ámbitos académicos y políticos.

No es de extrañar que este hombre culto, apuesto y elegante, que recorría el mundo haciendo campaña contra Pinochet y su régimen represivo, haya concitado el odio del oscuro oficial de infantería que había ascendido lamiendo culos. Ese resentimiento rumiado a lo largo de tres años, llevó al tirano a ordenar uno de los actos más brutales e insensatos en la ejecución de su Lista personal: el atentado terrorista que acabó con la vida de Letelier y su secretaria nada menos que en el corazón de Washington, la capital de Estados Unidos, el país que había movido todas sus fichas a favor del golpe militar contra Allende. Si su finalidad hubiera sido dañar definitivamente las relaciones de Estados Unidos con su régimen, Pinochet no habría podido idear algo más eficaz. Es cierto que Orlando Letelier había contribuido a alinear a la opinión publica mundial y norteamericana contra la dictadura militar, pero tras su asesinato esa mañana del 21 de septiembre de 1976 la condena contra Pinochet se multiplicó en Estados Unidos y el mundo entero y la balanza terminó de cargarse drásticamente y sin contrapeso contra el criminal que lo había mandado a matar.

A comienzos de 1982 el ex presidente Eduardo Frei Montalva fue hospitalizado en la Clínica Santa María. Aunque inicialmente había apoyado el golpe, andando el tiempo Frei desafió a Pinochet y se situó a la cabeza de quienes reclamaban públicamente un retorno a la democracia. Tras una operación de hernia al hiato, el ex Presidente falleció en la clínica el 22 de enero en forma inesperada.

Los exámenes toxicológicos de sus restos han revelado trazas de mostaza sulfúrica, talio y sarín, poderosos venenos que demuestran que fue asesinado. La Lista de Pinochet que se había iniciado con el nombre del presidente Allende, se cerraba así con el nombre de un ex presidente. El fallecimiento de Frei trajo satisfacción a Pinochet, que pudo asignarle una cruz. La descripción hecha por Gregg O. McCrary, agente del FBI especialista en perfiles criminales, se había cumplido: “A los asesinos en serie les gusta tener el control sobre la vida y la muerte de la gente. Juegan a ser Dios. Es la megalomanía en máximo estado”.

Con la muerte de Manuel Contreras, no queda nadie que pueda revelar la totalidad de los nombres que integraban la Lista de Pinochet y los de aquellos muertos cuyo asesinato se debió a un “contrato” personal del dictador. Lo que sí está claro es que Chile fue gobernado por un obseso asesino que se sentía con derecho a disponer a su antojo y sin dar cuenta a nadie de la vida de sus compatriotas dentro y fuera de Chile.

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