Hasta ahora, la teoría dominante que explicaba la desaparición de los antiguos pobladores de la remota isla era el ecocidio, la sobreexplotación de los recursos naturales. Sin embargo, un reciente descubrimiento desterró esta hipótesis, incrementando la incógnita sobre el pasado de la tribu creadora de los moáis.
Infobae
Ubicada en la Polinesia, en medio del océano Pacífico, la remota Isla de Pascua, además de ser una de las principales atracciones turísticas de Chile por su belleza natural, constituye uno de los destinos más enigmáticos del planeta. Durante años los arqueólogos estudiaron y debatieron acerca de las célebres moáis, las imponentes estatuas de piedra de unos 700 años de antigüedad que simbolizan el lugar.
Las enormes esculturas resultan el vestigio más notable que distingue a la misteriosa cultura ancestral de la etnia rapanui. Aunque para algunos también representan la propia extinción de la tribu. A lo largo del tiempo, muchas historias y mitos surgieron en torno a los residentes locales. Relatos que intentan comprender el por qué de la desaparición de una población capaz de idear y construir semejantes obras, superando las dificultades de deber transportar y emplazar a los gigantes petrificados.
Distintos estudios antropológicos, arqueológicos, genéticos y lingüísticos señalan que las figuras de piedra fueron erigidas por una civilización anterior a los que se encontraron el almirante Jacob Rogeveen y la tropa de holandeses a principios del Siglo XVIII cuando descubrieron el sitio, ya que su origen se estima más cercano hacia el año 1200. Poco se sabe de esta incógnita civilización y son varias las teorías sobre su desaparición. El declive demográfico, las enfermedades infecciosas o la esclavitud tras el contacto con los europeos fueron algunas de las razones esgrimidas. Y otra de mucha aceptación: la codicia por construir más moáis.
La principal hipótesis es el ecocidio. Los expertos interpretan que los habitantes de aquella época habrían sobreexplotado los recursos naturales y, como consecuencia, las fuentes de alimentos se volvieron insuficientes. La deforestación del lugar fue el principio del fin. Sin materia prima (árboles) no se podían fabricar más canoas para salir a pescar. La escasez de provisión marina generó un aumento de la presión sobre los cultivos, lo que a su vez aceleró la erosión del suelo provocando fracasos en las cosechas. Hasta ahora se creía que el colapso se ejecutó así. Sin embargo, una nueva investigación cambiaría toda especulación existente.
Un equipo de la Universidad de Bristol, en conjunto con especialistas de la Universidad de Hawai y de Binghamton, estudió los isótopos de carbono y nitrógeno en el colágeno presente en los huesos de los antiguos habitantes de la isla con el objetivo de saber qué comían. Los restos botánicos, humanos y animales conservados en el territorio Anakena y Ahu Tepeu les sirvieron para encontrar que los rapanui tenían conocimientos sobre agricultura como para superar la pobre fertilidad del suelo, mejorar las condiciones ambientales y crear un suministro sostenible de comida.
Los científicos descubrieron que más de la mitad de los nutrientes que había en los cuerpos procedían del mar: el pescado era una parte muy importante de la dieta rapanui. Además, identificaron que lo que obtenían del suelo provenía de terrenos enriquecidos, propicios para el cultivo, ratificando la hipótesis de que utilizaban fertilizantes. “Estas actividades demuestran una considerable adaptación y resiliencia a los desafíos ambientales, un hallazgo que es inconsistente con la teoría del ecocidio”, se apunta en la investigación.
“La quema del bosque nativo habría aumentado temporalmente la fertilidad del suelo en Rapa Nui, pero con el tiempo se habría perdido de nuevo esa fertilidad”, añaden. De tal modo, la pérdida de los bosques –era un ecosistema con un amplio espectro de árboles, arbustos, helechos y hierbas autóctonas– no fue realmente una catástrofe que desencadenó la desaparición. Los pobladores habrían podido lidiar con ello.
Catrine Jarman, líder del trabajo, añadió que además el descubrimiento “permite reconsiderar cómo las poblaciones prehistóricas interactuaron con su entorno sin depender de fuentes modernas”. Publicado en el American Journal of Physical Anthropology, el relevo destierra la narrativa dominante del ecocidio. Su propia impericia no habría sido su desgracia. ¿Qué fue entonces? Hasta el momento, nadie lo sabe.