La derecha está de vuelta en Latinoamérica

Redacción de Bayano

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Una serie de hechos rabiosos contra dirigentes populares y proyectos nacionales en el continente americano, confirmaron, en los últimos días, que América Latina encara un panorama complejo y, en cierta forma, de amenaza regresiva, que es necesario enfrentar.

La primera década y media del Siglo XXI representó para varios países de la región una estabilidad relativa, una convivencia democrática que dio paso a gobiernos de corte social que, contrario a los represivos de la segunda mitad del siglo XX, salvo excepciones honrosas, canalizaron energías juveniles, reclamos de movimientos sociales y detuvieron climas verdaderamente álgidos. Centroamérica fue pacificada, cesaron los golpes de Estado, se terminó la principal causa de reclamos entre Estados Unidos y Panamá, se impuso la convivencia de países con regímenes distintos, y en conflictos como el colombiano se comenzó a hablar de buscar la paz.

Bajo la divisa de poner en marcha “un proyecto de país” que cobijara a todos los ciudadanos, que mirase hacia adelante en la construcción de nuevos escenarios donde las posibilidades y las perspectivas para cada ciudadano fuesen ciertas, se fueron desarrollando procesos en los que se hizo prioritaria la institucionalidad por encima de la anarquía.

Tal escenario fue posible, primero, por las décadas de luchas y de sacrificios que empeñaran a varias generaciones durante el siglo pasado, a los cambios internacionales que fueron propiciando la búsqueda de puntos de entendimiento y que, finalmente, en la segunda mitad de los años noventa se resumieron en lo que se comenzó a conocer como el “Consenso de Washington”, donde la defensa de la democracia, un alto a la cultura golpista y la atención a la cuestión social ocuparon puntos cardinales. Fue clave en esa cita el rol de Estados Unidos, no sólo porque la región admitiera el papel decisivo de Washington en el mejoramiento de las relaciones políticas y sociales del continente, sino porque se reemplazaba a las tesis de confrontación por las propuestas consenso.

Parecía entenderse que todos, y por largo tiempo, viviríamos en esta región, y que el exterminio y la confrontación no eran alternativas. Los gobiernos progresistas que surgieron como resultado de las crisis que provocaron los viejos regímenes, dieron paso a proyectos sociales que terminaron por alejar a las oligarquías del poder, que en naciones como Argentina, Ecuador, Bolivia y Uruguay terminaron por moverse incómodamente en los estrechos límites que le dejaron las nuevas administración, pero sobre todo las decisiones de las ciudadanías en las urnas. No solo no hubo golpes de Estado, sino que nadie fomentó “tomas del poder” por las armas. Los panameños podemos decir que se ensayó esa especie de programa popular contrainsurgente del general Omar Torrijos en Panamá, que implicó puertas abiertas en la Universidad, Código de Trabajo para los obreros, tierras para los campesinos y posibilidades para las capas medias. Nunca, hasta 1968, el país había experimentado medidas tan progresistas como en aquel período.

Sin embargo, América Latina parece estremecida por una ola que afecta especialmente a corrientes progresistas que han gobernado en las dos últimas décadas. En Brasil, la estabilidad heredada de Lula llevó al poder por dos ocasiones a Dilma Rouseff; por casi 12 años los Kirchner administraron Argentina; Evo Morales ha llevado dos periodos consecutivos y en Ecuador Rafael Correa está por terminar su tercer mandato. ¡Qué no decir de Venezuela, que dirigida por Hugo Chavez Frías se convirtió en adalid de cambios progresistas!

Pero esa realidad parece estar por revertir y muchos son los que miran con aprensión “el retorno de los brujos”. La derecha está de vuelta, parece indicar la derrota del kirchnerismo en Argentina, las presiones a que ha sido sometido el gobierno brasileño, acusado de corrupción, la reciente negativa de reelección del electorado a Evo Morales, los bajos índices de aceptación que registra el gobierno de Uruguay, la tensión en Venezuela y las presiones a que se ve sometida la administración chilena de Michelle Bachelet.

¿Qué está sucediendo? No sería incorrecto decir que, además del examen de conjunto, las fuerzas progresistas deben revisar su situación. Llegadas al poder en medio de crisis de la que la derecha había hecho parte vital, el discurso progresista significó posibilidades y perspectiva para una sociedad asqueada de insuficiencias en medio de la abundancia; de medidas reaccionarias a los intereses de las mayorías. ¿Pero por qué ese poder no se ha hecho sostenible? Pasada esa etapa de embriaguez progresista, si bien maduraron escenarios relativamente favorables a las mayorías, las victorias de la derecha no parecen ser única y exclusivamente responsabilidad de ese sector. Baste decir que es una situación sobre la cual se deben elaborar criterios.

Hay que llamar la atención, sin embargo, sobre las proyecciones del retorno de la derecha, que en el caso de Argentina, Brasil, Venezuela y Chile, y seguramente que tampoco las de Uruguay y Bolivia, no esconden motivaciones revanchistas, como si su victoria expresara una hegemonía total en la conducta y pensamiento de las mayorías. No acaban de entender que el rejuego democrático por el que dicen estar, implica transparencia y juego limpio, porque fue la revancha y la venganza las que produjeron escenarios lamentables.

Es una conducta que se produce en momentos en que la región saluda y aplaude la posibilidad de un proceso de paz en Colombia, que por más de 50 años ha mantenido a ese hermano país en un desangramiento casi irremediable. Los gobiernos progresistas de las últimas décadas no sólo respetaron la institucionalidad, sino de los derechos de los sectores que integran las sociedades de la región. Es de esperar, que ese proceso continúe y que la llegada a los gobiernos de figuras como Mauricio Macri, no marquen un retroceso letal.

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