Diplomacia activa de México y el renacer de la política exterior

Una colaboración del Centro de Enseñanza y Análisis sobre la Política Exterior de México (CESPEM).

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Presidenta de México Claudia Sheinbaum. (Foto: Quinta Fuerza).

(*) Por Carlos Rubio Gualito

Desde que asumió la presidencia de México, hace un año, Claudia Sheinbaum se comprometió a escribir un nuevo capítulo en la historia de la política exterior mexicana. Frente a un escenario internacional convulso —marcado por guerras comerciales, conflictos armados y una creciente polarización ideológica—, su gobierno ha adoptado una posición que combina el pragmatismo político, la defensa de los principios constitucionales y la tradición de la diplomacia mexicana.

Acciones en el G-20 y el G-7

Este cambio representa un ajuste estratégico frente a las nuevas realidades internacionales, pero también una ruptura con el enfoque más reservado de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador.

La participación de la presidenta Sheinbaum en la cumbre del G-20 en Río de Janeiro, en noviembre de 2024, y en el G-7 en Canadá, a mediados de 2025, evidencian este cambio de paradigma. Mientras López Obrador prefirió mantener un perfil bajo en los foros multilaterales, así como limitó sus viajes al extranjero, argumentando que la política exterior debía subordinarse a las prioridades nacionales, Sheinbaum ha entendido que, en un mundo interdependiente y globalizado, México no puede darse el lujo de ser un mero espectador, sino protagonista e, incluso, líder regional.

Su presencia en estas cumbres no fue protocolaria, sino una demostración de que el país está listo para asumir un papel más influyente en la reconfiguración del orden internacional. En Río de Janeiro, Sheinbaum llevó al G-20 una agenda centrada en criticar lo que definió como “economía de la destrucción”, sobre el aumento del gasto en armas, cuando el mundo enfrenta graves problemas como el hambre, el cambio climático y la migración. Además, promovió el programa de reforestación Sembrando Vida como una estrategia para combatir la pobreza de comunidades enteras.

Esta misma línea se reforzó en el G-7, donde además de promover inversiones con el Plan México, la Jefa del Estado propuso una cumbre Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC)-G-7 para reducir las asimetrías mundiales. No se trata de simples ejercicios diplomáticos, sino de la búsqueda del reconocimiento de que los problemas que afectan a todo el orbe, ya no pueden resolverse desde la perspectiva exclusiva de las potencias. La crisis climática, los flujos migratorios y las asimetrías económicas requieren soluciones construidas con las economías emergentes, no impuestas sobre ellas. Esta agenda presidencial busca llevar a la diplomacia mexicana de vuelta a su mejor época.

Diplomacia silenciosa con Estados Unidos

Si hay un tema que ha puesto a prueba la habilidad diplomática del gobierno en turno, es la relación particular con Estados Unidos bajo el segundo mandato de Donald Trump. A diferencia de López Obrador, quien optó por una estrategia de no confrontación, incluso ante provocaciones como el muro fronterizo, el gobierno mexicano actual ha adoptado un tono más asertivo.

Las amenazas de Washington de imponer aranceles a los productos mexicanos —bajo el pretexto de que “no se hace lo suficiente contra el tráfico de fentanilo”— han sido respondidas con una exitosa estrategia de diplomacia silenciosa. México no ha cedido al chantaje, pero tampoco ha caído en la trampa de la confrontación pública. En lugar de eso, su gobierno ha trabajado tras bambalinas con gobernadores, encargados de diversas agencias federales y sectores empresariales que dependen del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), logrando valiosas victorias.

En el tema migratorio, la diferencia con mandatos pasados es aún más clara. El gobierno mexicano actual ha sido crítico con las redadas del Servicio de Inmigración y Control de Aduana (ICE) y ha insistido en que cualquier cooperación debe incluir un enfoque de derechos humanos, criticando al mismo tiempo las manifestaciones violentas en Estados Unidos.

Activismo diplomático

Este nuevo enfoque en materia de política exterior no solo representa un distanciamiento de su antecesor, sino una actualización de la doctrina tradicional mexicana. Si bien históricamente se priorizó la “no intervención” y la solución pacífica de controversias, ahora no solo se mantienen esos principios, sino que se agrega un elemento clave: el activismo diplomático.

Esto no significa que México haya abandonado su tradición de neutralidad. Ya que el gobierno ha sido cuidadoso en no alinearse automáticamente con ningún bloque geopolítico, como lo muestra su posición equilibrada en el conflicto palestino-israelí, condenando el uso de la violencia de ambas partes. Pero sí implica que México ya no teme alzar la voz cuando sus intereses están en juego.

A pesar de ello, el mayor desafío actual será consolidar a México como líder en Latinoamérica. Con Brasil dividido políticamente y Argentina en crisis económica permanente, hay un vacío de poder regional que nuestro país podría ocupar, si aprovecha la coyuntura actual. La iniciativa de una cumbre CELAC-G-7 va en esa dirección, al buscar posicionar a México como “puente” entre el Sur y el Norte global.

Si esta estrategia genera resultados, podríamos estar ante el renacer de una política exterior mexicana que combine lo mejor de nuestro pasado —la defensa de la autodeterminación— con una visión más audaz del futuro. No se trata de hacer una burda imitación del intervencionismo de potencias, sino demostrar que las economías emergentes pueden coadyuvar a moldear el orden internacional en beneficio de todos.

México está pasando de ser un actor secundario en la escena mundial a ocupar un lugar protagónico. Si bien, esta posición tiene raíces en el nacionalismo revolucionario, ahora se intenta darle nueva vida.

En un momento donde el multilateralismo está en crisis y los círculos de influencia se realinean, la apuesta es por una diplomacia activa, más no sumisa; además, podría convertirse en modelo para otros países. El mundo ya no se divide entre potencias hegemónicas y países sometidos. Hay espacio para voces independientes, como la de México, que buscan resonar más fuerte que nunca.

(*) Carlos Rubio Gualito es investigador en el Instituto de Planeación Legislativa del Congreso de la Ciudad de México. Es maestro en Estudios México-Estados Unidos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

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