Por Eric Santamaría Vallejos
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”
Miguel de Cervantes Saavedra.
1.- La convergencia del encuentro y sus remembranzas
Hace algunas semanas, confronté un desequilibrio emocional por el desapego terrenal hacia lo celestial de un hermano en Cristo Jesús, amigo y colega con el cual convergió una gran riqueza en vivencias como mi discípulo en una diversidad de quimeras que con el tiempo se fueron concretando en la conformación de un nuevo ser humano, renovado en lo espiritual, profesional y familiar.
Los numerosos y constantes encuentros en la cual concurrimos, paralelamente a lo académico, fue germinando una cofradía de afectos por su peculiar y muy especial forma de atenderme como anfitrión, que, dicho sea de paso, es de naturaleza obligada el reconocerle esas cualidades que lo caracterizaban.
Sin controlar lo que estaba paralelamente germinando, situación que hoy día y con su ausencia terrenal hago conciencia,, entendida ésta, como una acción racional mesurada, lo fue que so pretexto de reunirnos para matizar y concretar iniciativas suyas de nuevos estudios, se dio una bifurcación de sentimientos familiares con mi querida provincia de Colón, que por situación de emigración hacia la ciudad, siendo un niño, había descuidado de aquellos recuerdos de infancia que bien dijo Julio Cortázar en su obra La Rayuela, que como niño construí cuando residía en el tercer piso del edificio Portobelo de las cuatro potencia entre calle doce y trece Meléndez.
Concurrir a los sendos llamados de encuentro con Cecilio Victor en Colón, independientemente de la fluidez de lo académico, siempre supuso, como bien lo ha dicho Paulo Coelho, “una convergencia de encuentros de vivencias” con la historia de cuando era niño y sus momentos que fueron posicionándose en mi cava de recuerdos, que de manera muy nostálgica siempre recurre en mi memoria.
Las estancias en la “tacita de oro” en los momentos que asesoraba al que se me adelantó hacia lo celestial, paralelamente, daban a lugar otras interacciones de actividades a parte de lo académico. Su mundo de experticia musical como un estilo de vida conformado y desarrollado a través de toda su existencia, lo incitaba en la promoción y ejecución de actividades culturales en la provincia y que por algunas casualidades coincidían con mi presencia, oportunidades que no soslayaba, por el placer que la cultura musical y artística generaba, atribuido por una formación frontera que poseo con la cultura como músico.
Eran escenarios de oportunidades que convergían para igualmente lograr imbuirme en ese encanto estético, independiente de lo académico.
Disfrutar los ensayos del coro en horas de las noches que él dirigía en un local de la Iglesia San José, ubicada entre calle nueve y diez, obnubilaban la idea de girar hacia la transístmica, carretera para llegar a casa. Quizás por aquellos viejos recuerdos de las diversas iglesias, cultos y grupos religiosos y hasta logias que, en sus ceremonias, resonaban las cadencias de tonalidades vocales, que sólo recordarlas, erizan sentimientos que como bien dijo Eger, Edith, “nuestros recuerdos de la infancia son a menudo fragmentos, breves momentos o encuentros, que juntos forman el álbum de recortes de nuestra vida”.
Como olvidar con esos canticos corales “gospel music my Lord”, “cantos gregorianos” entre otros”, la diversidad de grupos religiosos en esa dinámica características de la provincia, así como numerosas “sociedades secretas” (logias) que por su identidad simbólica, uno puede inferir el poder secreto y su influencias en la evolución del mundo y su interacción supraterrenal que finalizada sus reuniones en las noches, deambulaban y, sobre todo, para la semana mayor, era más notorio su presencia con sus atuendos simbólicos, característicos de cada logia o grupos religiosos.
El domingo de pascuas de resurrección, era todo un espectáculo recuerdo. Se escenificaba un desfile de moda, en donde las dieciséis calles y avenidas, eran fieles testigos del “emperifollaje” con sus mejores atuendos y sombreros, “pavoneándose” por las vías, parques de nuestra comunidad colonensa.
Avistar estos patrones de costumbres religiosas, cómo me marco la confluencia de la diversidad multicultural a la interculturalidad, en mis estructuras mentales para lo que sería en un futuro el poder convivir en los diversos países que me tocó estudiar con los encuentros de compañeros de estudios o académico, caracterizado por esa diversidad cultural, personalidad y caracteres que son propios de cada uno desde la integración de lo distinto y diferente culturalmente hablando.
Cuando no eran los ensayos del coro en ese local de la Iglesia San José, en otras ocasiones, eran convidado por Cecilio Víctor una vez terminado la fase tutorial académica y sospecho que como recompensa, conjuntamente con su esposa, me invitaba al Hotel Washington entre calle primera y segunda del paseo Gorgas y Pablo Arosemena, o el Hotel Meliá en Fuerte Espinar, para apreciar y escuchar sus cualidades como pianista, siendo el responsable de generar sonidos que con los movimientos de sus dedos en unos macillos que golpearían las cuerdas del piano, buscando crear una vibración que generará en el conjunto de cuerdas mancilladas, una cadencia armónica que, gracias a su interpretación, incitaban estados de bienestar emocional, consiguiendo un sonido audible que hacía una catarsis que suprimía cualquier pena ajena .
Cuando no era solista, conformaba un “picasize”, (termino muy coloquial entre músicos), es decir, un grupo de profesionales de la música en donde escuchar cantar a Ismaelito Cárdenas, erosionaban los recuerdos de niño de los buenos tiempos de los grupos o combos de la provincia de Colón, en donde mi provincia se caracterizaba por ser la líder en producciones musicales que como al igual que nuestro Himno Nacional, es de naturaleza obligada, las consideraciones aun hoy día, de programaciones radiales todos los fines de semana, con las acostumbradas y muy recordadas interpretaciones de los “combos nacionales” que aun sus melodías perviven en muchas reuniones familiares.
Concurrir a esas presentaciones artísticas de Cecilio Víctor, también serían las consecuencias del surgimiento de recuerdos. Cómo no recordar a pesar de ser un niño, mis escapes de casa para escuchar a lo lejos notas musicales fugases que vibraban los instrumentos musicales en los bailes que se desarrollaban en algunas de las salas más famosas para aquellos tiempos, sin sospechar que, siendo un preadolescente, iniciaría en la ciudad capital, mis estudios como musico para aquellos tiempos, “conservatorio nacional de música”.
Percibir el estilo musical de la orquesta dirigida por Cecilio Victor, denotaba un símil estilo característico de los músicos colonense que, en otrora, los “combos” que “tocaban” ya sea en el Club de Extranjero calle seis y avenida del frente, Arena de Colón en calle seis avenida Balboa y frente, Club Savoy en calle doce y Amador Guerrero, Tropical en calle quince y avenida Meléndez, Náutico Caribe, en calle cuatro y avenida nuevo Cristóbal, Club Siro entre once y doce y el Salón Ejecutivo entre trece y catorce avenida central, recrean viejos escenarios de la vida alegre de los colonense, que le eran propios.
Añorar es recordar las particularidades de las personalidades de los colonenses, caracterizada por esa afectuosidad, efusividad, amabilidad y cordialidad. En esas ramificaciones de recuerdos ocasionados por el “picasize” y sus interpretaciones melódicas, como olvidar de manera convergente con los combos de Colón, los recuerdos de la casa de mi tía madrina, la maestra Elvia en calle cinco y nuevo Cristóbal detrás del Club de mujeres, casas que fueron revertidas y preferentemente otorgadas a educadoras.
Un caserón de dos pisos que como bien dijo García Márquez “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Un caserón que sus ventanas me recuerdan una tristeza de ausencia por la emigración aupada por nuestra abuela Leónidas, de Colón hacia la Ciudad, que, de manera progresiva, sus nietos se fueron uno a uno, quedándose en ese caserón de mi tía madrina, mi prima hermana Leyza y yo.
Adorar y venerar a mi padre, siempre fue un sentimiento inocente y noble de mi parte hacia él, a pesar de no recordar ningún afecto de su parte para conmigo o mis hermanos. Son igualmente, recuerdos que marcaron mi vida nostálgica por mi Colón. No cabe duda, que la psicología pudiera interpretarla como una disfuncionalidad, que advierto, no me ha afectado para nada como el hijo, el hermano, padre, esposo, amigo que suelo ser.
En ese transcurrir de recuerdos, emergido por el “picasize”, el cinco de noviembre de 1903, nace una bendecida en Coclé del Norte, costa abajo de la provincia de Colón, quien concibió dos hombres y cuatros mujeres entre las cuales se encuentra mi madre Conchita. Como no recordar tan significativa fecha que coinciden con la gesta histórica de separación de Panamá de Colombia.
Por estas dos razones, el cumpleaños de mi abuelita Leónidas y las históricas fechas del cinco de noviembre en mi provincia, en mi hogar para aquél entonces, mi madre una orgullosa colonensa, ponían sus mejores empeños en vestir a sus tres hijos con idéntica ropa, situación que años posteriores se vio obligada a variar, porque me ponía igualmente la ropa de mi hermano mayor y éste, como resultado de tal frescura, como si fueron “Hulk” se transformaba por razones obvias.
Esta recurrencia de recordar el cinco de noviembre por los dos motivos señalados, hacen valorar todas aquellas dificultades que una madre enamorada y no correspondida, pudo lograr con disciplina, perseverancia y ganas con los resultados hoy día, al forjar con éxito todos sus tres “beatitos”, como diría Mario Varga Llosa, en su sexta obra “La guerra del fin del mundo”.
Los grandes sacrificios que como madre soltera confrontó la responsable de mi existencia humana, eran recreados oportunamente al oír los ensayos y escuchar las presentaciones de la Banda de Música del Instituto Benigno Jiménez Garay, centro educativo, en otrora, Colegio de Santa Rita, que, por cierto, nadie cuestiona el empeño del Dr. Cecilio Víctor Cobham, quien le puso; alma, corazón y vida parafraseando a Winston Churchill,
Escuchar las distintas tonadas interpretadas por la banda de música, mientras en el despacho de la dirección del colegio preparaba la agenda de tutoría de Víctor Cecilio concomitantemente, volvía a resurgir aquellos recuerdos que un cinco de noviembre y siendo muy pequeño, una vez desfilaba la banda de música de la policía, me enfile al final de la delegación y muy campante marchaba al ritmo de la pieza musical que se interpretaba asumiendo todo el recorrido por las calles y avenidas de Colón
.
Para aquellos tiempos, quién no se conocía en cada una de las dieciséis calles y sus intercepciones. Es decir, le fueron con el “bochinche” a mi madre que creo para esos entonces trabajaba en un almacén de indostanés en la avenida del frente, para decirle que me avistaron a “Pochito” desfilando con la banda de música de la policía.
Resuenan en mis cavidades auditivas, las vibraciones de los entorchados de los tambores y los clarines de las tradicionales bandas de guerra de los colegios más notables e históricos de Colón, Me refiero al Colegio Abel Bravo, Guardia Vega y el Rufo Garay. Sin olvidar, la Banda de Música del Benemérito Cuerpos de Bomberos, la del Salvation Army (ubicada entre calle tercera y cuarta en el “bambú”), la de la Policía y la del Colegio La Salle. Eran por excelencia las bandas referenciales para ser “plagiadas” sus tonadas y repiques por las bandas de guerra que venían desde la ciudad.
En el parque central, por calle primera y central, como si fuera hoy día, recuerdo los encuentros de talentos de tambores, clarines o cornetas efectuado apuesta para destacarse como el mejor. La verdad que “la tacita de oro” en lo cultural era el centro por excelencia entre otras cualidades. Cómo olvidar los conciertos todos los miércoles y domingo en horas de la noche en el parque de la concha. Escenario descuidado hoy día y con el desconocimiento del valor acústico que ella posee. Cecilio Víctor, y así fue reconocido en su ceremonia fúnebre, como un comprometido colonense en la promoción de actividades culturales, que ya muchos, añoran.