Panamá apunta síntomas de colapso social

La Joyita y El Terrón reflejan el colapso de un sistema donde el culto al mercado y al dinero volvieron la espalda a quienes son actores sociales poco útiles para los intereses de la escuela neoliberal.

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Masacre Centro penal la Joyita Panamá

Por Benito Martínez
Especial para Bayano Digital

Sendas masacres en la penitenciaría capitalina La Joyita y una remota comunidad originaria, colocó en el ojo de la tormenta a la seguridad y al abandono de las zonas de pobreza extrema en Panamá.

Los hechos inéditos estremecieron a la sociedad que, a pesar de promesas oficiales, no vislumbra una solución cercana porque al decir del ministro de seguridad, Rolando Mirones, el sistema carcelario está “degenerado”; mientras, las estadísticas apuntan a que el 93,4 por ciento de los indígenas Ngabe Buglé (donde ocurrió la tragedia) son pobres.

Ambas situaciones, distantes geográficamente y sin vinculación aparente, comparten el colapso de un modelo de desarrollo impuesto a los panameños tras la invasión estadounidense de 1989, cuyos efectos salen a flote a través de una descomposición del tejido social, del cual se alimentan, entre otros, el crimen organizado y el fanatismo religioso.

En diciembre pasado, en el interior de la cárcel La Joyita dos bandos de reclusos se enfrentaron a tiros con el empleo de armas de guerra, cuya introducción y ocultamiento en el penal contó con la advertida complicidad de los vigilantes, varios de ellos procesados actualmente por la justicia.

A pesar de lo insólito de la batalla campal, los forenses dijeron estar impresionados aún más por la alevosía y conducta criminal de quienes propiciaron a las 13 víctimas mortales múltiples disparos, heridas con objetos punzocortantes y golpeaduras, con una crueldad nunca antes vista por los expertos.

El hacinamiento en esa y otras cárceles cercanas, unido a la tolerancia de pandillas rivales que operan desde el interior de los penales, plantean a las autoridades una situación al parecer fuera de control, que intentan revertir con la militarización de los recintos y cambios del personal de seguridad.

Uno de las medidas que pudiera ofrecer otra perspectiva, es la propuesta del titular de Seguridad para establecer una policía penitenciaria en sustitución de los métodos actuales, donde dos cuerpos de vigilancia independientes patrullan dentro y en el perímetro externo, respectivamente.

“Tenemos que convertir nuestros centros penitenciarios, no en centros de despojo humano, sino de seres humanos que tienen la oportunidad de reinsertase en la sociedad. Si la sociedad lo rechaza, él va hacer lo que siempre hace”, dijo a TVN el criminalista Severino Mejía.

Otro hecho delictivo estremecedor ocurrió la semana anterior en un intrincado paraje de la occidental Comarca Ngabe Buglé, el cual opacó al anterior por tratarse de un supuesto ritual de exorcismo que dejó siete víctimas mortales, la mayoría niños, y varios heridos.
Un somero análisis del escenario en la apartada aldea de El Terrón, ubicada a varias horas de camino de la más cercana urbanización, arrojó que los 300 habitantes integran un corregimiento de tres mil 968 personas, de las cuales el 91,7 por ciento son pobres, e incluso gran parte está en la indigencia.

A su vez esa Comarca, la mayor concentración indígena del país, encabeza las estadísticas nacionales de pobreza y más allá de las cifras, sus pobladores sobreviven en medio de parajes selváticos, montañosos y sin vialidad, donde en la educación predominan las escuelas-ranchos y el acceso a la salud está a kilómetros de distancia.

La precaria agricultura de sobrevivencia provoca desnutrición infantil, en medio de una alta natalidad, en tanto enfermedades, epidemias y accidentes, principalmente las mordeduras de serpientes venenosas, completan un teatro hostil propicio para la proliferación de sectas y fanatismos religiosos.

En una crónica desde el lugar, el diario La Prensa señaló que el asesinato a través de un siniestro rito, “dejó al descubierto el verdadero rostro de ese diablo: el abandono y la pobreza de un pueblo que forma parte del territorio de un país que maneja presupuestos anuales por encima de los 23 mil millones de dólares”.

El demonio que sí habita en El Terrón, fue el título del periódico que resumió así la realidad del remoto sitio, e hizo un paralelo con la nación “que se jacta del crecimiento económico, que alardea de su sistema financiero y de los rascacielos de concreto y vidrio que intentan llegar al cielo”.

La Joyita y El Terrón reflejan el colapso de un sistema donde el culto al mercado y al dinero volvieron la espalda a quienes son actores sociales poco útiles para los intereses de la escuela neoliberal, pero alimentan así el abismo entre ricos y pobres: Panamá es el sexto país más desigual del mundo.

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