Veinte años después, de Alejandro Dumas

Nosotros los de entonces seguimos siendo los mismos.

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Los mosqueteros viven en el imaginario popular.

Por Álvaro Rojas Salazar
Semanario Universidad (Costa Rica)

Lo esencial de esta historia le pudo haber ocurrido a un grupo de jacobinos, a una facción de bolcheviques, a una columna guerrillera o a una pandilla de niños en cualquier barrio del mundo. Es así porque las separaciones y los reencuentros atraviesan la vida en la Tierra, nos ocurren a todos. En diversas circunstancias, en distintos escenarios, existen personas que al reaparecer despiertan en nosotros una memoria poblada de gestas heroicas, de emociones, de risas, de pasiones, de aventuras, de riesgos y también de imborrables lazos fraternales.

En este caso se trata de cuatro miembros de una de las principales guardias del Rey de Francia, cuatro mosqueteros a quienes Alejandro Dumas les dedicó una saga de más de 1.500 páginas. A ellos los descubrimos en Los tres mosqueteros (1844) y los vimos regresar en Veinte años después (1845), dos libros que son hitos ineludibles de la literatura universal y, especialmente, de la novela histórica occidental.

Desde el siglo XIX, Dumas vuelve su mirada hacia la vida social francesa de 200 años atrás, en su trabajo podemos ver a la modernidad pensando su pasado. Las aventuras de los mosqueteros representan un mundo, unas costumbres y una organización política que ya no existe en el momento de publicación de las novelas. La vida monárquica del XVII ha quedado atrás, el París de los mosqueteros no es el de Stendhal ni el de Balzac, no es el de Víctor Hugo ni el de Rimbaud, ni tampoco el de La dama de las camelias ni el de Flaubert. Sin duda, Alejandro Dumas (padre) también forma parte de ese siglo de oro de la novela francesa, al cual él le agregó una saga que busca lo mismo que los historiadores profesionales, es decir, reconstruir el pasado por medio del lenguaje, en este caso, el lenguaje de la ficción novelesca.

En Veinte años después, Dumas vuelve a usar la fórmula literaria con la que obtuvo tanto éxito al contar las subyugantes aventuras de D’Artagnan, Athos, Aramis y Porthos, quienes se habían separado tras los últimos acontecimientos de Los tres mosqueteros, donde sus antagonistas fueron el maquiavélico cardenal Richelieu y la hermosa y serpentina Milady, ambos ya muertos para entonces.

Los cuatro mosqueteros ahora viven más cercanos al anonimato que a la fama. Están lejos de las luces, se encuentran en retiros religiosos y campestres o han sido relegados a puestos de subordinación dentro de la jerarquía militar. La primera parte de la novela se dedica a preparar el reencuentro, a mostrarnos la vida que han llevado nuestros héroes durante estos 20 años que separan la trama de una novela de la otra, a presentarnos las nuevas tensiones políticas, a introducir a los nuevos antagonistas.

Ana de Austria es la reina de Francia, Luis XIV, su hijo menor de edad es el rey y el cardenal Mazarino es el italiano que está a cargo de la inteligencia del Estado, cuyas decisiones son las que han despertado en París el odio contra la reina, el surgimiento de un movimiento político llamado la Fronda, el cual busca hacerse con el poder dentro del reino. En esta ocasión, los azares de la política han dejado a dos mosqueteros del lado de la monarquía y a los otros dos del lado de la Fronda.

Como se ve, Dumas mezcla la historiografía con la ficción literaria, él desarrolla las aventuras de los mosqueteros en un contexto que se alimenta de la historia social de Francia, y también de Inglaterra, porque las tensiones políticas de la época también están presentes al otro lado del Canal de la Mancha, donde tiene lugar una guerra civil que traerá como consecuencia la ejecución de Carlos I a manos del poderoso coronel Oliver Cronwell.

Las novelas y los libros de historia narran el tiempo humano, las primeras inventan momentos y personajes que están libres de la verificación empírica y los segundos tienen el deber, al igual que ocurre con el abogado penalista, de demostrar sus argumentos, de explicar aquello que el novelista solo cuenta. Así, Dumas lanza a sus mosqueteros dentro de la vida política del siglo XVII, los involucra en sus intrigas, los pone a conversar y a combatir con personajes históricos. Entonces, D’Artagnan, Athos, Aramis y Porthos, se desenvuelven de igual a igual con políticos y con militares que vivieron más allá de las páginas de los libros.

Siguiendo la estructura de viajes del Quijote y la influencia romántica de Ivanhoe, de Walter Scott, en Veinte años después Dumas despliega su enorme talento para construir luminosas tramas pobladas de aventuras que se siguen unas a las otras, con momentos intermedios que sirven como descanso, como lugar de reposo para muy pronto ponernos a todos a galopar de nuevo al ritmo de los caballos de los mosqueteros y de sus lacayos, a pelear con sus espadas en la mano, a escapar de prisiones, a brincar muros en noches invernales o a navegar en mares turbulentos perseguidos por un hombre pálido, demente y demoníaco. Dumas es un genio de la novela de acción, sus imágenes ya eran cinematográficas antes de que se inventara el cine.

La pasión con la que leemos las peripecias de los mosqueteros es posible gracias a brillantes combinaciones de tramas narrativas, a un uso magistral de los diálogos, intercalados estos con breves intervenciones de un prudente narrador omnisciente, quien solo nos deja saber aquello que nos permite comprender los antecedentes de las vertiginosas escenas en las que participan estos intrépidos hombres que para entonces ya pasan de los 40 años.

Los personajes de Dumas sufren, padecen hambre, frío, sed o sueño, se alegran, reflexionan, son psicológicamente coherentes y profundos, es decir, se parecen a las personas de carne y hueso.

Por eso no los podemos dejar solos, por eso viajamos y combatimos y deseamos salir de prisión con ellos o matar a Ana de Austria, a Mazarino y a Mordaunt, el siniestro hijo de Milady quien está obsesionado con vengar a su madre. Si Los tres mosqueteros es un libro de más de 800 páginas, Veinte años después tiene casi 700, aun así, ambos se nos hacen cortos. Dicho de otro modo, al ingresar en sus páginas siempre queremos más acción, queremos seguir soñando con los ojos abiertos, aunque nos acechen afuera la madrugada y las responsabilidades del día siguiente.

Si los azares que rigen el reino de este mundo pusieron a los mosqueteros en bandos opuestos dentro de las tensiones políticas francesas (frondistas contra monárquicos) y dentro de las inglesas (monárquicos contra Cronwell y sus seguidores), ellos son tenaces a la hora de renovar sus votos de lealtad, su fraternidad indestructible y saben encontrar la forma de defenderse, de apadrinarse y desenmascarar a los tiranos y a los malvados. Sus luces son la justicia, el buen corazón y la inteligencia; sus armas: las espadas, los puñales, la valentía y la astucia.

Cada uno de estos cuatro héroes aporta atributos de su personalidad a la poderosa pandilla combativa, pero, en Veinte años después, el líder indiscutible es D’Artagnan, él es el mejor: es irónico, astuto, intrépido, hábil en el combate y brillante en el pensamiento estratégico. Es en él en quien confían sus compañeros cuando las cosas se ponen difíciles.

A pesar de la adversidad, D’Artagnan siempre encuentra una salida, siempre tiene un plan que da resultados, siempre consigue mejorar la vida de la gente a la que quiere. Nosotros los lectores también confiamos en D’Artagnan. No nos vendría mal traerlo al mundo en el que vivimos hoy en día, tal vez el mejor de los mosqueteros pueda ayudarnos en medio de tanto oscurantismo político, en medio de tanto retroceso y de tanta ambición ciega.

Quizá ese sea el poder de la literatura, el poder que tienen novelas como esta de Alejandro Dumas, que permite abrir avenidas hacia el pasado para ayudarnos a comprender un poco mejor el presente, soñar con futuros luminosos y elaborar utopías.

Las grandes novelas y la historiografía nos brindan saberes que se complementan y que se hacen préstamos entre sí, ambas formas narrativas fortalecen la comprensión de los acontecimientos sociales, como ese siglo XVII europeo del que se vale Alejandro Dumas para crear las condiciones espacio-temporales de las aventuras en las que se ven envueltos sus entrañables personajes.

En Inglaterra, los mosqueteros no pudieron salvar a Carlos I de la inteligente violencia de Cronwell. En Francia sí lograron un acuerdo entre la reina y los frondistas, vencieron a Mazarino al tiempo que consiguieron también quedar bien parados desde el punto de vista social, libres de cargos y vestidos con un comprobado prestigio propio de los héroes de guerra.

D’Artagnan al final, ¡faltaba más!, aspira a convertirse en mariscal de Francia y una hermosa amiga lo espera en la intimidad de un hostal; sus compañeros, por su parte, buscan el retiro, la paz y la vida monacal, ellos ya no quieren combatir. Todo esto tiene como consecuencia algo muy triste: resulta inevitable que sus caminos se bifurquen. Entonces, los mosqueteros se citan para despedirse, no saben si algún día volverán a verse. Nosotros tampoco. Bajo la luz del sol se dicen adiós con lealtad de caballeros andantes mientras sus ojos se llenan de lágrimas. Y con los suyos los nuestros, porque para nadie resulta fácil seguir hacia adelante solo, ya sin la compañía de gente tan querida, de gente tan importante.

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