Atrapado en una política exterior vacilante y complaciente con Washington, el gobierno del presidente Juan Carlos Varela ha puesto en segundo plano el concepto de neutralidad que rige sobre la ruta interoceánica y resguarda el principal activo de la nación, que es el Canal de Panamá y sus áreas ribereñas. Ese comportamiento inconsecuente, desatinado y carente de objetivos a largo plazo, ha aumentado los riesgos y la vulnerabilidad de este país.
La adhesión de Panamá a la alianza bélica contra el Estado Islámico, conocida como ISIS, y la actitud inamistosa hacia el gobierno constitucional de Venezuela, no coadyuvan a la estabilidad. Por el contrario, son acciones imprudentes y generan desconfianza hemisférica en un país que durante el gobierno del general Omar Torrijos alcanzó gran prestigio y reconocimiento en la búsqueda de aliados anticolonialistas y defensores y constructores de la paz.
Torrijos elevó el nivel de las relaciones internacionales a través de la autodeterminación y la solidaridad continental. De hecho, rompió el bloqueo diplomático impuesto por Estados Unidos a Cuba, integró a soldados panameños a la fuerzas de paz de Naciones Unidas en las alturas del Golán, para evitar el derramamiento de sangre entre israelitas y palestinos, e inspiró la creación del Grupo Contadora, una instancia multilateral para la pacificación centroamericana.
Hoy, Panamá no es vista como el Estado audaz y valiente que fue en el contexto internacional. En vez de acoger en su suelo a notables pensadores e intelectuales, el gobierno panameño ha abierto sus puertas a forajidos y elementos desafectos a la causa universal de los pueblos, sin tomar en cuenta que ese comportamiento insensato y cómplice convierte a este país en blanco de acciones terroristas y de potenciales ciberataques contra instalaciones públicas y privadas.
El menosprecio al camino a la paz entraña un peligro de seguridad y los sectores políticos y sociales más críticos deberían ayudar a enderezar ese pésimo rumbo y recuperar el timón de las relaciones internacionales en manos de novatos de pacotilla y gente adocenada y sin escrúpulos. En ese proceso reflexivo, conviene responder con patriotismo en defensa soberanía nacional y recuperar la senda hacia la paz, para evitar a los panameños penosas y amargas experiencias.
Aunque no haya ocurrido aún, es bueno que se diga sin rodeos: Si Panamá presta su territorio, suministra recursos bélicos y pertrechos para desestabilizar a pueblos hermanos de la región, no sólo incurrirá en flagrantes actos hostiles, sino que vulnerará el principio de la no intervención y el ejercicio democrático. Asimismo, colocará en punto de mira a instalaciones vitales y al centro económico, lo que acarreará duras condenas, desaprobación y aislamiento político.