Del Omar de la grandilocuencia al Omar de lo pequeño

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Manuel F. Zárate P
Consejo Editorial
Bayano digital

Los 13 de febrero de cada año, los torrijistas revolucionarios celebramos el nacimiento de uno de los personajes más emblemáticos de nuestra historia, el Gral. Omar Torrijos Herrera, quien cierra al grito de “un solo territorio, una sola bandera” la etapa estratégica de sometimiento colonial del istmo, historia que cubrió 500 años de vida, pues no es hasta el 31 de diciembre de 1999 al medio día que pudimos cantar con la verdad patriótica en nuestras voces el verso de: ¡Alcanzamos por fin la victoria!, siempre con la esperanza irrenunciable de ver iluminar solidaria, próspera e independiente esa Nación completada, que vio la luz aquel día.

Si recurrimos a la importante literatura publicada sobre Omar Efraín, es fácil observar en sus textos a aquel gigante que enfrentó a la principal potencia imperial, con presencia militar en nuestras propias barbas, y que obtuvo por la vía negociada lo que solo era imaginable por la vía de la inmolación; y luego, al personaje que, para estos efectos reorganiza con sus virtudes y errores a un país, transformando la “caricatura” de República (como bien la calificó), en un sólido bastión dispuesto a encarar todas las eventualidades de la lucha emprendida. Pero nos preguntamos aún hoy, ¿Cómo fue posible esta empresa con un militar formado por rígidas escuelas dominadas por el Pentágono, destinadas a la defensa del estatus quo y la contrainsurgencia?… Es en este terreno donde se hace necesario pasar del Omar de la grandilocuencia al Omar de lo pequeño.

Visto en su trayectoria de simple ser social, nos encontramos con dos raíces importantes en Omar. Una, portadora del ADN de la historia ístmica, encarnada en las mejores tradiciones de lucha libertaria y anticolonial representadas en personajes que viven en el imaginario de la tradición rural, como son Bayano, Urracá, Rufina Alfaro (vista como leyenda o como realidad), Pedro Prestán, Victoriano Lorenzo, la mayoría encarcelados o eliminados coincidentemente en el laberinto de los pactos negociados y la traición.

La otra, portadora del contenido genético de una familia de maestros rurales, labrada con la moral cristiana del ex diácono José María Torrijos y la vocación de enseñanza y justicia de la educadora Joaquina Herrera. Estas dos fuentes hacen un sólido enlace molecular en el joven de aquel Santiago rural de los tiempos, donde privaba una de las mayores pobrezas del país, donde dominaba una oligarquía terrateniente autocrática y de ascendencia feudal que operaba por vía del despojo la acumulación primaria en el campo, pero también, donde se instalaba un centro privilegiado del pensamiento crítico nacional como fue la Escuela Normal J. D. Arosemena. Allí se fragua la primera nota de rebeldía de Omar, en las filas de la juventud revolucionaria estudiantil apoyando las luchas campesinas.

Cargado de rebeldía, llega a la principal metrópolis en los finales de su adolescencia y se le ofrece la oportunidad de concursar para acceder a un colegio militar, calificando holgadamente los requisitos exigidos. Así entra a la Escuela Militar Gral. Gerardo Barrios de El Salvador, un colegio sumido en iguales marcos doctrinales que los demás centroamericanos, pero con mayor tradición y fortalezas teóricas en la dimensión estratégica de la guerra. Es entonces cuando el impacto de la doctrina militar y disciplina de dirección y mando le introducen un nuevo “microchip” en su red neuronal, con miles de circuitos lógicos diferentes a los sembrados en su niñez y adolescencia, superponiéndose una renovada “verdad lógica” sobre la que el mismo llamaba “verdad íntima”, que nunca borró, si bien se adormeció.

Es por esta ruta que regresa como defensor del estatus-quo, preparado para la operación contrainsurgente de la doctrina de la Seguridad Nacional continental definida por Washington, tarea que calzó bajo el sello de la “obediencia debida” a sus superiores y de la nueva verdad lógica construida en el sujeto por la ideología del “Militarismo Tradicional”, entendido como lo describe el sociólogo Ignacio Sotelo (Alemania, 1977) en las páginas de los “modelos del militarismo latinoamericano”. No obstante, nada pudo contra la “verdad íntima” escondida, formada desde la niñez y más tarde en la Escuela Normal, viva en el silencio de la complicidad con el campesinado o el estudiantado y sus luchas populares antioligárquicas.

Esto último puede apreciarse con bastante claridad, aún antes del rompimiento institucional de la dictadura civil oligárquica, en 1968, cuando siendo Jefe de Zona en Chiriquí, ante el mandato de los terratenientes de reprimir a los campesinos llamados “intrusos”, ordenaba tratamientos humanos en el encarcelamiento de los dirigentes y se sentaba a dialogar con ellos. Muchos de estos fueron después, bajo su gobierno, líderes de asentamientos campesinos y de cooperativas agrarias de producción.

Está expresado igualmente en una de sus primeras disposiciones de transformación social –que se convierte en un factor acelerador del golpe militar de diciembre 69–, cual fue la proclamación del sindicalismo y la cuota sindical obligatorios; o cuando, después de un enfrentamiento de la Guardia Nacional con estudiantes por el alto costo de la vida (1975), que ordena parar, les hace llegar un mensaje escrito a sus dirigentes –con el grado de confidencialidad que correspondía– diciendo: “Nuestro gobierno (…) no surgió solamente contra unos gobernantes malos. Surgió también y, sobre todo, contra un sistema malo. Lo nuestro no es una rebelión. Quiere ser una revolución. Y esto es más difícil, porque los gobernantes se mueren, al fin y al cabo. Pero al sistema hay que matarlo. Aunque sea de poquito en poquito, para que no patalee demasiado” …

Lo cierto es que la llamada “Defensa Interna”, como parte de la “Seguridad Nacional” fue y es un reto complejo para todo militar de carrera con sensibilidad patriótica, pues su teatro de guerra no lo enfrenta a un enemigo externo sino a un connacional. El caso del Cap. Torrijos, comandando un pelotón hacia el Cerro Tute, Veraguas (1959), destinado a liquidar a nombre de aquella oligarquía terrateniente que combatió, un foco guerrillero integrado por amigos de su propia familia y en su propia tierra natal, era difícil de digerir. Salir herido desde los momentos del primer encuentro fue la carta que le salvó el absurdo; pero no salvó su impacto en la conciencia, en la que despertó la “verdad íntima” de su largo sueño inducido.

Otro episodio que le marca una huella indeleble es cuando se presenta por primera vez el enemigo externo en el escenario del enfrentamiento, el 9 de enero de 1964, y prohíben a la Guardia Nacional enfrentarlo, acuartelándola … No solo causó sismos en el pensamiento militar de este oficial, sino en el de varios otros con estudios superiores realizados en las tradicionales escuelas bolivarianas del Sur. Esto, unido al proceso de crisis política que le sigue, terminó por quitarle el velo a las dos tareas estratégicas puestas en el orden del día del país: la liberación nacional y la transformación de una democracia corrupta oligárquica, en una efectiva de participación ciudadana, de transparencia y justicia social.

El acto golpista del 15 de diciembre de 1969 hace culminar la metamorfosis de la conciencia militar, forjando la síntesis de estos dos objetivos a emprender. De alguna manera, la conspiración realizada por la alianza histórica de las fuerzas del atraso hizo enlazar en una sola bandera, las dos que se venían hilando con las luchas antioligárquicas y antiimperialistas; y se abren las grandes avenidas para liquidar el colonialismo, recogiendo el interés popular nacional, a la vez que construir la Nación que nunca se construyó. La circunstancia del crimen, por supuesto, cerró el paso hacia la concreción de esta segunda aspiración.

Si decantamos en nuestros días el material estéril y tóxico que estuvo mezclado con el virtuoso y productivo del proceso anticolonial, por efectos de las alianzas necesarias, y sacamos a relucir los valores nuevos producidos, podemos apreciar claros códigos principistas que definen el pensamiento del pudoroso militar. Son estos: el sentido de la equidad como ética, de la identidad como sentimiento de nación, del cooperativismo en la producción de riqueza, del diálogo pluralista como medio de construir el “poder democrático”, de la solidaridad, del patriotismo, de la renuncia a la opulencia y el egoísmo; así como también la idea del poder de la comuna territorial como fuerza motriz de base para la transformación nacional, del desarrollismo con justicia social en la esfera de la economía, de la independencia y la soberanía de los pueblos, y del internacionalismo antimperialista como garantía de la liberación nacional.

Bajo estas banderas universales, nuestro pequeño pueblo logró romper el yugo colonial de la primera potencia mundial. Alcanzamos la soberanía total encarnada por nuestros mártires, pero mantenemos aún una deuda, pues nos falta alcanzar la real soberanía nacional mediante una sociedad garante de la autodeterminación efectiva de la Nación, lo que sólo es posible con el ejercicio de la soberanía popular. Los molinos de viento –es innegable–, dan todavía vueltas. Pero es bueno saber que el incansable Quijote retoma el patrullaje con su pueblo, y no ha perdido el rumbo con su lanza y su caballo rocinante…

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Panamá, 18/02/2021

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