Un día como hoy tuvo lugar el sepelio de Carlos A. Mendoza, en lo que “La Estrella de Panamá” llamaría entonces el funeral más concurrido.
Por Mónica Guardia
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Hace 101 años, tuvo lugar en el cementerio municipal de la ciudad de Panamá uno de los sepelios más concurridos que recuerde la historia del país.
Desde las 2 de la tarde de aquel 14 de febrero, que era lunes, cientos de entristecidos simpatizantes se empezaron a congregar en la Plaza de la Independencia para rendir sus respetos al cuerpo sin vida que yacía en el Salón Amarillo del Palacio Municipal, escoltado por miembros del Consejo, los bomberos y oficiales de la Policía Nacional. Era Carlos Mendoza, el primer presidente afrodescendiente de Panamá que llegó de “rebote” al puesto y renunció por hidalguía. Había muerto de un ataque cardíaco repentino, seis años después de dejar el poder.
A las tres de la tarde, los almacenes y establecimientos comerciales de la ciudad cerraron sus puertas. A las cinco, partía el cortejo fúnebre, encabezado por 22 carrozas que portaban arreglos florales, seguido de unas cinco mil personas que hacían el camino a pie. El ceremonial paseo siguió en dirección a la Avenida Central y Calle B, bajo la silenciosa mirada de cientos de personas apostadas en las aceras, ventanas y balcones.
Al llegar al cementerio, la entrada era imposible. Más de 1,500 personas se encontraban ya allí.
La mitad de la población de la ciudad de Panamá había visto o participado en el sepelio, contaría al día siguiente La Estrella de Panamá.
Carlos A. Mendoza
“Como individuo fue benévolo, tolerante, hospitalario y generoso. Poseyó en alto grado las llamadas virtudes menores que tanta influencia tienen en el destino de los hombres’, diría el entonces expresidente Pablo Arosemena durante el funeral, declarándolo “docto en la ciencia de ganar amigos”.
“Nadie podía darle lecciones de tacto, de delicadeza y de maneras; las suyas eran las de un duque de ley auténtica”, continuó.
Si alguien había dudado del prestigio y cariño ganados por el doctor Carlos A. Mendoza durante sus 60 años de vida, su sepelio no dejó lugar alguno para medias tintas.
Sus cualidades personales, arrojo y la época que le correspondió vivir, lo ubicarían como protagonista de los grandes sucesos de su tiempo.
Protagonismo
El 30 de marzo de 1900, Mendoza desembarcó en Punta Burica junto a Belisario Porras y Eusebio A. Mendoza, para dar inicio a la Guerra de los Mil días en territorio panameño.
En 1892, defendió a Victoriano Lorenzo ante los tribunales, juzgado duramente por un homicidio en defensa propia. Allí, Mendoza no dudó en culpar al Estado colombiano, que permitía sucesos como ese “por el absoluto abandono en que mantenía a los panameños más humildes”.
En 1903, redactó el Acta de Independencia por encargo de José Agustín Arango.
Fue el primer secretario de Justicia de la Junta Provisional de Gobierno en 1903. Como tal, le correspondió poner las bases del andamiaje institucional de la nueva república.
Fue secretario de Hacienda y segundo vicepresidente durante el periodo presidencial de José Domingo De Obaldía (octubre de 1908 a marzo de 1910), poniendo orden en la hasta entonces caótica oficina.
Fue redactor del primer Código Civil del país durante la primera presidencia de Belisario Porras (1912-1916).
En 1904, como convencional de la Asamblea Nacional Constituyente, combatió tenazmente la llamada Enmienda Platt panameña, que permitiría la intromisión de Estados Unidos en el país “para restablecer el orden constitucional de la República y garantizar la paz”. Pese a la resistencia de Mendoza y otros liberales, la medida, presentada por el doctor Amador Guerrero, fue aprobada para convertirse en el artículo 136 de la constitución de 1904.
En 1910, Mendoza se convirtió en el primer presidente de raza negra de la historia panameña.
Características personales
Carlos A. Mendoza nació en la ciudad de Panamá, el 31 de octubre de 1856, de una familia de clase media arraigada en el arrabal de Santa Ana. Fue nieto de un capitán del ejército de Simón Bolívar e hijo del destacado abogado Juan Mendoza, amigo íntimo de Buenaventura Correoso, considerado el ‘más importante político panameño del siglo XIX’.
Según la descripción de la señora Agripina Locarno, quien lo conoció, Mendoza era un hombre de “seis pies de alto, de fuerte contextura, color trigueño, pelo negro peinado en el centro, cara redonda y labios delgados que adornaba con un bigote”.
“Sus maneras eran distinguidas. Su trato amable inspiraba simpatía, sobre todo entre las damas. Tenía el don de agradar y el instinto del político de ganar confianza”, diría Locarno.
A los 13 años, se fue a estudiar a la ciudad de Bogotá, donde completó la escuela secundaria y luego obtuvo un título en leyes de la Universidad Nacional de Colombia, gracias a una beca otorgada en 1869, por Correoso.
Mendoza profesaba una profunda convicción liberal, inspirada en pensadores como Jeremy Bentham, y Pierre Joseh Proudhon, que propugnaban una organización social basada en la igualdad de derechos para todos los hombres y mujeres, en una época en que todavía imperaban las estructuras de privilegio y de castas.
Pese a ello, en 1908, Mendoza apoyó con su enorme prestigio político las aspiraciones presidenciales del conservador José Domingo de Obaldía, quien gracias a este impulso se convirtió en el segundo presidente de la República.
Al morir De Obaldía, en marzo de 1910, correspondió a Mendoza culminar su periodo presidencial, ya que el año anterior había fallecido también el primer vicepresidente, José Agustín Arango.
A Mendoza le tocaba únicamente completar el periodo de dos años que le restaba a De Obaldía, pero la política panameña se estremeció cuando dio señales de que aspiraba a ser elegido para un periodo propio.
El debate de su reelección
Aunque la viabilidad de su elección era debatible desde el punto de vista constitucional (ver artículo 83 de la Constitución de 1904), su nunca oficial candidatura permitió exponer los arraigados prejuicios de los sectores dominantes de la sociedad panameña, que veían en su color (y posiblemente también en su independencia de criterio y su enorme popularidad), una amenaza a sus propios intereses.
Una serie de documentos recopilados por el historiador Celestino Arauz en el libro “El Imperialismo y la Oligarquía Criolla contra Carlos A. Mendoza” (el título es literal) revelan las intrigas urdi das desde la Embajada de Estados Unidos en Panamá y los hogares de intramuros para impedir que fuera confirmado por la Asamblea Nacional como presidente.
Arauz presenta cartas y memorandos intercambiados entre el gobierno del presidente estadounidense William H. Taft (1909-1913) y la Embajada de Washington en Panamá, que muestran las maquinaciones del encargado de negocios en Panamá, Richard Marsh, quien a pesar de reconocerlo como “un hombre muy inteligente, cortés y observador”, insistía en que “la elección de Mendoza tendría una reacción desafortunada en cuanto a la influencia norteamericana en otros países de América Central”, por el “elemento de color”.
“Además de la inconstitucionalidad de su elección, está el hecho de que él es mitad negro, mientras que su esposa es completamente negra”, decía Marsh en una carta fechada el 28 de julio de 1910.
“La gran población de negros en Panamá, que idolatran a Mendoza, son en su mayoría ignorantes e incapaces de afrontar las obligaciones serias de la ciudadanía en una república…. pero… con su fuerza numérica, parece desafortunado estimularlos en la selección de uno de su raza para la posición más alta…”, seguía la nota.
Marsh comparaba a Mendoza con ciudadanos como Tomás Arias, “de sentimientos americanos y a favor de la intervención’, mientras que “el Dr. Carlos A. Mendoza, ministro de Justicia, puede considerarse como contrario a la teoría de nuestra intervención”.
Otra carta publicada por Araúz, en este caso del embajador Reynold Hitt, fechada el 11 de junio de 1910, señala que “toda la población blanca (de Panamá) está implicada en esto (en hacer que Mendoza no llegue a ser elegido), por no querer ser gobernada y tener como su magistrado jefe a una persona de color”, y porque “pudiera dejar el gobierno del país en manos de un elemento negro”.
Aunque Mendoza tenía el apoyo para asegurar su elección en la Asamblea Nacional, la postura tomada por el gobierno de Estados Unidos era determinante: al declarar su eventual presidencia como inconstitucional, se aseguraba el derecho de intervenir, como lo permitía el artículo 136 de la Constitución de la República, para mantener el orden constitucional y la paz en el país.
Tras varios meses de forcejeo político, Carlos A. Mendoza finalmente emitió una carta en la que manifestaba su intención de no aspirar a completar el período constitucional de De Obaldía. Sólo fue presidente durante siete meses.
Sobre él, dijo su amigo Eusebio A. Morales que “el prestigio de un político no se adquiere en cuatro días de declaración, de bullanga, de gritos mercenarios y de explosión de cohetes. Se gana con servicios, sacrificios, y con ofrecer su vida si fuera necesario. Basta decir la verdad para que el doctor Mendoza ocupe un puesto muy alto en la historia de su patria”.