Con la familia en la finca agroecológica
Por José Antonio Casimiro
Reflexiones de un hombre enamorado de su tierra, su agua y su familia.
Me desilusioné de la agricultura convencional apenas comencé. Me sentí como un náufrago en una isla, sin esperanzas. La ignorancia convencional me pateaba y no me podía defender. A lo lejos, a veces, me parecía ver unas señales de humo, pero tan lejanas que semejaban nubes.
Decidí seguir caminando solo, y cuando ya estaba terminando la muralla que me aislaría totalmente, llegó un grupo de viejitos, locos como yo, que también creían que la naturaleza le ofrece al hombre en cada metro cuadrado lo inimaginable en bienes y recursos. Así llegó a mí el movimiento agroecológico; me abrió el corazón y despertó en mí una superproducción de energías que es lo que me ha hecho proponer mis observaciones, soluciones y contribuciones, para que se comprenda que Cuba tiene la posibilidad de realizar el sueño universal de la agricultura agroecológica con la familia en la finca.
El único modo de vivir como rico en el campo, siendo pobre, con todo lo que digan, es viviendo con la familia en la finca agroecológica. Todo lo que falta materialmente para viajar por el mundo, pertenecer a clubes selectos, pagar seguros médicos y escuelas famosas, y para educar a los hijos, queda sobrepasado porque no lo necesita, no se enferma, no tiene que ir a ninguna parte para entretenerse, sus hijos se forman en la mejor escuela del mundo junto a sus padres, al lado de la naturaleza, y se tiene el club más selecto del mundo: pertenece a los amantes de la vida, de la familia, de lo que se puede lograr con el esfuerzo propio.
La familia agroecológica en la finca se convierte en la fórmula completa para el aprovechamiento de todas las fuentes renovables de energía; no sólo todo se conserva mejor, sino que aumenta en general la capacidad productiva de cada porción de tierra. La familia, al ser generadora de lo logrado, recibe un complemento energético psicológico adicional que, a la vez que aumentan las producciones y los ingresos por lo recogido, aumenta también la posibilidad de ahorrar, por lo que no se necesita gastar en aburrimiento ciudadano.
La diferencia psicológica entre en la finca de la energía convencional, con la que viene de las fuentes renovables, puede estar en que con la convencional se tiene una potencia de cien caballos en turbinas, tractores, etc., y todos los caballos son machos, no se reproducen; en la otra, la potencia es de diez yegüitas y un caballo, que se reproducen todos los años, por lo que cada vez la potencia será mayor hasta llegar a sobrar para poder compartir.
No es que el trabajo durísimo en el campo embrutezca, sino que son los más brutos los que lo hacen, como norma. Esa es la paradoja. El campo necesita de los más inteligentes y son los menos los que están en él, casi que como única opción. Ese fue el mal mayor de la maquinaria agrícola y de la industrialización de la agricultura.
Pusieron un poder excesivo en mentes cortas y eso llena de vanidad el alma. Así se escribió la historia de la degradación infinita que llegó a cada célula de la humanidad. Por todas las razones que he visto, creo que Cuba es hoy el país más indicado del planeta para comenzar la revolución madura en la agricultura. Estamos en condiciones reales de encabezar a nivel global la alfabetización agroecológica. Llevo más de una década estudiando esa posibilidad, y he creado medios y formas para proponer lo que creo.
Un agricultor que vive con su familia en la finca, que comprenda en esencia lo que él más necesita (aliarse con la naturaleza), que opte por la agroecología profesional, comienza a crear una corriente hacia él.
La agroecología con la familia en la finca ofrece la posibilidad de colmar todas las fantasías, hasta las más ocultas que conminan a ser terrateniente, porque se convierte en un aireteniente, aguateniente, gravedad teniente, vidateniente, solteniente… A un gran terrateniente convencional se le va todo por alto; la familia agroecológica en pequeñas fincas es una solución humilde, revolucionaria, que lejos de desunir, une, porque ese contacto familiar con la naturaleza hace sencillos a los hombres, prácticos; puede ser una religión productiva no sólo de alegría, alimentos, sino de hombres y mujeres de gran calibre.
La fórmula agroecológica de producir alimentos con la familia en la finca no necesita casi nada más que un empujón (10 %). Todo lo otro viene por ley natural. Estas fincas despiertan la necesidad de compartir, de intercambiar, de tal manera que se les viene encima un caudal energético, para beber de todo. Ese es el potencial oculto que me da fe en que se puede lograr.
Cuando se va a emprender un camino, como el de la vida con la familia en una finca agroecológica, se cuenta con emociones muy fuertes y exceso de energía positiva. Esto sería peligrosísimo si los que tienen todos los recursos lo emprendieran. Por suerte, es casi diametralmente opuesto, porque este camino siempre lo emprenden los ricos de amor, los amantes del hogar y la familia, los que cuentan con el mayor recurso que se necesita para comenzar a hacer agroecología: deseos de querer, aprecio a la naturaleza, inteligencia, necesidad.
Estas personas convierten por arte cósmica las situaciones más difíciles en justificaciones para proponer las soluciones más sencillas y sostenibles, se apasionan por enseñarlas y trasmitirlas, porque ven que se convierten en investigadores y pueden dar soluciones científicas que sólo se aprenden en el campo de batalla a pecho descubierto, y encuentran caminos que no aparecen en ningún mapa. Los retos para una familia agroecológica en la finca son como los dolores de parto, todos esos golpes que hay que recibir para aprender y que sólo soportan los que no tienen todo lo que necesitan; son los que dan la verdadera satisfacción y acuñan el triunfo colectivo.
El misterio debe ser el contacto con la naturaleza. Todos los agroecólogos sienten una necesidad fisiológica por compartir lo que logran, lo que hacen; hay tanta libertad para el descubrimiento que cada uno se siente un científico; depende tanto de cada uno de ellos todo lo que logran que aflora el niño deseoso de relacionarse. La otra agricultura es tan ajena, tan elaborada, tan técnica que no deja nada que decir o que compartir; es la globalización de la infertilidad.
La agroecología vendría siendo un evangelio con un templo en cada finca, para todos los amantes agradecidos de haber nacido.
Ya la agricultura convencional es una cultura. Muchos científicos e ingenieros pusieron toda su pasión, sus mejores energías haciendo carreras, sus mejores años, y es muy difícil cambiarles sus criterios tan pulidos por la escuela y la propaganda de la industrialización agraria. A los agroecológos nos espera un camino largo, pero seguro, y contamos con la razón y el apoyo de la naturaleza.
Una verdadera finca agroecológica es algo tan sencillo como La Guantanamera, tan a la medida de lo que a la gente de todos los tiempos le gusta oír, la melodía eterna.
La agroecología es el sincronismo perfecto entre todas las leyes de la naturaleza y el hombre.
Se dice que la tierra es bondadosa; sin embargo, la tratamos con desprecio, la humillamos, la usamos para lucrar y ostentar, para producir lo que necesitamos a la fuerza, violando todas las reglas.
¿De qué podemos lamentarnos cuando la vemos llena de marabú, garrapatas, piedras y todo lo que molesta a los agricultores convencionales? ¿Cómo esa tierra, llena de vida durante millones de años, en pocas décadas se ha esterilizado? Alguien puede creer que porque una mujer mejore su aspecto exterior con liposucción, cirugía estética o silicona, va también a mejorar su esencia, su sensibilidad.
¿Puede alguien no darse cuenta de que prácticamente hasta los boniatos son ya alimentos chatarras, por todo el arsenal de armas químicas que se usan para recoger unos tubérculos que ni a boniato saben? Son boniatos de silicona y plátanos logrados por cirugía plástica. Esta es la forma más diplomática que tiene la naturaleza de advertirnos que desprecia ese trato, que no lo tolerará. No obstante, aún sigue bondadosa para quienes de verdad la aman, los que van por el camino del Sol, de las tecnologías apropiadas, en el movimiento agroecológico, con una verdadera cultura de la permacultura. Estos hombres y mujeres pueden imponerse en toda su dimensión con una agropecuaria ecológica acorde a cada lugar.
Afirmo y reafirmo que se puede hacer agricultura y pecuaria ecológicas si de verdad nos ajustamos a cada lugar, a cada época, con la naturaleza como aliada, sin aplicar incluso biopreparados como insecticidas o fungicidas, si se dejaran descansar los suelos, si se hace lo que practicaban los indios en la rotación, si se seleccionan las mejores plantas y animales que mejor se adapten a cada lugar y se sigue un mejoramiento y selección natural sin querer violar por gusto lo que está reglamentado y ha funcionado bien durante millones de años. Nada lograremos haciendo culturas fuera de época, sembrando papas en el lugar ideal del arroz y sembrando arroz donde mejor se cultivaría el garbanzo.
La agroecología tiene como esencia, como prioridad, ser la ciencia que más demanda del alma de la familia. Se necesita un pasaporte que tenga la foto de todos, para de esa manera poder ir creando o asimilando la cultura de explotación que exige cada finca.
Eso es lo que da credenciales para hablar con autoridad, para trasmitir la realidad y que sea creíble. La agroecología con la familia en la finca ofrece en Cuba el espacio para, con una Revolución Madura, borrar poco a poco todo el mal causado por la llamada Revolución Verde, que quizá sólo tuvo la utilidad de mostrar que el campo es para sabios apasionados con la vida. Hay para mí algunas reglas elementales para iniciar el camino maduro de la agricultura: la agroecología.
La agroecología familiar ofrece una producción de regocijo espiritual, de ánimo fértil, de capacidad creativa, que representa 90 % de todo lo que en realidad necesita un sistema de producción sostenible. La agricultura convencional sólo puede representar 10 % de lo que necesita un sistema productivo, aunque se vean más sacos, más cajas y más quintales. La finca agroecológica se revaloriza permanentemente con la mejora de los suelos, la cultura agropecuaria tejida por la finca, el mejoramiento de los animales, las semillas, los árboles, la descontaminación y, sobre todo, el amor familiar y comunitario.
* Pequeño agricultor de Taguasco, Sancti Spíritus