Por Rodolfo Pérez Ríos
Técnico agropecuario
Integrante del Colectivo Bayano
El 2 de enero de 1931 se dio el primer golpe de Estado en Panamá, encabezado por Acción Comunal que defenestró al presidente Florencio Harmodio Arosemena por su entrega a los Estados Unidos y el descontento de profesionales, pero esa acción se desmoronó debido a los intereses mezquinos de sus miembros. El 11 de octubre de 1968 es ejecutada la segunda gesta de capitulación a un gobierno por la descomposición social y, paradójicamente, al mismo sujeto que encabezó Acción Comunal. A ello se sumaba el descontento de la cúpula castrense de la época, utilizada para someter a los ciudadanos.
Desde 1968 a la fecha, luego del intento de debilitar a Omar Torrijos Herrera de ese liderazgo se da algo inédito: una salida distinta no vista en América Latina en el marco de sus experiencias en la conducción castrense de sus países, devinieron muchas actividades de corte popular, progresista y alternativas de crecimiento y desarrollo para la época, entre ellos la instalación de un modelo de liderazgo arraigado en el territorio, infraestructuras públicas de impacto que marcaron una etapa de arraigo, pertenencia, solidaridad internacional que propició apoyo para la Lucha Generacional por la eliminación de la denominada ”quinta frontera”, recuperación total del territorio nacional enajenado y el Canal de Panamá, símbolo de gestas heroicas de este pueblo istmeño.
Luego de 57 años, y después de 48 y 46 años de haberse firmado y entrado en vigencia, uno de los máximos logros de ese período, con sus virtudes y defectos, fueron los Tratados Torrijos-Carter. En poco tiempo, los panameños se encontraron en una coyuntura histórica signada por eventos dramáticos, como los antecedentes de la muerte del general Torrijos (1981), las reformas Constitucionales de 1983, las crisis de gobernabilidad 1987-1988 y la criminal invasión estadounidense de 1989, que marcaron la irrupción de las fuerzas antinacionales con sus crueles propósitos de liquidar las bases del Estado de Bienestar instauradas bajo el liderazgo del general Omar Torrijos.
Más tarde, se inició el período post invasión, con sus siete administraciones neoliberales (Endara, Pérez-Balladares, Moscoso, Torrijos, Martinelli, Varela y Cortizo), todas fieles cumplidoras del modelo de acumulación y despojo instaurado a sangre y fuego. El resultado es que han ensanchado abismalmente las desigualdades entre la mayoría del pueblo sin acceso a los beneficios obtenidos de la renta canalera y de los bienes materiales y sociales integrados con la reversión del enclave colonial para mejorar los servicios públicos básicos y lograr un nivel de vida decente de la población.
Producto del accionar de una despreciable minoría que se ha hartado con las riquezas nacionales, el legado político y la gestión del Partido Revolucionario Democrático (PRD) se encuentran inmersos en una crisis de credibilidad y confianza, desvinculados del entramado social, al igual que el país, navegando sin rumbo fijo y sin puertos definidos.
El panorama es peor con el advenimiento al Palacio de Las Garzas de José Raúl Mulino Quintero, producto de un subterfugio legal que le permitió ser candidato presidencial, sin ápice de humildad. Desde el primer discurso, Mulino marcó un camino tortuoso: imposición de la Ley para reformular la Caja de Seguro Social {CSS), reapertura de Minera Panamá (FQM) y, por carambola, 17 operaciones más, el embalse del rio Indio, la posibilidad de venta de las acciones en la generación, distribución y cobro de la energía eléctrica, eliminar subsidios a la producción y, como corolario, la genuflexión a Donald Trump y las concesiones otorgadas so pretexto del peligro inminente de China. Con esas malas decisiones, Panamá suma enemigos gratuitos e inicia una involución con la pérdida de identidad, menosprecio a la soberanía y el desprecio a la organización popular. En el horizonte nacional ha aparecido un nuevo ”Llanero Solitario” sin caballo blanco y sin su fiel amigo originario… ¡Señora barbaridad!
57 años después, los grandes retos de hoy representan el marco de acción para la construcción de nuevos niveles de organización que permitan ganar confianza y credibilidad en la ciudadanía. Para enfrentar la desigualdad y la exclusión, como fenómenos o procesos consustanciales al modelo económico-político y social, así también como expresión de la pobreza estructural, hay que l trabajar con vehemencia en la organización de nuestro pueblo, en la educación, en la definición de una alternativa que sirva de frente de lucha para lograr estas aspiraciones de acabar con la pobreza, con sus secuelas, con la total falta de capacidad de los sectores populares de tener acceso a mejores condiciones de vida a través de la educación y la preparación tecnológica.
El estilo económico neoliberal no sólo ha puesto al descubierto la voracidad con que las transnacionales y la burguesía parasitaria se han apropiado del patrimonio nacional (tierras, aguas, recursos). Su objetivo es el dominio político del Estado panameño.
Sólo queda un camino: la organización popular, mantenernos junto al pueblo, creando la unidad, coordinando con otras organizaciones sociales, ambientales, profesionales y de trabajadores para asegurar el bien común de toda la sociedad panameña y de su soberanía y dignidad en todo el territorio nacional, desde Punta Burica hasta Cabo Tiburón. (Parafraseando la declaración de Gobea).