Falta de una política migratoria abre la puerta al caos

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El aumento del flujo migratorio ejerce presión sobre las fronteras de Panamá.

Falta de una política migratoria abre la puerta al caos

Por Marco A. Gandásegui, (hijo)
Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA).

La realidad migratoria panameña es un problema político con ramificaciones sociales y económicas. Los inmigrantes llegan por vías aérea y terrestre. En su gran mayoría son centroamericanos, caribeños, así como de Colombia y Venezuela. No hay que ignorar el gran número de norteamericanos y españoles. Hay un motor que impulsa la migración: el factor económico. La presencia de estos inmigrantes, y la política plagada de corrupción de los gobernantes, genera preocupación entre los diferentes estratos sociales del país.

La arrogancia de los norteamericanos, el elemento colonial que acompaña a los peninsulares y la lucha cotidiana de los latinoamericanos por encontrar un espacio decente en el país, crean anticuerpos que muchos observadores denominan equivocadamente xenofobia.

En realidad, el fenómeno de la inmigración no es nuevo, ni constituye peligro para Panamá. Los pocos textos que existen sobre los tres siglos de vida colonial panameña (1500-1800), nos hablan de una constante transformación demográfica del istmo. Los funcionarios y aventureros españoles y sus aliados coyunturales llegaban en oleadas a Panamá a especular con las enormes riquezas que transitaban por la ruta interoceánica. A mediados del siglo XIX, EEUU reemplazó al imperio español y construyó el ferrocarril transístmico, trayendo europeos, centroamericanos y caribeños a nuestras costas. A fines de ese siglo, los franceses intentaron construir –sin éxito– un canal a nivel provocando una nueva transformación demográfica. Quizás el movimiento humano más grande fue durante la construcción del canal a esclusas por EEUU, entre 1904 y 1914. Sólo la planilla de la empresa constructora contaba con 100.000 extranjeros insertos en un país con sólo 250.000 habitantes. Además de los trabajadores del Canal, llegaban a las costas panameñas otras decenas de miles de forasteros a probar suerte en medio del “boom” económico más grande de la historia del país.

Panamá no es una excepción. Las migraciones europeas a América dieron nacimiento a las metrópolis como Nueva York, Sao Paulo y Buenos Aires, entre muchas otras. A diferencia de otros lugares – quizás – Panamá no desarrolló una política de población para organizar a la masa de población que llegaba sin cesar al país. El siglo XX es un triste ejemplo de cómo fueron explotados los migrantes por especuladores locales y extranjeros. Esta realidad pareciera seguir siendo la regla en el presente siglo.

Pero, en la actualidad, hay otro tipo de inmigrante con el cual Panamá nunca tuvo que lidiar en el pasado. Se trata de la ‘trata humana’ que realiza EEUU con migrantes cubanos, haitianos y africanos (incluso algunos asiáticos) que son movilizados desde sus países al país del norte convencidos que encontrarán “el sueño americano”. Los caminantes de varios continentes son esquilmados por funcionarios y “coyotes”. En el caso de Panamá, las fronteras de Colombia y Costa Rica, supuestamente selladas por fuerzas policiales militarizadas locales –financiadas, entrenadas y armadas por Washington– se disuelven como mantequilla ante la ofensiva de quienes llegan con dinero o tarjetas de crédito en su camino a EEUU.

Las autoridades panameñas se declaran simpatizantes con los ‘transeúntes’ y le pasan el problema a la Iglesia católica que los atiende. En el fondo, todos –gobernantes, militares, periodistas y empresarios– saben de qué se trata. En vez de pedirle al gobierno de Washington que disponga de medios de transporte aéreo o marítimo para los que buscan llegar a Texas, se hacen los ignorantes y pecan de hipócritas.

Hay que exigir a los gobiernos de los países de la franja centroamericana, México, Brasil, Ecuador y Colombia la convocatoria de una reunión urgente de la OEA para tratar el asunto y encontrar la solución en forma expedita. El primer punto en la agenda es definir quién es el responsable de la llamada ‘tragedia humana’ que afecta a miles de caminantes. ¿Por qué Washington obliga a los países vecinos de la cuenca del Caribe a jugar con las vidas de miles de familias que quieren llegar a EEUU? La OEA puede discutir este problema con la seriedad que la situación demanda. Los cubanos, por ejemplo, que viajan por vía área a Ecuador con visas obtenidas legalmente en el consulado de La Habana, siguen su camino a pie hacia EEUU. Toman varios meses para completar el viaje, si tienen suerte. Si viajasen de La Habana a Miami en un vuelo regular, tomarían sólo media hora para llegar a su destino.

Un país sin política migratoria, como Panamá, abre la puerta al caos.

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