Omar Torrijos, el general que se resiste al olvido

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General Omar Torrijos Herrera.
Este año se cumplen 36 años de la trágica muerte del hombre que dirigió el país por 11 años.

Por Ana María Pinilla V.

Justo después de transmitir la noticia, el televisor de Sonia Puelba explotó.

Ella no sabe si fue el aguacero del 31 de julio de 1981 o el hecho en sí mismo, lo que hizo que el viejo aparato estallara en chispas y humo.
Pero ni la explosión ni los gritos de los vecinos evitaron que se quedara parada, atónita, fría, con la cara sumergida en lágrimas en medio de su apartamento de Nuevo Chorrillo: el general Omar Torrijos había muerto. Su avión se estrelló en el Cerro Marta, en Coclé.

Manuel Orestes Nieto

“Ronald Reagan jamás le perdonaría a Omar la osadía patriótica de quitarle un Canal, que él creía suyo y de los estadounidenses”.

Del ensayo “país o rapto”

Ella no recuerda lo que dijo en ese momento ni cuánto tiempo estuvo de pie. Sólo recuerda que se llevó las manos al pecho por el dolor. Torrijos, la especie de todopoderoso que lideró la hazaña de revertir el Canal, que abrió las puertas para pensar otro tipo de país, yacía en una avioneta destruida en la selva. Para ella, él era su “patriota”.

Mientras Sonia lloraba a su general, otros lloraban al amigo. El escritor Gabriel García Márquez desistió de participar del funeral a Torrijos, porque, según él, a su amigo —quien le consiguió pasaporte panameño para esquivar los controles estadounidenses y estar en vivo en la firma de los tratados Torrijos-Carter— no lo podía despedir, sino simplemente recordar. Porque así, decía, se le trataba a un amigo.

En la memoria
Hoy, 36 años después, el recuerdo de Torrijos es motivo de debate algunas veces y razón para el olvido en otras.

Ya superado el shock del televisor explotado y la noticia fúnebre, Sonia labora ahora en la Cooperativa de Servicios Múltiples Omar Torrijos, fundada hace 20 años.

“No olvido al general, aunque se empeñen en recordarlo solo para hablar mal de él. Él ayudó a tanta gente”, exclama con el ceño fruncido la mujer, delgadísima, trigueña, cabello corto gris, cuatro hijos, viuda.
“Omar recorría estos barrios miserables a pie, repartiendo manzanas, hablando con los chiquillos, mandándolos a estudiar, a los adultos a trabajar. Era un hombre de otro tiempo, otro mundo. Todos le pedían y él daba”, asegura.

La Cooperativa de Servicios Múltiples Omar Torrijos es una especie de túnel del tiempo. Allí, el general está presente en cada esquina. En la entrada hay un cuadro con una fotografía a colores que lo muestra serio, con la mirada al frente y su típico sombrero verde militar. Donde se voltee a ver, hay alguna memoria suya. No lo dejan morir.

El hombre

Omar Efraín Torrijos Herrera nació el 13 de febrero de 1929, fue el sexto hijo de José María Torrijos, un docente oriundo del Valle del Cauca en Colombia y de Josefina Herrera, veragüense. Creció en una casa humilde, multitudinaria (eran doce hermanos). Sus padres daban clases en los caseríos de Santiago de Veraguas, en la Escuela Normal de Santiago “Juan Demóstenes Arosemena”.

“El indio Omar” llegó a la Academia Militar de San Salvador a los 15 años de edad y regresó a Panamá como teniente coronel segundo, uniéndose a la Guardia Nacional en 1952. En los años 60, se casó con Raquel Pauzner.

“Ese Omar era un berraco, todos creían que quien pretendía a Raquel, era Ricardo de La Espriella pues él la pasaba a buscar, llevaba traía a todos lados, pero enviado por Omar. Él sabía que su condición de soldado plebeyo le dificultaría el acceso a la familia Pauzner”, cuenta Luis Cedeño, dirigente social de aquellos años.

Aunque Torrijos al final pudo entrar a la familia, su recuerdo es vago en televisión, en carteles, en películas y en sus propias obras.

Un ejemplo de ello es el domingo 26 de junio de 2016, cuando se inauguró la ampliación del Canal. Se lo mencionó en el último discurso, en las esclusas de Cocolí. Para las celebraciones del centenario de la vía interoceánica en el 2014, el presidente Juan Carlos Varela no lo nombró ni invitó a su familia.

La piscina pública que fundó y llamó “Patria” desde hace unos años lleva el nombre de una nadadora, y el estadio “Revolución” hoy se llama arena Roberto Durán. El aeropuerto de Tocumen dejó de llamarse Omar Torrijos después de la invasión de EE.UU. Le sobrevive un barrio en San Miguelito, el Torrijos–Carter, y un parque en el que se jugaba golf y que sus opositores intentaron nombrar parque Héctor Gallegos.

Omar Torrijos fue militar, líder de campesinos, amigo de empresarios, estratega y mujeriego. Más padre de hijos ajenos que de los suyos. Mil vidas en 52 años. Para algunos, incluso, llevó la de “un dictador panameño”.

“Panamá pasó por tres independencias: la de la Corona española, la de Colombia, la Estados Unidos con la recuperación del Canal, y de su territorio ocupado por bases militares estadounidenses, si Simón Bolívar fue responsable de la primera, la última es una realidad gracias a Omar Torrijos”, matiza el periodista e historiador Mario Castro Arenas, de la Sociedad Bolivariana de Panamá.

—¿Errores? ¡Sí, también los tuvo Alejandro magno o Napoleón Bonaparte! A hombres como Omar, hay que verlos en dimensión universal–, dictamina.

Los pasos prohibidos

Omar Torrijos fue un atrevido, para la izquierda y la derecha. Amigo de Fidel Castro, pero de buenas relaciones con Carlos Andrés Pérez. Para el patrullaje internacional, buscó apoyo en Europa y en el bloque soviético, pero también en los militares del Cono Sur. No hizo a un lado a Salvador Allende y ofreció asilo a perseguidos políticos de Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay. También dio apoyó las luchas centroamericanas a través de los vuelos del Aleph de José de Jesús Martínez, el apoyo a Hugo Spadafora y las relaciones con agentes de inteligencia a nivel global, como Manuel Antonio Noriega.

Se paseó por el mundo gritando cuán duro era ver una bandera extranjera flameando en el corazón de un país. “Miren este caso: Panamá limita al norte con el atlántico, al sur con el Pacífico, al oeste con Costa Rica, al este con Colombia y en el centro con los gringos. ¿Qué situación es esa?, por eso, comenzamos un proceso de liberación, porque yo no le pienso dejar al país un territorio ocupado”, decía con la voz rasposa y vernacular.

De lenguaje común, hacía uso de su carisma que endulzaba hasta a las damas de la alta sociedad panameña. Era conversador e impredecible.
Cómodo entre campesinos y lejos de las formalidades que su destino le había impuesto, muchos lo recuerdan como un hombre observador, sin discursos, distante de las promesas y fanático de las acciones. Celia Gasnell, su asistente personal, coincide con esa descripción ahora, mientras se toma un café con La Estrella de Panamá.

Calzados prestados

Al general Omar Torrijos le gustaba caminar, pero no le gustaban los zapatos nuevos. Los compraba y pedía que alguien de talla 9, como él, los usara primero, para acomodarlos.

Uno de los que le hacía el favor a Torrijos era el esposo de Celia, ahora de cabello gris que delata sus 70 años. La mujer abre con precaución una serie de carpetas con fotos, recuerdos originales y escritos de Torrijos que la trasladan a su pasado, cuidando que no derramen algo en la mesa. “Fui testigo —dice de inmediato— de la época más significativa de nuestro país”.

“Acompañé a todos lados al general”, confirma mientras muestra una foto de ella con Torrijos, sentados dentro de un avión, él con habano en mano, trago de whisky Swing en la otra, inclinado con media sonrisa, y ella con una sonrisa amplia.

“Torrijos estuvo varias veces en mi casa de Santa Marta de Chanis. Sólo a él mi mamá le permitía que le abriera la paila para ver qué había de comer”, recuerda Celia.

Apenas comenzaba a raspar el concolón de la paila, el general, de 1.80 metros, le gritaba a Celia: “ven negra, que está bueno”, aun cuando sabía de antemano su respuesta: “¡ay no, mi general, a mí no me gusta el concolón!”.

Torrijos comía el platillo que él solía llamar “el APC’ (arroz, poroto y carne) con chicha y agua. En la casa de la familia de Celia Gasnell se sentía seguro. Allí esperó que dejara de llover para ir a buscar a Yosip Broz Tito, el presidente de Yugoslavia. También desde una de las habitaciones de esa casa llamó para designar en responsabilidades a Aristides Royo y Ricardo De La Espriella.

Celia sigue revisando sus archivos hasta que encuentra una foto original del momento en que se firmaron los tratados Torrijos-Carter. Recuerda que Torrijos estaba ansioso por entregarle la firma al pueblo panameño. Ya después de los actos, en privado, dice Celia, el general lloró.

Como buena secretaria, todavía guarda las tarjetas que Omar Torrijos y James Carter usaron para leer sus discursos en la plaza 5 de Mayo en 1977, el programa de actividades del patrullaje de agradecimiento luego de la firma. Celia se guarda todo, menos el derecho de contar cómo ella, una panameña común, presenció de cerca la vida y obra de uno de los hombres más amados y odiados de Panamá.

Al general Omar Torrijos se lo encuentra entre las anécdotas de la gente, entre el andar de Perejil o Calidonia, conversando con el vendedor ambulante, el profesional de clase media o el taxista.

Hernán Santos, un capitán jubilado que conoció a Torrijos desde muy niño y luego fue su escolta, dice que el general siguió siendo su jefe hasta después de su muerte.

Cuenta que incluso, ocho años después de fallecer, “el viejo” le salvó la vida.

“Para la invasión en 1989, cuando ya no había más que tratar de salvarse, tomé un cuadro con su fotografía del general Torrijos de la Casa del Recuerdo de los jubilados. Caminé con el cuadro en los hombros, me tapaba la cabeza, el corte de pelo militar. Caminé por toda la 5 de Mayo, pasando frente a un grupo de soldados gringos que en vez de detenerme me dijeron: ¡oh, gran hombre el de esa foto! Logré salvarme, porque pensaron que estaba saqueando una foto de mi general”.

Ese cuadro, con el que Torrijos revivió para salvarle la vida, está colgado en su casa.

Tal vez, dice Santos, ese es uno de los pocos rincones en el que Torrijos todavía no ha sido olvidado.

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“Lo único que hacía enojar a mi general Omar Torrijos era la mentira”,

Celia Gasnell
Asistente personal de Omar Torrijos

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