La Policía Nacional de Panamá acaba de cometer un grave desliz, al expresar su solidaridad con el cuerpo armado que en Colombia asesina a mansalva. A través de un video institucional, agentes policiales panameños manifiestan su apoyo a tropas acusadas de crímenes y torturas contra la población civil, y de la desaparición de centenares de jóvenes manifestantes.
La Policía Nacional tiene funciones ejecutivas definldas, pero no es deliberante en las decisiones de Estado. Por tanto, ese pronunciamiento temerario a favor de represores cuestionados por su alto grado de brutalidad, deja mal parado al Ministerio de Relaciones Exteriores de Panamá, que tiene facultades constitucionales para dirigir la política internacional y coadyuvar en iniciativas de diálogo y avenimiento.
Al tomar partido a favor de las fuerzas de represión en el vecino país, Panamá queda automáticamente descartada como posible veedor oficial en una iniciativa en la que participen amigables componedores. Sería un grave error que Panamá se convierta en aliado del crimen. Por ello, es indispensable que el presidente de la República Laurentino Cortizo, exija la inmediata renuncia del jefe de la Policía Nacional, Gabriel Medina, quien se ha extralimitado en sus funciones y desafía el orden jurídico, al sobrepasar al Ministerio de Seguridad y la Cancillería.
Desde hace algún tiempo, los sectores sociales ven con preocupación el adiestramiento de agentes panameños en academias militarizadas en Colombia, en las que se enseñan las mismas tácticas de terror que eran impartidas en la Escuela de las Américas, que fue clausurada en cumplimiento de los Tratados del Canal “Torrijos-Carter”, firmados en Washington el 7 de septiembre de 1977, que marcaron el final del colonialismo.
El exabrupto descrito obliga a reconocer el valor del torrijismo, en contra de la supeditación a las fuerzas extranjeras recostadas sobre arsenales de exterminio. En ese sentido, conviene recordar la carta que general Omar Torrijos envió al senador estadounidense Edward Kennedy, el 7 de mayo de 1970, para advertir la necesidad de un cambio de conciencia en las fuerzas militares en Latinoamérica:
“No recuerdo, hasta hoy, un solo incidente, en los tiempos en que comandaba tropas especializadas en orden público, en que la razón no estuviera de parte del grupo hacia donde apuntaban nuestras bayonetas. Cuando era capitán, sofoqué un levantamiento guerrillero dirigido por jóvenes estudiantes y orientado por una causa justa. Fui herido. El más herido de mi grupo y también el más convencido de que esos jóvenes guerrilleros caídos no representaban ni el cadáver ni el entierro de las causas de descontento que los había llevado a protestar mediante una insurrección armada. Pensé también, al leer su proclama, que, de no haber tenido el uniforme, yo hubiera compartido sus trincheras”.
Panamá debe volver a empinarse en el ámbito hemisférico, recuperar su estatura soberana, defender la identidad y la neutralidad, salir de la mediocridad y abandonar el sentimiento rastrero que parece anidar en oficiales que asumen el papel de brazo protector de la oligarquía, a cambio de prebendas y jugosos salarios, mientras el pueblo se hunde en la miseria y clama por una verdadera equidad.