Un Canal para los héroes

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Un Canal para los héroes

Cuando sean abiertas las compuertas del tercer juego de esclusas, el 26 de junio, para el tránsito de grandes buques mercantes, el mundo debería saber que ello habría sido imposible sin la lucha de varias generaciones de panameños para recuperar el territorio conculcado de la antigua Zona del Canal, y la firme decisión del general Omar Torrijos de negociar con Estados Unidos un Tratado que eliminase la cláusula de perpetuidad en el control de esa esa ruta marítima.

Torrijos manejó con audacia, voluntad patriótica e inteligencia las complejas negociaciones con Washington, para hacer respetar el mandato de los mártires del 9 de Enero de 1964. Esas negociaciones permitieron concretar otro logro trascendental: el desmantelamiento del enclave colonialista y el complejo de bases extranjeras que representaban una amenaza a la soberanía y una ofensa permanente para los pueblos hermanos de América Latina y el Caribe.

Los Tratados suscritos por Omar Torrijos y el entonces presidente estadounidense James Carter, garantizaron la desaparición de la Zona del Canal, un territorio segregado de 1.432 km², que se extendía a 8,1 kilómetros a cada lado de la vía interoceánica. Con ello, desapareció, además, la Escuela de las Américas (centro entrenamiento para represión) y se produjo el cierre escalonado hasta 1999, de bases y sitios de defensa creados al amparo del Tratado Hay-Bunau Varilla, de 1903, impuesto por Estados Unidos.

Sin embargo, la figura de Torrijos ha sido borrada progresivamente de los temas canaleros. Esa acción deliberada y mezquina pretende hacer creer a las nuevas generaciones que el Canal es una empresa que crece sola y que en su Junta Directiva (gobernada por empresarios) hay figuras aptas para ampliar negocios mercantiles y codearse con magnates navieros visionarios. Pero, cometen un fallo, al querer tapar el sol con la mano y suponer que el pueblo olvidará con facilidad a sus líderes, mártires, banderas y gestas canaleras.

La desaparición física del general Omar Torrijos, el 31 de diciembre de 1981, estremeció a un pueblo que se preparaba para cumplir el sueño de manejar el Canal de Panamá y sus áreas ribereñas. La caída del avión en que viajaba el jefe militar, truncó la posibilidad de que pudiese ingresar a la Zona del Canal, bajo control estadounidense, como había soñado. Durante años, advirtió con modestia que no quería entrar en la historia, sino en el territorio conculcado cuya recuperación progresiva fue materializada al convertirse en una causa internacional que redimensionó el ejercicio de la soberanía y el derecho a la autodeterminación. Ese anhelo sigue vigente, aunque algunos hayan pretendido menospreciar aquel valioso legado.

No hace falta iniciar una encuesta o un referendo para saber que las nuevas esclusas, construidas con un inmenso sacrificio humano, deberían ser bautizadas con el nombre de Omar Torrijos. Sería un acto de justicia, de reconocimiento pleno y póstumo, y una respuesta certera a los que quieren hacer desaparecer los ejemplos de dignidad y de recuperación de la memoria colectiva, que inspiran la existencia de un Canal neutral, abierto a todas las naciones del mundo, y con el uso más colectivo posible de sus beneficios, a favor de la población panameña, heredera de tradiciones y luchas de liberación atesoradas en la antigua cintura geográfica de América.

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