En medio de escándalos financieros que causan desprestigio y las evidencias fehacientes de un saqueo monumental de las arcas del Estado, Panamá parece navegar sin rumbo, desprovista de las capacidades y talentos necesarios para afrontar la crisis. Los órganos públicos han sido corroídos y la clase política subordinada a los poderes fácticos ha sacrificado el potencial de convocatoria de una población indignada, a cambio de la comodidad, las prebendas y los compromisos de recámaras que la alejan de la identidad nacional.
La historia de Panamá revela que este país atravesó situaciones difíciles en otros momentos de gran complejidad que no admitían improvisaciones de tímidos reformadores. Este tema, sobre la necesidad de empujar el país hacia adelante, en la búsqueda de un horizonte claro, fue abordado muchas veces con sentido crítico para tratar de encontrar un denominador común y defender la soberanía de actos depredadores y entreguistas que hipotecan el futuro de las nuevas generaciones de panameños y panameñas.
El 16 de julio, de 1957, en una conferencia en la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá, el pensador Roque Javier Laurenza manifestaba una preocupación válida por la suerte del país. En esa oportunidad, señalaba: “existe el hecho de que también la cristalización nacional se produce cuando el país se enfrenta a problemas de carácter internacional; es decir, en el momento en que, por virtud de la presencia de un interlocutor extranjero, la vida panameña queda de suyo situada en la esfera de la nación”.
Al respecto, el intelectual preguntaba: “¿Y qué sucede entonces?” Respondió: “El hombre típico, el dueño de la vida panameña de todos los días, intuye que hay algo que le rebasa y, a la luz de ese breve relámpago axiológico, llama a esas figuras y a esos grupos aislados y les entrega provisionalmente, la dirección de las cosas. “Y entonces el país tiene la voz y los gestos de una nación!”. Pero, la definición de nación pasa por el diseño de un proyecto liberador unitario, consecuente, democrático y liberador.
La batalla contra la corrupción no tendría sentido si las fuerzas sociales que agitan las banderas de la transparencia no son capaces de elaborar una propuesta de cambio que ponga fin al clientelismo en que los poderes fácticos han encasillado a la nación en un modelo de dependencia, generando ruina y pobreza en sectores productivos. Panamá debe empinarse contra la adversidad y nutrirse del coraje de los mártires que nos dieron patria para vencer el miedo, el chantaje y la inseguridad, y rescatar al país del fango en que se encuentra.