Omar Torrijos y el Canal

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Estudiantes y jóvenes panameños protestando en el llamado “límite” de la Ciudad de Panamá y la antigua Zona del Canal. (Foto: Reuters).

La desaparecida Zona del Canal —aquel territorio de más de mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, segregado de la soberanía panameña—.

Por Manuel Orestes Nieto
Escritor

La desaparecida Zona del Canal —aquel territorio de más de mil cuatrocientos kilómetros cuadrados, segregado de la soberanía panameña y que partía en dos el delgado istmo de Panamá— fue por casi un siglo una imposición norteamericana para el dominio de una de las rutas más importantes de la Tierra y para que los mares en ambas costas de su inmenso país estuviesen conectados por un canal marítimo. La potencia en expansión enclavó una estructura colonial en nuestro país, en lo más angosto del continente americano. Y para ello, no hubo límite ni escrúpulos.

La eternidad —plasmada en el Tratado de 1903— fue impuesta por “el gran garrote” (“Big Stick”) de Roosevelt. Ello les permitió entrar a Panamá, infectarla de bases militares, instalar el Comando Sur, la Escuela de las Américas, aeropuertos, puertos, policía, jueces, cárceles, escuelas, hospitales y el ferrocarril. Fue una amputación geográfica, como ofensiva fue la cerca que dividía aquel paraíso del Panamá pobre y con gobernantes proclives a Washington.

Pero la eternidad no fue tan eterna. Duró casi cien años de todo el siglo XX. En la República intervenida, el panameño en desventaja, discriminado, prostituidas sus mujeres por una soldadesca que por oleadas entraba a las ciudades terminales, expresó de múltiples formas que esa presencia era una inadmisible vergüenza nacional. El hilo que une las luchas patrióticas por reivindicar los territorios usurpados se puede apreciar desde el nacimiento de la República, cruza por las muertes a bayoneta calada en octubre de 1925, se expresa en 1947 con decisión al vencer el intento de ocupación total del territorio, se siembran las banderas de 1958, emergen las generaciones estudiantiles que habrán de desembocar en la avenida de los Mártires con la explosión popular de 1964; una tea que prendió el corazón inmaculado del país y entregó a 22 de sus hijos e hijas y más de 500 heridos. Panamá evidenció con sangre noble su decisión histórica de ser una patria sin intrusos.

Las castas económicas terminaron siendo rémoras del sistema colonial. Un mundo cipayo colapsó a finales de la sexta década del pasado siglo. Ocurrió Omar Torrijos. Él interpretó correctamente el sentimiento arraigado del país partido. Con Torrijos, aquellas voces de todo el siglo XX, las vejaciones que nos impusieron, los letreros de no entrar a un pedazo de tu tierra, se convirtieron en un objetivo nacional que resolver para siempre. Las negociaciones que impulsa en los años setenta son un aporte excepcional. La dignidad ya no estaba en venta. Se propuso conquistar el Canal y terminar con la presencia colonial. Pacíficamente, sin muertes innecesarias, junto a su pueblo, libró el tramo final por la conquista de nuestros derechos soberanos.

El ex presidente de Estados Unidos James Carter y el general Omar Torrijos.

Las armas de un militar patriota como él, fueron las razones históricas, las exhaustivas explicaciones de que la ocupación era injusta, peregrinar, dialogar, negociar y no renunciar a lo fundamental: EE.UU. debía entregar el Canal, cerrar sus bases militares y extinguirse la Zona del Canal. Y eso se logró, con su liderazgo nacional, latinoamericano y mundial.

Los Tratados Torrijos-Carter son los instrumentos de la descolonización del país. James Carter —con una moral que le honra— es una pieza clave de esa reparación histórica. El último gobernador y el último soldado partieron y la patria amaneció libre, sin amos, Panamá integró todo su territorio, tomó posesión y control del Canal de Panamá y, con ello, cristaliza su independencia.

Hace 16 años, el Canal es panameño. Nuestro pueblo guarda sentimientos de gratitud por el legado patriótico de Omar Torrijos. El mayor uso colectivo posible, es aquel en que las ganancias de la empresa canalera se destinen a vencer la pobreza, las inequidades, los atrasos, la falta de oportunidades y las exclusiones que padecen aún decenas de miles de panameños.

Reconocer —en el presente— su recia e inquebrantable convicción de entrar al Canal, es no sólo justo, sino sobradamente merecido. Las jóvenes generaciones tienen derecho a conocer lo que fue ese siglo de luchas y sacrificios y que Torrijos culminó con un éxito histórico tal, que transformó la naturaleza misma de nuestro país.

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