La transformación estructural de la vida pública 2.0
¿Traerá la era digital más participación ciudadana o una disgregación de la vida pública? Habermas reloaded.
Por Christoph Neuberger (1964, Stuttgart)
Catedrático de Ciencias de la Co-municación, especializado en la trans-formación de los medios de comunicación, en el Instituto de Ciencias de la Comunicación e Investigación de los Media de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich. Estudia los cambios experimentados en la esfera pública y el periodismo debido a Inter-net.
Manuel Wendelin
Colaborador científico del Instituto de Ciencias de la Comunicación e In-vestigación de los Media de la Univer-sidad Ludwig-Maximilian de Múnich. En su tesis se ocupó de la medializa-ción de la esfera pública (2011).
Hace exactamente medio siglo, en el año 1962, apareció el libro de Jürgen Habermas Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Ninguna otra obra ha tenido mundialmente tanta influencia en la discusión sobre lo público como la tesis de habilitación del erudito de Marburgo. Habermas analizó el surgimiento de una esfera pública burguesa en el siglo XVIII: la discusión entre ciudadanos con los mismos derechos, que analizaban críticamente cuestiones de interés público, era para él la imagen ideal de la vida pública. Más tarde, según Habermas, se produjo una apropiación de lo público por parte de fuerzas políticas y económicas. En la prensa y la radio, asimétricos medios de comunicación de masas, se privó a los ciudadanos de participar de forma libre y espontánea en los debates públicos.
En realidad, podría suponerse que Habermas celebraría la aparición de Internet: nunca antes un medio había hecho tan fácil la amplia participación de los ciudadanos en la comunicación pública. Sin embargo, para Habermas el único mérito de Internet es que permite evitar la censura en Estados autoritarios. Por el contrario, cuando se trata de Estados liberales, se muestra más bien escéptico: Internet fomenta la igualdad, pero origina una fragmentación del público debido a la inabarcable abundancia de la oferta. A su juicio, la red no puede oponer nada a las fuerzas centrífugas, ya que no hay intermediarios periodísticos que seleccionen, redacten o sinteticen las noticias dispersas.
Con este análisis, Habermas sin duda subestimó el radical cambio mediático que supone Internet y su potencial público. La esperanza de una mayor y más eficaz participación de los ciudadanos en la comunidad política que, desde mediados de los años noventa, se asocia con Internet, no ha sido vana. Sobre todo medios de comunicación sociales como Facebook, Twitter, YouTube y los blogs han contribuido a que los usuarios de Internet no sean sólo receptores sino asimismo emisores. En Internet los ciudadanos tienen más posibilidades de desarrollar un contrapoder mediante la crítica pública: pueden descubrir interactivamente sus intereses políticos comunes y coordinar su acción pública a través de peticiones, protestas y boicots. En el caso de plagio del ministro de Defensa alemán Karl-Theodor zu Guttenberg, que acabó con su dimisión, los usuarios de Internet buscaron conjuntamente en una wiki fragmentos plagiados en la tesis doctoral de Zu Guttenberg.
Internet reúne una gran cantidad de información y todo el espectro de las opiniones. Gracias a ello, en principio, aumentan la transparencia y la posibilidad de trabar conocimiento con distintos temas y posiciones. Pero es cierto que también puede ocurrir lo contrario. Ésta es la objeción que expuso asimismo Habermas: la tesis de la fragmentación afirma que en Internet la opinión pública se desintegra porque, debido a la cantidad de la oferta y a la selección activa según los propios intereses, la atención ya no se ve enfocada a temas concretos, como es el caso en los tradicionales medios de masas. Esto imposibilitaría una agenda común, que es una condición necesaria para formar una opinión pública que funcione.
No obstante, las investigaciones han mostrado una y otra vez que no hay grandes diferencias a la hora de juzgar la relevancia de los temas entre los conectados y los desconectados, ni entre los que usan mucho o poco Internet. Además, los análisis de contenido indican que en los blogs y en Twitter la mayoría de las veces se retoman y se siguen discutiendo los temas de los medios de masas. Esto es una prueba de que también en Internet los temas son impuestos por los medios establecidos y que éstos contribuyen a que no se desintegre la opinión pública. Más justificada parece la preocupación de que en Internet los defensores de opiniones distintas ya no se enfrentan entre sí porque se forman grupos homogéneos de personas con las mismas ideas que se aíslan del resto. Faltan, pues, en Internet lugares en los que se debata el discurso público. El gran desafío de Internet es que esos discursos tengan lugar y que los adversarios respeten las reglas del debate. Habermas ha establecido los criterios que debe satisfacer el discurso público. Éstos son, además de un espíritu abierto a actores y temas, la consideración de los puntos de vista del otro, la racionalidad de la disputa y el respeto mutuo de los adversarios. La pregunta de si estas exigencias se pueden cumplir en Internet no se puede responder de manera general. Lo que sí es importante, en todo caso, es que los foros sean moderados por alguien.
Hasta ahora, Internet sólo ha servido, sin embargo, más bien para campañas de movilización de adeptos y para plantear exigencias. La Primavera Árabe ha demostrado que Internet es un medio adecuado para la coordinación y la realización de protestas: en Túnez y Egipto los manifestantes utilizaron (con éxito, a pesar de los intentos de los gobernantes de controlar Internet) Facebook, Twitter, YouTube y blogs para informar al extranjero y para sacar a la calle a sus conciudadanos.
Pero Internet era sólo un escenario de las protestas: la presencia de los manifestantes en las plazas y la información de medios de masas más antiguos, sobre todo la televisión, fueron como mínimo igual de importantes. Internet tuvo también un papel muy relevante en otros movimientos políticos, por ejemplo en el Occupy Wall Street o en protestas locales, como en el caso de Stuttgart, donde los enemigos y los partidarios de la construcción de una estación de ferrocarril se organizaron a través de medios de comunicación sociales.
El acceso técnico a lo público se ha vuelto más fácil, pero eso no quiere decir, ni mucho menos, que se nos tome en cuenta o tengamos alguna resonancia. También en Internet, unos pocos proveedores concentran la mayoría de los usuarios, mientras que numerosos sitios web en la long tail de Internet son visitados muy rara vez. Esto nos lleva a las siguientes preguntas: ¿hasta qué punto es permeable la esfera pública en Internet? ¿Qué posibilidades hay de que temas y opiniones se muevan también “de abajo arriba”? El movimiento “de arriba abajo” es sin duda también dominante en Internet, como muestran muchos estudios. Los temas y las opiniones de los grandes sitios web periodísticos son retomados y difundidos por el público. Y, sin embargo, la permeabilidad “de abajo arriba” en Internet es mayor que en la prensa y la radio. Informes de testigos oculares, grabaciones de video explosivas y filtraciones de información interna que pueden desencadenar escándalos tienen más posibilidades de alcanzar un público más numeroso.
Internet no conduce automáticamente a un aumento de la democracia. Para que así sea, una primera premisa es que los ciudadanos estén dispuestos a participar en las discusiones públicas. Pero esta disposición es ciertamente limitada: en el marco de un proyecto de investigación de la Universidad Técnica de Ilmenau, se observó exhaustivamente la participación de los ciudadanos en Internet entre los años 2002 y 2009. La conclusión fue que en Alemania sólo una pequeña minoría se expresa políticamente en Internet. Este resultado confirma la preocupación de que Internet agudice incluso la desigualdad social, porque los que aprovechan sus posibilidades son sobre todo los grupos de población ya de por sí privilegiados. Algunos estudios sobre la tesis de la “escisión digital” dan a entender que el acceso a Internet y la competencia en el uso del medio digital dependen de factores tales como ingresos, educación formal y edad. Esto es válido tanto para la recepción como para la participación comunicativa. Por eso es de temer que se produzca una profunda grieta en el tejido social, no sólo en lo que se refiere a los conocimientos, sino también a la participación. Estos mecanismos de exclusión no son nuevos: a la esfera pública burguesa del siglo XVIII sólo tenía acceso una pequeña clase de hombres cultos y adinerados.