Es imprescindible tener un enfoque de país, un diseño de futuro, para configurar un esquema de educación coherente con las metas elegidas. Ningún pedagogo que incite al copismo o a la mediocridad en la enseñanza debería estar cerca de una escuela o de un pizarrón en un aula de clases en Panamá.
La educación básica debe afianzar los cimientos de la sociedad, tanto en sus raíces y valores, como en disciplina de estudio y ética de comportamiento humano. La educación media tiene que garantizar el conocimiento en una sociedad incluyente y valorativa del potencial del individuo, en función de metas colectivas que deben pulirse en el ámbito de la educación superior.
Como parte de la visión de una Reforma Educativa integral, ya a finales de la década de 1970 se ponderaba la relación del mercado laboral versus la formación del personal en las escuelas del sistema educativo, en la relación causa-efecto. Ejemplo de ello fue el salto cualitativo en la estructura académica, con el surgimiento de los Bachilleratos Especializados.
La Educación Vocacional dejaba de verse como “de segunda”, o la enseñanza reservada para los brutos y pobres sin recursos. No menos importantes fue la ruta trazada para la formación tecnológica, con la creación de los Bachilleratos Industriales y Agropecuarios.
Sin duda, el surgimiento de los nuevos bachilleratos contribuyó a la preparación del personal para la producción agropecuaria e industrial y de técnicos requeridos en labores del área interoceánica y del propio Canal de Panamá, luego de que fue transferido a manos panameñas. Muchos jóvenes pudieron continuar ascendiendo los escalones de una Licenciatura en Ingeniería.
Esta visión se acompañaba con la creación de las escuelas agropecuarias y tecnológicas cercanas al productor, en el campo, para disminuir la migración de las comunidades rurales, pero permitiéndole acceder a los adelantos científicos que mejorarían sus niveles de productividad. Esos avances ayudaron a preparar a otros profesionales requeridos, pero sin negarles el derecho a continuar su superación hasta convertirse en profesionales idóneos.
Esa perspectiva educativa apostaba a la producción de alimentos y de bienes, en procura de bienestar y equidad. No negaba el crecimiento del sector servicios. En cambio, lo integraba a una sociedad equilibrada y soberana. Desde el nivel medio, el sistema educativo concordaba con una ruta autoseleccionada, que contribuía a unir teoría y práctica hasta alcanzar la educación superior.
En el presente, es posible identificar rutas de ingreso múltiple que lleguen a las profesiones liberales, pero es necesario reforzar los valores humanos y morales, las bases idiomáticas, científicas y los fundamentos culturales, al igual que el respeto a la naturaleza, el entorno y, sobre todo, al hombre y al derecho a la vida.
Ninguna sociedad puede arriesgar su futuro apostando a invertir en educación, sin tener claridad de hacia dónde se dirige, sin planificar y definir las metas colectivas. La posibilidad de cumplir un rol transformador hizo que la Reforma Educativa de finales de la década de 1970 fuese atacada y desarticulada por enemigos del desarrollo.
Las luces largas de las que hablaba Omar Torrijos y la consolidación del territorio servirían, entonces, para tratar de edificar una patria fuerte, a través de una Reforma Educativa que fue abolida antes de que pudiese ser emprendida. La derrota del gran esfuerzo en materia educativa condenó al país a años de atraso y limitó la capacidad de los pobres para prepararse y tener oportunidades.
Podemos comprobar esa verdad viendo, en retrospectiva, una educación en retroceso, con contenidos sin metas claras, excepto las de proveer mano de obra barata, de baja calificación, con el interés de servir al sector servicio y debilitar el andamiaje productivo en el agro y la industria, lo que afecta a los procesos de formación en el ámbito público en este país.
La eliminación de la Escuela de Aprendices, que sustentó la operación del Canal de Panamá por 100 años y que hoy genera la no existencia de personal de relevo para las operaciones canaleras, representa un desfase en la “panameñización” de la vía acuática. La pérdida injustificada de ese relevo ha sido aprovechada por algunos agentes económicos para proponer la tercerización de actividades ejecutadas durante décadas por personal de la ACP.
Sin duda, la enseñanza con calidad es un mecanismo insustituible para crecer, en lo personal y en lo colectivo. Si esa aspiración no se cumple en este decenio, sólo estaremos copiando modelos y experiencias que alimentaron metas en otras sociedades, pero no en la nuestra, y nos expondríamos al fracaso y a la descalificación.