Por Rogelio Mata Grau
Docente e investigador social
La historia de Araceli Julio, vocalista del grupo argentino de ska y reggae Satélite Kingston, conmueve más allá de las fronteras de su país. Su voz fue símbolo de resistencia, ternura y creación cultural. Pero su partida, marcada por la negación de un tratamiento oncológico vital, revela la cara más deshumanizada de las políticas de ajuste aplicadas por el gobierno de Javier Milei
Araceli no falleció solamente por el cáncer que enfrentaba. Murió porque el Estado argentino, en nombre de la ”libertad de mercado”, le negó el acceso a un medicamento que podía darle más tiempo de vida. El Trastuzumab emtansine medicamento antineoplasico necesario para tratar el cáncer de mama HER2 positivo metastásico, le fue suspendido en un ajuste económico brutal que afecta a miles.
Desde Panamá, observamos con preocupación lo que ocurre en Argentina, porque también sentimos en carne propia los efectos del neoliberalismo impuesto como dogma. Cuando la salud pública se convierte en un gasto prescindible, cuando la cultura se reduce a entretenimiento y cuando el dolor humano no conmueve a quienes gobiernan, estamos ante una crisis de civilización.
Araceli había denunciado esta situación públicamente. Incluso logró un fallo judicial a su favor. Pero el Estado apeló. Se impuso la lógica de la motosierra libertaria: cortar sin mirar, recortar sin piedad. Y así, la vida de una artista se apagó en medio de una batalla desigual entre el derecho a vivir y un modelo económico insensible y criminal.
Su muerte, lejos de silenciarse, debe transformarse en bandera. Porque ella representa a todos los que hoy en América Latina y en Panama son víctimas de recortes presupuestarios, abandono institucional y desprecio oficial.
¡Qué el nombre de Araceli Julio siga sonando, no sólo en sus canciones, sino también en nuestras luchas! ¡Qué su voz no haya sido silenciada en vano!




