Dagas solares y serpientes de luz en el inicio de primavera

Por Nadia Drake | National Geographic

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Dagas solares y serpientes de luz en el inicio de primavera

Durante su marcha por el cielo, el centro del sol cruza el ecuador terrestre dos veces al año.

Esta alineación celestial ocasiona el equinoccio: un día de luz y oscuridad de (casi) igual duración, cuando el sol sale precisamente en el oriente y se pone justamente en el occidente. Este año, los dos equinoccios ocurrirán el 20 de marzo y el 22 de septiembre.

Para la mayoría, el equinoccio simplemente anuncia el cambio de estaciones. En marzo, el equinoccio vernal marca el inicio de la primavera en el Hemisferio Norte y el otoño en el Sur, y lo contrario sucede durante el equinoccio otoñal.

No obstante, para muchas culturas antiguas de las Américas, los equinoccios eran algo más: un momento de celebración, de sacrificio, y de migración.

Durante milenios, observar la ruta cambiante del sol fue, a la vez, indispensable para la supervivencia y difícil de pasar por alto. El deambular celestial de nuestro astro presagiaba el inicio de las estaciones de crecimiento y cosecha, y anunciaba la llegada del invierno, de modo que no es raro encontrar una gran variedad de calendarios solares entre los artefactos de civilizaciones desaparecidas. Otras culturas mantienen vivas sus tradiciones, y aún realizan ceremonias vinculadas con el equinoccio.

Calendarios antiguos

Muchos han oído hablar del calendario maya, pero hay otros menos conocidos. En el desierto peruano, al norte de Lima, en un sitio llamado Chankillo, se alza un observatorio astronómico enorme en la cumbre de una montaña. Construida al menos hacia 500 a.C., la instalación es un complejo conjunto de 13 torres dispuestas en una línea norte-sur, como una columna vertebral.

Conforme el sol realiza su recorrido anual, sale y se pone entre las torres en momentos previsibles, apareciendo a la izquierda de la primera torre en el solsticio de verano, en el centro durante el equinoccio, y a la derecha de la última torre en el solsticio de invierno.

“Las torres de los extremos marcan los solsticios claramente, aunque el argumento a favor del equinoccio es más indirecto”, informa el arqueólogo Iván Ghezzi, del Instituto de Investigación Arqueológica de Perú, quien describió la conexión solar del sitio en 2007.

Aún se desconoce la identidad de los constructores del observatorio, pero como muchas culturas antiguas de las Américas, parecen haber rendido culto al sol. “Chankillo es mucho más que un observatorio astronómico –agrega Ghezzi-. El sitio era un centro ceremonial muy grande”.

Si bien sigue siendo, esencialmente, un enigma, Chankillo es uno de muchos ejemplos de estructuras que fueron alineadas con el equinoccio, como el círculo de postes de madera semejante a Stonehenge –un Woodhenge- en el sitio prehistórico llamado Cahokia, en el sur de Illinois, o las viviendas de tierra orientadas hacia características astronómicas que construyeron los skidi pawnee.

Luz, sombra y sacrificio

Pero a veces, no bastaba con marcar las alineaciones astronómicas, de modo que otro método antiguo para seguir las andanzas celestiales del sol consistía en utilizar luz y sombra para pintar imágenes particulares. En estos casos, la propia luz del sol hacía el trabajo, perfilando siluetas iluminadas o proyectando sombras. Un ejemplo es Chichén Itzá, donde los mayas crearon una escultura que se transforma en una serpiente resplandeciente durante el equinoccio, representando a su deidad Kukulcán.

Otra imagen de luz fue descubierta en 1977 cuando la artista rupestre Anna Sofaer exploraba los petroglifos del suroeste estadounidense. En la cima de Fajada Butte, Nuevo México, Sofaer encontró lo que se conoce como Sun Dagger (Daga del Sol), una marca calendárica creada con dos espirales talladas en la roca.

Durante el solsticio y el equinoccio de verano, las espirales son escindidas por una “daga” de luz cuando el sol atraviesa unas losas de roca; y llegado el solsticio de invierno, aparecen dos dagas en ambos lados de la espiral. O aparecían, porque las losas de piedra se han movido y las imágenes ya no se forman.

Este sitio se encuentra en el Cañón del Chaco, donde una civilización antigua prosperó durante milenios, hasta que abandonó su ciudad misteriosamente.

El hallazgo de enterramientos de osamentas de aves sugiere que los habitantes del Cañón del Chaco marcaban el equinoccio sacrificando guacamayos macao. Y no eran los únicos: al parecer, esta costumbre era muy común en la cultura pueblo del suroeste estadounidense y el norte de México.

“En muchas regiones del Nuevo Mundo antiguo, los guacamayos macao se asociaban simbólicamente con el sol y el fuego, quizás por su plumaje rojo y amarillo –dice el antropólogo Andrew Somerville, de la Universidad de California en San Diego, quien ha trabajado extensamente en un sitio llamado Paquimé, en el norte de México-. Tal vez el sacrificio de un símbolo del sol, en esta festividad solar, marcaba el fin ritual de la temporada de secas y precipitaba la llegada de las lluvias de primavera y verano”.

Tradiciones vivientes

Algunas tradiciones equinocciales de los nativos americanos siguen vivas.

Para los lakota del medio oeste de Estados Unidos, el equinoccio vernal no solo marcaba el inicio de la migración estacional en las Colinas Negras de Dakota del Sur, sino también una serie de ceremonias que daban la bienvenida a la vida en la Tierra y enviaban las almas de los difuntos a descansar brevemente en el centro de la Vía Láctea.

“Nuestro pueblo lo ha hecho así durante todos estos años”, informa Victor Douville, quien imparte un curso de etnoastronomía en la Universidad Sinte Gleska, en la Reservación Rosebud de Dakota del Sur. Douville agrega que, hace miles de años, los lakota notaron que, cada primavera, el sol sale en una constelación llamada Sauce Seco.

“Esas estrellas parecen brotes en la rama, y la rama representa al sauce rojo”, explica Douville.

La corteza interior de ese sauce rojo es el ingrediente principal utilizado para preparar el tabaco para la solemnidad equinoccial de la Pipa Sagrada, la cual simboliza la reavivación del fuego de la vida en la Tierra. Ese rito es el primero de una serie de cuatro ceremonias que culminan con la Danza del Sol, en el solsticio de verano.

Douville informa que, la próxima semana, los lakota llevarán a cabo la ceremonia de la Pipa; las otras tres se celebrarán conforme el sol pase por tres constelaciones adicionales.

Durante mucho tiempo, los eruditos pensaron que solo las sociedades agrícolas establecidas marcaban los movimientos celestiales. Sin embargo, los lakota, quienes siguieron a las grandes manadas de búfalos por el medio oeste de Estados Unidos, también sincronizaron sus desplazamientos con el movimiento del sol y las estrellas. Las tradiciones antiguas que acompañaron sus migraciones siguen vivas, y en algunos casos, aún prosperan en la Reservación Rosebud.

“Todavía tenemos con nosotros a los ancianos que saben de todo esto –dice Douville-. Y cuando mueran, aún tendremos nuestra lengua”.

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