El no intervencionismo es la doctrina en política exterior que indica la obligación de los Estados de abstenerse o intervenir, directa o indirectamente, en asuntos internos de otro Estado, con la intención de afectar su voluntad y obtener su subordinación. Panamá debería saberlo, ya que en los siglos XIX y XX este país fue escenario de acciones bélicas que precautelaron su seguridad y derecho soberano.
Hoy, es evidente el intervencionismo de Washington, en su plan para aislar y derrotar, por diversas vías, el proyecto político encabezado por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Esa misma hostilidad fue ejercida contra el gobierno del comandante Hugo Chávez y se traduce en acciones de fuerza contra ese país, que no se subordina a dictados de las multinacionales petroleras.
En medio de ese conflicto, y sin consulta previa a los ciudadanos, el gobierno de Panamá tomó partido a favor de Estados Unidos en rl seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), y remarcó esa conducta al conceder asilo político a magistrados venezolanos vinculados al movimiento sedicioso en Venezuela, lo que genera dudas sobre la capacidad y audacia de diseñar una agenda propia.
Autoridades rectoras de la política exterior han despreciado la vocación histórica de servir como facilitador del diálogo y promotor de la paz mundial y la neutralidad permanente del Canal interoceánico. Además, es evidente el menosprecio oficial hacia el principio de la igualdad soberana de los Estados y al ineludible pronunciamiento contra el intervencionismo en la región.
Con una imagen deteriorada por los escándalos de corrupción, el abandono de la neutralidad y la adopción de posiciones comprometedoras en materia de seguridad, Panamá enfrenta el peligro de quedar aislada. Su privilegiada posición geográfica es atractiva para las inversiones y un elemento ventajoso, pero puede ser insuficiente para garantizar la plena estabilidad política.
Sin lugar a dudas, la subordinación a fuerzas hegemónicas foráneas coloca a este país entre la espada y la pared. Al carecer de perfil propio y de una clara identidad nacional que prevalezca sobre su política exterior, Panamá se ha vuelto vulnerable, y le costará recuperar el prestigio mundial que obtuvo al arrancar la última estaca colonialista de su suelo. Ese es un reto crucial vigente.