El “paraíso” de los libros prohibidos

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Gabriel García Márquez, quien siempre estuvo al lado de la revolución cubana, cuestionada por Washington, es uno de los autores censurados. (Foto: The New York Times).

Por José Eduardo Mora | semanariou@gmail.com

Dos novelas emblemáticas de Gabriel García Márquez están en la lista negra de los libros en Estados Unidos, donde hay una disparidad de autores censurados por los conservadores, quienes creen que esos contenidos afectan el pensamiento de los estudiantes.

Como en la guerra, antes de que se disparen los primeros cañonazos, la contienda siempre comienza en el ámbito del lenguaje y luego corre la pólvora por doquier, en pro de una verdad absoluta que cada uno de los bandos defenderá.

De ahí el temor de dictadores, fascistas e incluso gobiernos elegidos en las urnas, pero con un alto contenido autoritario, por el poder de la palabra.

Es un temor a la palabra que se niegan a reconocer, pero que salta por los aires cuando empiezan a implantar políticas que se contradicen con su discurso de libertad garantizada, transparencia y respeto al orden imperante de la ley y la Constitución.

El autor más censurado en Estados Unidos es Stephen King, con 206 prohibiciones. (Foto: Zenda Libros).

Desde la llegada al gobierno de Estados Unidos, en esta segunda etapa, muchos estados de ese país han implantado la prohibición y la censura, en varias áreas de la vida norteamericana, pero en especial de ciertos libros, como una de sus armas para frenar a las ideas y abrirle espacio a posiciones conservadoras y de derecha.

Muchos libros, como ya sucediera en la novela distópica de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, hoy están prohibidos y listos para ir a la hoguera, solo que en esta oportunidad, no es una hoguera que los convierte en cenizas, sino que apuesta por el olvido como un muro para evitar que los ciudadanos, de una determinada comunidad, puedan entrar en contacto con obras y autores a los que dicho régimen considera peligrosos, sobre todo si los escritores que están detrás de esas creaciones, en algún momento, manifestaron su inclinación ideológica hacia la izquierda.

El fenómeno de la prohibición de libros en la era de Donald Trump tiene múltiples factores, pero el más fuerte es el que se centra en la creencia de que la lectura de una obra puede afectar la facultad del pensamiento de escolares y colegiales, por un enfoque centrado en lo secual o porque responde a una ideología contraria a la que profesa la administración de turno.

Así, por ejemplo, si hubiese un autor que en su obra entendiese la inmigración como un proceso natural en un mundo globalizado, la censura y la prohibición le caerán de inmediato.

El fenómeno global de los libros prohibidos ha sido seguido de cerca por la organización sin fines de lucro PEN America, que en su página web lleva un cómputo general de la cantidad de piezas censuradas.

De esta manera, por ejemplo, PEN América, que tiene a sus espaldas más de un siglo de impulsar la libertad de expresión y de exaltar el poder de la palabra, dado que fue creada en 1922, sostiene que desde 2021 la lista de libros prohibidos roza los 23.000 casos.

“PEN America ha documentado casi 23.000 casos de prohibición de libros en escuelas públicas de todo el país desde 2021, una cifra nunca vista en la vida de ningún estadounidense. Durante el año escolar 2024-2025, las obras de los 10 autores más prohibidos representaron el 13% de todos los casos de prohibición de libros”, indica en su página web.

En un submundo como el creado por Trump para ver fantasmas por todos lados, no están claras las razones para prohibir un libro, sea este una novela, un ensayo, literatura infantil o unas memorias.

El aliento neoconservador y con tintes fascistas termina por imponerse, sea en un Estado, un distrito o en una comunidad de pocos habitantes.

”PEN América, que tiene a sus espaldas más de un siglo de impulsar la libertad de expresión y de exaltar el poder de la palabra, dado que fue creada en 1922, sostiene que desde 2021 la lista de libros prohibidos roza los 23.000 casos (en Estados Unidos).

De acuerdo con PEN America, el autor que más prohibiciones presenta a octubre de 2025 es Stephen King, con 206 censuras. Libros como It, Christine y On writing, esta última traducida al castellano como Mientras escribo figuran en la lista negra.

No sorprende que King sea el autor más censurado en Estados Unidos, ávida cuenta de que ha mantenido una postura crítica y mordaz en relación con Trump. El maestro del terror estadounidense, que encontró en todos los públicos, pero en especial los jóvenes, una gran fidelidad a sus obras, ha utilizado diferentes redes sociales para manifestar periódicamente sus posturas.

En X, antiguo Twitter, King no se ha cortado nunca. En días recientes, con motivo de la aparición de la serie de Netflix A House of Dynamite, el escritor dijo: “A House of Dynamite (Netflix): aterradora, especialmente si pensamos en el imbécil, vacilante y sin principios que ahora ocupa la Casa Blanca… o lo que queda de ella”.

Las razones o sinrazones que están en el medio de las prohibiciones no están claras del todo, pero en la generalidad los sectores conservadores apuntan a elementos sexuales, religiosos e ideológicos.

En un pasaje de Mientras escribo, King apunta: “El poema de Tabby, por añadidura, me hizo sentir menos solo en mi convicción de que la buena literatura podía ser embriagadora sin renunciar al hilo conductor de las ideas. Si hasta el más serio del mundo es capaz de follar como un loco (es más: puede perder la cabeza en el torbellino del acto), ¿por qué a un escritor no puede írsele la olla y seguir siendo una persona cuerda?”.

Pasajes como el anterior pueden resultar dinamita pura para esa pléyade de censuradores que han surgido al calor de las ideas ultraconservadoras del actual inquilino de la Casa Blanca, a quien parece interesarle más un salón de baile que una biblioteca, sin que ello signifique que no tema al poder de la palabra en sí.

Y aunque en el fondo, Mientras escribo no son más que confesiones de King sobre el arte de escribir, todo adosado con un sempiterno humor, a los censores trumpianos les puede escandalizar el tono de ciertos pasajes, como el siguiente.

“Durante ese semestre, la mayoría de mis compañeros de clase escribían poemas sobre el deseo sexual o relatos de jóvenes taciturnos e incomprendidos por sus padres que se disponían a ir a Vietnam. Había una chica que escribía mucho sobre la luna y su ciclo menstrual. La luna nunca aparecía con todas las letras, the moon, sino como th m’n. Ella no podía explicar la necesidad de esa abreviación, pero lo sentíamos todos: uau, tía, th m’n, qué flipe. Yo iba a clase con poemas de mi cosecha, pero guardaba un secreto vergonzoso en mi habitación: el original a medias de una novela sobre una pandilla de adolescentes y su plan de promover disturbios raciales. Pensaban usarlo de tapadera para poner en marcha dos docenas de operaciones de usura y tráfico ilegal de drogas en la ciudad de Harding, mi versión ficticia de Detroit. (Yo nunca había estado a menos de mil kilómetros de Detroit, pero no me arredré por ello, ni perdí una pizca de impulso)”.

Para el filósofo surcoreano-alemán, Byun-Chul Hang, el resquebrajamiento de las democracias comienza cuando se falsean sus bases, empezando por el pensamiento. (Foto: The Guardian).

Cien años de soledad

En Florida, ha sido prohibida Cien años de Soledad, emblemática novela de Gabriel García Márquez, que, desde su aparición en 1967 en Argentina, no ha dejado de publicarse desde entonces, y se convirtió en un clásico de la literatura latinoamericana.

Aparte del realismo mágico que permea toda la obra, definida en su oportunidad por su autor como un vallenato de 300 páginas, y de algunos pasajes en que hay algunas alusiones sexuales, difícilmente el libro pueda tacharse de que tiene un alto contenido sexual o que plantea un plan ideológico para que una determinada visión del mundo termine por imponerse.

La desmesura del lenguaje, las hipérboles constantes y ese mundo de locura que persigue a varios de sus personajes son para un lector acostumbrado al trópico aspectos que pasan por comunes, porque como también lo mencionara en su oportunidad García Márquez, en el libro no hay nada que no haya visto, intuido o percibido en su Aracataca natal.

De modo que cuando se censura a Cien años de Soledad o El amor en los tiempos del cólera, que fue la novela inmediata que publicó el escritor tras ganar en 1982 el Premio Nobel de Literatura, se intuye que hay factores extraliterarios que se interponen.

En el caso de este último título la prohibición le alcanzó en Texas. Los grupos ultraconservadores que integran juntas escolares y que son cercanos a la ideología de Trump, son los que han ido logrando prohibiciones en 23 estados del país.

En el caso de El amor en los tiempos del cólera, ¿qué afectación puede causar en un joven colegial que la lea?

Quizá el único rasgo que pueda “censurarse” en la novela, es la auténtica locura asumida por su protagonista Florentino Ariza, quien tras perder el amor de su vida decide que va a consagrar, en las sombras, todo su hacer para recuperar a Fermina Daza y que no importarían las tempestades, las humillaciones, las privaciones y los mundos que tuviera que volver al derecho y al revés una y mil veces, hasta que la providencia le hiciera el favor de ver morir a su mayor enemigo: el doctor Juvenal Urbino —que gracias a su poder social y a la modernidad que encarnaba un médico en una ciudad que no es Cartagena de Indias, pero que es idéntica—, quien le arrebató su bien más preciado: la desmesura con que amaba a su diosa coronada.

¿Qué peligroso puede haber en una novela como esa, que además está escrita de forma magistral, tan magistralmente, que quien quiera de verdad aprender a escribir, le bastará con leerla una y otra vez, para salir de ella con la certeza de que ha llevado el mejor curso de escritura?

Cien años de soledad es una de las novelas prohibidas en La Florida. (Foto: Centro Gabo).

¿Por qué ha caído en desgracia un texto como El amor en los tiempos del cólera o Cien años de soledad?

Una de las explicaciones que hay detrás de la mampara de prohibir libros para evitar contaminar la mente, en especial de los más jóvenes, es lo que descubre Bob Woodward en Miedo, Trump en la Casa Blanca libro en el que traza un retrato de un Trump, que es un líder sin escrúpulos y que sabe que el título que da pie al texto lo engloba y lo explica todo.

El libro se refiere al primer mandato de Trump y comienza con un epígrafe que es capaz de helar la sangre de cualquier demócrata en el mundo: “El verdadero poder es —ni tan siquiera quiero utilizar la palabra— el miedo”.

Esto lo confiesa Trump a Woodward y al escritor Robert Costa, el 31 de marzo de 2016.

Es decir, detrás de cada acción de censura contra los libros o detrás de la caza de inmigrantes, como si no fueran seres humanos con derechos, por el mismo hecho de ser humanos, lo que Trump busca con desesperación es infundir miedo en todos los ámbitos. Por eso, como han comprobado en innumerables ocasiones medios como The Washington Post o The New York Times, Trump es capaz de mentir cuanto sea necesario y sobre los asuntos que lo requieran, porque ese proceder perfila el arma invisible del miedo para sostener y justificar sus actos.

Falsas democracias

Uno de los problemas de los países occidentales, precisaba el pensador Rob Riemen en Para combatir esta era, es que se vive en falsas democracias. Se refería a democracias electorales que convocan a los ciudadanos una o dos veces cada cuatro años para que vayan a votar, como el ganado que va al matadero, como diría Byun-Chul Han, ganador del Premio Princesa de Asturias, quien recibió el 24 de octubre el galardón en la categoría de Comunicación y Humanidades en el Teatro Campoamor de Oviedo.

En la única entrevista que concedió con motivo de la entrega de dicho galardón, con El País, Chul Han, sostuvo: “Somos ganado, ganado del trabajo, del rendimiento, de la comunicación, ganado electoral, ganado del consumo. Y el ganado no sale de su establo, no ve el mundo, porque en el establo es donde está el alimento”. Nada mejor para ese mundo conservador que contar con falsas democracias, sostenidas por un piso de papel.

En su discurso de aceptación del Premio, el pensador surcoreano-alemán destacaba estos rasgos de una sociedad, que sin pensamiento, sin libros, corre el riesgo de extraviarse con facilidad.

“Últimamente he reflexionado mucho sobre la creciente pérdida de respeto en nuestra sociedad. Hoy en día, en cuanto alguien tiene una opinión diferente a la nuestra, lo declaramos enemigo. Ya no es posible un discurso sobre el que se base la democracia. Alexis de Tocqueville, autor de un famoso libro sobre la democracia estadounidense, ya sabía que la democracia necesita más que meros procedimientos formales, como son las elecciones y las instituciones. La democracia se fundamenta en lo que en francés se llama moeurs, es decir, la moral y las virtudes de los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto. No hay lazo social más fuerte que el respeto. Sin moeurs, la democracia se vacía de contenido y se reduce a mero aparato. Incluso las elecciones degeneran en un ritual vacío cuando faltan estas virtudes. La política se reduce entonces a luchas por el poder. Los parlamentos se convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos. Y el neoliberalismo ha creado ya una gran cantidad de perdedores. La brecha social entre ricos y pobres se sigue agrandando cada vez más. El miedo a hundirse socialmente afecta ya a la clase media. Precisamente estos temores son los que lanzan a la gente hacia los brazos de autócratas y populistas”.

Riemen, entre tanto, reflexionaba así en Para combatir esta era, cuya edición en español apareció en 2018.

“Una variante del fenómeno de la negación es la idea de que cambiar las palabras también cambiará los hechos. Para los estadounidenses, la palabra ‘problema’ es un tabú. Cualquier situación que alguna vez pudo recibir esta etiqueta es ahora llamada ‘reto’. Los problemas no existen, al menos en los Estados Unidos de América. La palabra ‘fascismo’, en lo que respecta a la política contemporánea, es igualmente un tabú en Europa. Está la extrema derecha, el conservadurismo radical, el populismo, el populismo de derechas, pero el fascismo… no tenemos eso. No puede ser verdad, ya no tenemos nada así, vivimos en una democracia. Por favor, ¡deja de esparcir el pánico y de ofender a la gente!”.

Negar la evidencia. Negar los hechos. Negar la realidad mediante el lenguaje. Esa es la ruta que se han trazado los ultraconservadores, que hoy hacen listas de libros prohibidos casi por toda la geografía estadounidense. Y pocos se salvan de las listas negras de libros, esas que también en su oportunidad hiciera con tanta meticulosidad la Iglesia católica desde el Concilio de Trento en 1564.

Hoy, por ese afán de cercenar el pensamiento, la crítica, la mirada distinta, se sacrifican a escritores tan disímiles entre sí, que lo único que los une es el hecho de haber construido sus mundos a partir de la imaginación y la palabra. Para Trump y sus acólitos han de ser una masa en la que el terror de King ha de ser igual al realismo mágico de García Márquez. Una desmesura. Un mundo patas arriba como lo vislumbró con tanta claridad Eduardo Galeano. Un mundo en el que Estados Unidos se ha convertido en el “paraíso” de los libros prohibidos.

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