Entre los mayores retos en esta década, figura sin duda, la Educación. Ello corresponde a un tema pendiente, que debe ser abordado con criterios científicos para hallar soluciones efectivas y duraderas.
Las autoridades reconocen que el sistema de enseñanza pública muestra grietas y señales de agotamiento, y ha terminado por excluir expulsar a jóvenes que provienen de hogares empobrecidos, en los que las oportunidades de bienestar son escasas.
Esa realidad de exclusión impide a muchos treparse al carro del crecimiento económico en condiciones ventajosas. Por ese motivo, la respuesta educativa debe ser parte de la estrategia de desarrollo con luces largas.
Pese al alto nivel de inversión presupuestaria, la Educación en este país es blanco de críticas y constantes mediciones.
Panamá arrastra el costo de la derrota de la Reforma Educativa en la década de 1970 y ese es una realidad inocultable.
A ello se suma la incertidumbre provocada por el ensayo de educación virtual, en el contexto de la pandemia de Covid-19, que en 2020 detuvo la enseñanza presencial en los planteles educativos en diversos países.
Un cambio de paradigma en el ámbito pedagógico implica la construcción de un modelo que sustituya el débil enfoque conservador por otro de desarrollo integral y el pensamiento crítico en las escuelas.
La formación académica y la capacitación deben ser parte de un mismo proceso liberador. Urge dotar a los estudiantes de Cultura y capacidades técnicas para la vida, incluidos los valores humanos que afiancen la identidad nacional en Panamá.
