
Por Abdiel Rodríguez Reyes
Profesor e investigador universitario
El sociólogo peruano Aníbal Quijano definió la colonialidad como un patrón mundial de poder capitalista que se funda en la “imposición de una clasificación racial /étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón”. A partir de allí, se dan algunas patologías sociales, como el racismo y la discriminación, por la pertenencia étnica y las características fenotípicas de algunas personas. Ello supone cierto supremacismo de una élite que reproduce esas patologías. Es penoso que en el siglo XXI aún se recurra a los discursos de la colonialidad del poder.
Recientemente, un líder político propuso lo siguiente: “yo creo que la República saldría beneficiada si modificamos nuestra Constitución y definimos de nuestro territorio, tierra firme bocatoreña y una buena parte de la comarca Ngäbe, salvo la zona de Cerro Colorado. Dejaríamos una franja en Guabito y otra en Chiriquí Grande, evitando así la continuidad entre Costa Rica y este nuevo ente y entre este nuevo ente y lo que habría sido la comarca. Los pobladores de esos sitios saldrían también ganando porque con este nuevo ente pueden vivir su vida de acuerdo a su originaria manera que siempre tanto han defendido. La plata que se ahorraría la República la podemos entonces comenzar a invertir en la migración de un sistema educativo que pase del modelo actual a un esquema chárter para así liberar a los estudiantes que actualmente están secuestrados por la mafia de diligencia a la que le han significado un inmenso retraso”.
Consideramos, además de la cuestión conceptual planteada por Quijano, que esa reflexión está llena de prejuicios y expresiones discriminatorias, racistas e incitan al odio. Sólo bastaría leer los artículos 19 y 20 de la Constitución y la Ley 16 del 2002, y nos daríamos cuenta del terrible exabrupto. La norma constitucional prevé la no discriminación por razón de raza y la Ley en mención, habla de medidas para evitar la discriminación
En lugar de apelar a la discriminación a través de la segregación de nuestros hermanos y compatriotas Ngäbe, habría que apelar al amor, a la convivencialidad, aprovechando la riqueza cultural de nuestros pueblos en su diversidad, de una de las regiones más olvidadas precisamente por esa élite cuya racionalidad estriba en la colonialidad del poder. Nuestro propio ADN nos advierte nuestra mezcla raizal, indígena y afro. No a la discriminación.