EDITORIAL: La Educación panameña entre cardos y espinas

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La Educación panameña entre cardos y espinas

La elección de un nuevo rector de la Universidad de Panamá trajo a la máxima casa de estudios una brisa refrescante, en medio de una crisis educativa convertida en el Talón de Aquiles del Estado. El acontecimiento universitario llega con retos para los promotores de un pensamiento crítico y pone a prueba la capacidad de encausar la enseñanza superior hacia objetivos científicos claros, la formación profesional y la investigación con fines de desarrollo.

Sin embargo, los intentos de transformar el sistema educativo agotado y en descrédito, enfrentan un difícil panorama dominado por obstáculos. Primero, sirve de muro de choque un andamiaje burocrático e improductivo, concepciones retrógradas y conservadoras, métodos de enseñanza arcaicos y falta de vinculación de la oferta académica con las prioridades del mercado laboral.

En segundo lugar, rige en este país una concepción de formar un contingente de empleados con mentalidad de saloneros o de sumisos dependientes de escritorio, desvinculados de las tareas nacionales y las prioridades científicas y tecnológicas. A ello se suma la deficiente formación pedagógica de docentes, a quienes se ha sustraído de una rigurosa actualización y de activas competencias internacionales para la transferencia de conocimientos en las aulas.

El sistema educativo panameño reproduce deficiencias y provee pocos resultados, debido a la forma como está estructurado y al lastre en que se convirtió la abolición del proyecto de Reforma Educativa, en la década de 1970, sin que fuese sustituido por otro modelo innovador y funcional. Los posteriores ajustes aplicados a la dimensión curricular y administrativa no generaron un aumento de capacidades y tampoco devolvieron a los estudiantes el derecho a organizarse para desenvolverse en un amplio contexto social

Ningún intento dirigido a transformar la Educación nacional ha generado resultados de impacto. Por el contrario, fueron instaurados procedimientos de exclusión de alumnos que terminan expulsados por las viejas guías de dirección escolar, mientras que se caen a pedazos planteles cuyos diseños recuerdan a vetustos claustros y salas de hospitales psiquiátricos donde la camisa de fuerza era un requisito para aplacar y disuadir a los jóvenes insurrectos.

Es imposible echar andar la maquinaria para una modernización educativa, cuando perdura en muchos docentes una concepción puritana, individualista y economicista, opuesta al pensamiento científico y social. La sede del Ministerio de Educación, donde deberían surgir las grandes ideas, sigue anclada en lo que antes fue una morgue colindante con un cementerio, y su futuro tiene algo de lúgubre. Falta un fuerte apoyo de la Universidad de Panamá y del Estado, para encarar esos temas pendientes y espinosos.

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