Por Mario Dominguez
Redacción de Bayano digital

Sentía el agotamiento físico y era consciente de que la lucha armada estaba definida.  Caminaba entre la resistencia, notaba las carencias de armas apropiadas.  Escuchaba a los militares deseando un RPG o un Bastón Chino para enfrentar a los helicópteros.

Ahora se utilizaba un arma muy vieja contra nosotros: la lengua, en comentarios radiales, que se multiplicaron de boca en boca con toda la clase de desinformación y guerra psicológica.

El 22 fue el día del gran saqueo.  Vi personas de frágil contextura física con una refrigeradora a sus espaldas.  En el saqueo salió lo peor de una sociedad consumista y participaron todas las clases sociales.

Los combatientes en San Miguelito no tenían ningún interés en el saqueo, tampoco teníamos tiempo para esas vainas.

Los mensajes de radioemisoras era que los “Batalloneros” (nosotros) íbamos casa por casa asaltando, violando y asesinando panameños.  En consecuencia, los activistas de los civilistas organizaban a los vecinos para evitar la entrada a los extraños y capturar a los sospechosos.

La ciudad se llenó de barricadas de los invasores y de controles liderados por civilistas.  Hay historias de panameños asesinados en esos puntos de «control».  De ese día hay imágenes de las “yeyesitas” abrazando y besando a los invasores sin ningún pudor.

Mientras, en San Miguelito algunos moradores nos pedían que nos alejáramos de sus casas para no ponerlos en más peligros.  Recuerdo que se escuchó el vuelo de un helicóptero y un niño salió corriendo a protegerse y advertía a gritos lleno de temor: «Viene la dignidad, viene la dignidad». Así de confundida estaba la población.

Estando en casa de unos conocidos vi un noticiero de televisión nacional y ahí un locutor leía la tarifa de la “saperia”, cuánto se pagaba en dinero por cada arma denunciada y capturada o entregaba, cuánto dinero se recibiría por entregar a los rostros conocidos del gobierno militar y del PRD.  Cuánto dinero por suministrar información para capturar a los patriotas.  No sólo la cabeza de Noriega tenía precio.

Más que la suma de dinero, recuerdo la cara de alegría, los ojos del locutor se le querían salir del entusiasmo: dinero, dinero. Pobre lacayo, era normal después de 3 años de guerra económica, cuando nosotros defendíamos el cumplimiento de los Tratados Torrijos-Carter y ellos decían que de la soberanía no se come. (Paradójicamente esos grupos hoy son los beneficiarios directos de la soberanía).

La voz de la abyección también la recuerdo. Un político civilista, con un tono de voz atildado, que después fue diputado de a dedo, arengaba desde una emisora, para que se denunciara a los patriotas y repetía las cifras de la recompensa.  Recibía llamadas de su audiencia y con esos datos denunciaba los lugares donde se movían nuestras columnas de resistencia.  De alguna manera conocía la dirección de las residencias de los dignatarios de gobierno militar y pedía a sus vecinos que los vigilarán y entregarán si los veían llegar.

Así recuerdo el 22 de diciembre.

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