Damián “Ñan” Castillo, el hombre que transformó la administración del Estado panameño

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1874
Licenciado Damián Castillo, vestido con traje oscuro, en una conferencia internacional.

Por David Carrasco

Damián “Ñan” Castillo Durán, era un hombre sencillo y afable, un revolucionario y amigo leal. Había nacido en Guararé, en la central provincia de Los Santos el 14 de abril de 1926 y desde muy joven de identificó con las cusas patrióticas. Su nombre saltó a la vida pública, cuando el general Omar Torrijos lo puso al frente de la Caja de Seguro Social (CSS), donde en 1970 ordenó las finanzas de la institución y mejoró las condiciones para la población asegurada.

Sin embargo, pocos conocen cómo se forjó la entrañable relación de amistad entre Torrijos y “Ñan”. Durante el contragolpe contra Torrijos en diciembre de 1969, Castillo fue el primero en llegar a la casa de Omar para evitar que su familia cayese en manos de los traidores. El motín había sido orquestado por oficiales sin liderazgo en las filas castrenses, entre ellos Amado Sanjur, Ramiro Silvera y Luis Nenzen Franco, quienes aprovecharon la ausencia del entonces coronel Torrijos para asaltar el poder. Investigaciones posteriores apuntaron a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) en esa conjura que pudo haber cambiado el curso de la historia.

Tras el retorno de Torrijos a Panamá, procedente de México, el 16 de diciembre de 1969, las cosas empezaron a cambiar en Panamá y se produjo acercamiento de los militares a las fuerzas de izquierda a la que habían reprimido. La primera condición para el diálogo fue la libertad de todos los pesos políticos. Fue precisamente “Ñan” quien convenció a Torrijos de ese paso. El oficial Manuel Noriega, del G-2 de la Guardia Nacional, estuvo de acuerdo, pero objetó a elementos radicales que habían participado en la insurgencia.

De hecho, “Ñan” acompañó a estudiantes de la clase de 1970 del Instituto Nacional, de la cual yo formaba parte, para liberar a presos políticos distribuidos en cárceles en todo el país. Disponíamos de nuestras propias listas. Recuerdo a los hermanos Carrasquilla, al poeta y escritor Álvaro Menéndez Franco y a “Tacho” Rodríguez. A este último, Noriega no quería soltarlo, y tuve que llamar a Torrijos para preguntarle, en tono muy serio, si prefería que el diálogo continuase o terminase allí mismo. Torrijos tomó el teléfono y le dijo a Noriega que me entregase al prisionero, lo que fue cumplido.

Cuando relaté ese episodio, “Ñan” respondió: “muy bien hecho”, para poner las cosas en su lugar. Por aquellos días, el coronel Rubén Darío Paredes, de ideología conservadora, retornaba a Panamá tras una visita a Israel. Estaba muy emocionado con los kibutz que había visitado. Pero a diferencia de Israel, los asentamientos campesinos y juntas agrarias generaban el rechazo de latifundistas y saboteadores, a quienes les molestaba ver a campesinos (mano de obra barata) salir de la pobreza. Paredes reclamó a Castillo la continua presencia de institutores en debates sobre asuntos de Estado, pero el interpelado respondió: “¡ellos se han ganado ese espacio peleando!”.

De hecho, los institutores fueron invitados por “Ñan” a una reunión en las áreas bananeras en el distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, limítrofe con Costa Rica, para incorporar a los obreros al régimen de seguridad social. Fue una reunión acalorada, con posiciones a favor y en contra, pero el Sindicato ya había asumido la ruta hacia el objetivo social. Tras la reunión, Torrijos se disponía a viajar con nosotros a bordo del tren, pero se quedó para atender unas consultas. El tren inició su marcha. Varios kilómetros adelante, unos trabajadores con linternas en mano advirtieron que la línea férrea había sido dañada. El sabotaje tenía ribetes de conspiración y hubiese postergado un paso fundamental de justicia social en zonas bananeras del país dominadas por las multinacionales.

Junto al Doctor José Renán Esquivel y el Licenciado Fernando Manfredo (primer administrador del Canal de Panamá), Castillo ayudó a elaborar fortalezas nacionales en el rescate de las zonas bananeras en el período denominado la “Guerra del Banano”, en el que se aplicó a las multinacionales un impuesto de un dólar por cada caja de fruta exportada, con el objetivo de crear un fondo económico de dignidad para el desarrollo en los países centroamericanos.

En 1974, cuando me integré al grupo informativo de Radio Libertad, “Ñan” era contralor general de la república y se había empeñado en la sistematización institucional. Para ello, adoptó nuevas tecnologías de cómputo electrónico, capacitó al personal joven e introdujo un control eficiente del gasto público. Era el primero en llegar a diario a la sede de la Contraloría, localizada en la Avenida Balboa, que fue convertida en el eje motor de la modernización del Estado.

La Contraloría General, cuya modernización fue posible al trabajo hombres visionarios como Damián “Ñan” Castillo.

Cada mañana, antes de empezar su jornada, el contralor accedía al séptimo piso de esa torre, donde estaba la radioemisora estatal, para ver la información cablegráfica. Allí, tomábamos café y armábamos tertulias en las que en ocasiones participaban Danilo Caballero, Arqueles Morales, Norma Núñez Montoto, Mireya Hernández, Eloida Martínez, Diamantina Rivera, José de Jesús Martínez, Rosalina Pinzón, Euclides Fuentes, Zelideth Rosales, Baltazar Aizprúa, Rafael Vargas Santos, Guillermo Ríos Dugan, Rafael Núñez Zarzavilla, Benedicto, Puyol, César García Luna, Omaira De León, Vladimir Hernández, los hermanos Eduardo y Jaime Herrera, Santiago Quirós y Víctor Franceschi.

Cuando Torrijos fue llamado a ejecutar el cierre definitivo de la radioemisora, que había sido silenciada durante varias semanas por presiones de grupos de derecha, “Ñan” se levantó en las reuniones del Consejo de Gabinete ampliado para defender la permanencia del medio oficial. La radioemisora superó todas las crisis, pero fue quemada por tropas estadounidenses que invadieron a Panamá el 20 de diciembre de 1989, al no poder bloquear la señal de transmisión.

Es justo recordar que el Licenciado Catillo acompañó al movimiento estudiantil en la base de Río Hato, cuya recuperación había sido aprobada en 1970 por Torrijos, y apoyó el reinicio de las relaciones diplomáticas entre Panamá y Cuba. Concedió, además, un sólido respaldo a la lucha de liberación en Nicaragua y El Salvador, y promovió sin reservas la recuperación del Canal de Panamá y el proceso de descolonización de la franja canalera.

Entre sus méritos, hay que mencionar la reorientación de los Censos Nacionales que dieron continuidad a los trabajos de la demógrafa Carmen Miró (Premio Mundial de Población de Naciones Unidas), la creación del sistema de registro presupuestario en línea, el Centro de Orientación Infantil y el proyecto de vivienda para empleados de la Contraloría en Cerro Viento y Cerro Batea. Asimismo, gestionó las instalaciones de la Casa Club y del Conjunto Folclórico de la Contraloría, y proyectó la cultura y el deporte en los barrios.

La última vez que conversé con “Ñan”, fue en una feria afroantillana en la capital panameña, en febrero de 2009, dos años antes de su fallecimiento. Era uno de los pocos panameños de tez blanca que caminaba altivo entre la comunidad afrodescendiente, cuyo derecho defendió en todo momento. Encontré al amigo sentado, en compañía de su hijo, y tuvo palabras duras hacia el abandono de la lucha por parte de organizaciones sociales. Hablamos largo rato y me despedí de él, con un fuerte apretón de manos y frases de esperanza.

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