Reportaje Especial: “Japón, la tierra del oro”. ¿Es verdad la antigua leyenda?

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Reportaje Especial:
“Japón, la tierra del oro”. ¿Es verdad la antigua leyenda?

Nipponia

Los viajes de Marco Polo, publicados en el siglo XIII, describen Japón como “Zipango, la tierra del oro”. Lamentablemente no era verdad entonces ni lo es ahora. Sin embargo, el oro ha sido muy relevante en la historia del país. Y en la actualidad quizá se empiece a demostrar que Marco Polo pudo tener algo de razón.

“La gente de la isla de Zipango (Japón) posee tremendas cantidades de oro. El tejado del palacio del rey es de oro puro, y los suelos están pavimentados con una capa de oro de un grueso de dos dedos”. Eso escribió el mercader veneciano Marco Polo (1254-1324). A causa de su obra Los viajes de Marco Polo los europeos creyeron que Zipango era la tierra del oro, y posteriormente Cristóbal Colón cruzó el Atlántico en su búsqueda.

La leyenda de Wāqwaq, la tierra del oro, la inició el oro extraído en los ríos japoneses

En 749 se descubrieron depósitos de oro en los ríos de Japón. Aquel año se ofrecieron a Nara, la capital, 38 kg de oro de la región nororiental de Oshu, en Honshu, como contribución para dorar una estatua de Buda que se iba a erigir. Cuando en 752 se terminó el Gran Buda, 439 kg del oro que lo cubría habían llegado de Oshu. Las delegaciones oficiales del reino de Silla (Corea) y los monjes budistas de la China de los Tang y de la India consideraron que aquel Buda brillante de 15,8 m de alto era una exhibición imponente de la riqueza del país.

Concluido el Gran Buda, Oshu continuó enviando oro a la capital, aunque en cantidades menores (unos 22 kg al año). Pronto el oro extraído de sus ríos se utilizó también para sufragar un programa organizado por el gobierno: el envío regular a la China de los Tang de legaciones, estudiantes y monjes dedicados al estudio. Por aquel entonces China era probablemente el país más avanzado de la tierra, y las visitas obedecían al motivo de introducir su civilización en Japón. Por ejemplo, existe documentación que muestra que cuando en el año 804 una delegación japonesa compuesta de quinientas personas partió hacia China, al embajador y a su ayudante se les dio una asignación de 7,5 y 5,6 kg de oro respectivamente para cubrir los gastos. Los estudiantes y los monjes formaban parte de la legación y necesitaban grandes cantidades de oro para sus largas estancias de estudio de la civilización de los Tang.

Era lógico que, con el tiempo, surgieran en la capital de la China de los Tang leyendas que hablaban de las enormes riquezas del país de Wakoku (Japón). Estas llegaron a oídos de los mercaderes musulmanes en el puerto chino de Khānfū (Guangzhou), y se difundieron hasta Asia Occidental; muchos se mostraron ansiosos por confirmar aquellos rumores. Por entonces los musulmanes comerciaban con China navegando en unas embarcaciones de vela llamadas dhows (similares a las falúas) y unos ciento veinte mil comerciantes vivían en Khānfū. En la segunda mitad del siglo IX, el geógrafo musulmán Ibun Khurdādhbeh realizó diversos informes desde China en los que afirmaba que en Wāqwaq (Wakoku = Japón), la tierra del oro, las cadenas de los perros y los collares de los monos domesticados estaban hechas de oro. Esas historias acabaron convirtiéndose en la leyenda de Zipango, la tierra del oro.

¿Qué sabía Marco Polo del oro de Japón?

En los tiempos de la dinastía china Sung (960-1279), Japón exportaba grandes cantidades de oro a China, y a cambio importaba monedas de cobre, seda, cerámica y otras mercancías. En 1124 se construyó una sala de oro en el templo Chuson-ji en Oshu, lo que atrajo aún más la atención de los mercaderes chinos sobre las historias del oro de aquel lugar.

Los comerciantes mongoles y musulmanes desempeñaron un papel activo en China en los tiempos del imperio (mongol) de Yuán (1271-1368). Las mercancías chinas se extendieron por gran parte de Eurasia, y Zaitún (Quanzhou) se convirtió en un puerto internacional para el intercambio comercial con puntos tan lejanos como Alejandría, Egipto. Los más de diez mil comerciantes musulmanes que vivían en Zaitún fueron los protagonistas de estos negocios. Entre ellos las antiguas leyendas sobre los lingotes de oro de Wāqwaq (Japón) cobraron de nuevo vida en la leyenda de Zipango, la tierra del oro. Esas historias seguramente sonaban más convincentes cuando se les añadían ciertos hechos, como la sala de oro del templo Chuson-ji, que los comerciantes chinos conocían.

El libro de Marco Polo propagó la noticia del oro japonés por Europa, y al parecer él se enteró a través de los musulmanes de Zaitún. Escribió que el emperador Kublai Khan había enviado una expedición militar al archipiélago japonés para llevarse su oro, pero la expedición falló por una enorme tormenta que dispersó la flota mongola.

Con todo, se estima que Japón entre los siglos VIII y XVI sólo produjo en realidad unas 255 toneladas de oro, lo que significa un 5% de las cinco mil toneladas de producción mundial antes de que comenzara la fiebre del oro en California.

Zipango fue la tierra de la plata, ¡no del oro!

En 1397 el sogún de la época Muromachi Ashikaga Yoshimitsu mandó construir el templo del Pabellón de Oro en la capital Kioto. Casi las tres plantas del pabellón se recubrieron de pan de oro reluciente, convirtiéndose no sólo en una construcción budista de espléndida decoración sino también en un símbolo de Japón como tierra del oro. Se había concebido también para la recepción de los delegados del nuevo imperio chino de los Ming, y ciertamente los impresionó, ya que poco después China concedió a Yoshimitsu el derecho al comercio. Sin embargo, en las transacciones hubo poco oro: los productos japoneses fueron en su mayoría objetos artesanales con pequeños toques de oro (objetos lacados con ilustraciones, biombos y abanicos), espadas, cobre y azufre.

Cuando los portugueses llegaron a Japón a mediados del siglo XVI, quedaba muy poco oro en la región de Oshu. Por otra parte, para entonces el país se había convertido en uno de los principales productores de plata del mundo, casi toda proveniente de las minas de Iwami Ginzan e Ikuno Ginzan. Algunos informes de la época clasifican la producción como un tercio del total mundial. El archipiélago japonés empezó a conocerse como las “Islas Platareas”. Japón utilizó parte de esa plata para comprar grandes cantidades de oro de la China de los Ming. Los portugueses y algunos otros debieron preguntarse dónde estaba todo aquel oro de Zipango.

Búsquedas posteriores del legendario oro en el norte de Japón

En la segunda mitad del siglo XVI surgió otra leyenda entre los marineros portugueses: un barco suyo había sido arrastrado hasta la playa de una isla rica en oro y plata que estaba en el océano Pacífico cerca de Japón. Esta era una nueva versión de las viejas historias sobre Japón como un conjunto de islas de oro. Los galeones españoles de Manila que navegaban por la ruta comercial oceánica entre Manila (Filipinas) y Acapulco (México) atravesaban el norte del archipiélago por la corriente de Kuroshio; desde luego, estaban al acecho de las legendarias islas de oro y plata. El rey español ordenó su búsqueda e incluso hubo una expedición a propósito comandada por Sebastián Vizcaíno, el cual exploró en vano de 1611 a 1613.

En 1643, Maerten Gerritsz de Vries, navegante holandés que trabajaba para la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, continuó la búsqueda en su barco, el Castricum, abriendo nuevas rutas comerciales con los tártaros de Asia Oriental. Se enteró de que había oro y plata en la isla de Ezo (Hokkaido), y afirmó que sería posible explotar sus minas. El gobernador general de la Compañía con sede en Batavia estaba interesado en que continuara la búsqueda, pero la caída de la dinastía china Ming en 1644 interrumpió los planes.

Dos siglos y medio después, en 1898, se descubrieron en Hokkaido grandes cantidades de oro en el río Horobetsu y algunos de sus afluentes, no muy lejos del mar de Ojotsk. En un periodo de cinco años la criba produjo 1.875 kg de oro. Si la Compañía Holandesa de las Indias Orientales hubiera continuado su búsqueda la leyenda de Zipango, la isla de oro, podría haber revivido.

Pergamino pintado revela el ritual inaugural de apertura de los ojos de Buda en el templo Todai-ji de Nara. El pedestal del Gran Buda (centro de la foto) es de oro brillante. (Propiedad del templo Todai-ji. Crédito de la foto: Museo National de Nara).
Pergamino pintado revela el ritual inaugural de apertura de los ojos de Buda en el templo Todai-ji de Nara. El pedestal del Gran Buda (centro de la foto) es de oro brillante. (Propiedad del templo Todai-ji. Crédito de la foto: Museo National de Nara).

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