La mala atención de los panameños
Por Greisy García Conte
Si bien los panameños opinamos que en calidad de atención nos quedamos cortos, respecto a otros países, he escuchado algunos comentarios que me resultan inquietantes. Si una persona es amable, enseguida deducen que es extranjera. ¿Por qué piensan que no podemos ser amables, eficientes, competitivos y serviciales?
Personalmente, me han dicho en varias ocasiones que no parezco panameña, porque soy agradable y amable. Más allá de los halagos, esos comentarios dejan mucho que pensar, sobre la forma en que nos proyectamos en el ambiente laboral nacional e internacional. Y lo peor de todo, es que algunas veces, esas críticas provienen de los propios panameños, y no sólo de los visitantes extranjeros.
Pero, ¿por qué sucede esto? La verdad tengo varias consideraciones y teorías al respecto.
Si vamos a lo básico, todo inicia con la educación en casa. Si desde pequeños los niños creen que todo se lo merecen y les llega fácil, en la calle van a exigir lo que según ellos se merecen. Esa actitud arrogante va en contra de la amabilidad, donde no se exige, sino que se piden las cosas. Esto influye en la actitud poco cordial, ya que no están acostumbrados al trato respetuoso, sino a exigir, y ello choca con la crianza, la empatía, y se vuelve una costumbre.
Es importante reconocer que la mayoría de las personas en el sector de servicios en Panamá (y en cualquier parte del mundo), no posee la mayor educación universitaria. Hay que tener en cuenta dos cosas que determinan la actitud de estas personas. La primera es la educación en casa, que se desvanece con la desintegración familiar. En muchos hogares, la madre trabaja todo el día para llevar la comida a la mesa y la figura paterna es inexistente. Si ambos padres deben trabajar para sacar adelante a los hijos, lo más seguro es que ningún de ellos tome el tiempo de enseñarles valores de honestidad, respeto y tolerancia. Si no lo conocen, ¿cómo pueden practicarlo?
La segunda oportunidad para aprender valores radica en las escuelas, pero falta ese tipo de enseñanza en colegios públicos y particulares. Si no se prepara a los alumnos a comportarse correctamente ante los demás, a respetar lo que no es de ellos y a los compañeros, ¿dónde pueden aprenderlo? Hoy, hay una brecha que separa a docentes de la formación integral de los estudiantes. Al llegar a la universidad, quienes carecieron de una educación transformadora, sienten que lo saben todo y desconocen el significado de la responsabilidad, el mérito personal y la calidad en el empleo que ejercen.
Las cosas se agravan si la persona que encuentra una plaza de trabajo ha sido abusada, en su casa o por sus compañeros de escuela. Muchos de esos individuos están casi siempre a la defensiva. Cuando un extraño los interpela por fallas o demoras en el servicio, la respuesta suele ser cortante y altanera, lo que se traduce en grosería y mala atención a los clientes y usuarios.
En resumen, esa es una cadena de hechos negativos que viene desde la niñez y puede afianzarse en comportamientos inamistosos. Desde pequeño, el ser humano imita lo que ve a su alrededor, por lo que si crece viendo actitudes altaneras, arrogantes y hostiles, es propenso a imitar esas realidades en otras circunstancias de su vida.
Para conseguir un cambio real, a largo plazo, hay que apelar a la familia, que es el núcleo de la sociedad. Ello implica el desarrollo de programas y políticas públicas para el fortalecimiento familiar, comunitario y educativo, lo que a su vez tendrá impacto social en las nuevas generaciones de panameños. De esa forma, tal vez haya resultados alentadores en el futuro.
De todas maneras, nunca es tarde para cambiar. ¡Claro que se puede cambiar! En ese sentido, es válido recordar el proverbio: “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”. Esto implica, además, no abusar de nadie, si no quieres que te traten peor. Es muy difícil que una persona maltratada responda de buenas maneras, pero es más fácil que si tratas amablemente a alguien, te responda de la misma manera y con gestos de reciprocidad.
El cambio de conducta que podemos hacer ahora, es en nosotros mismos y en la forma cómo tratamos a los demás. Cada uno puede hacer la diferencia, ya que la mejor forma de predicar es con el ejemplo. Pero, no cabe duda: necesitamos construir un país en el que haya más cultura, apego a los valores humanos y solidaridad.