Por Rogelio Mata Grau
Docente y especialista en ciencias sociales
El triunfo de Gustavo Petro en 2022 no fue sólo una victoria electoral. Ese resultado fue un acto de justicia histórica. Por primera vez en más de dos siglos, el pueblo colombiano logró romper el cerco político que las oligarquías conservadora y liberal habían tejido sobre el poder desde los albores de la República.
Durante doscientos años, esas élites se alternaron el gobierno como si el Estado fuese una herencia privada. Que un hombre nacido del pueblo, forjado en la lucha social y nutrido por la esperanza colectiva, haya llegado a la presidencia, resulta imperdonable para esa oligarquía y sus aliados.
Petro representa el desplazamiento del poder histórico de las élites hacia las mayorías excluidas. Encabeza una revolución pacífica que busca rescatar a Colombia del miedo, la desigualdad y la corrupción estructural que durante generaciones desangraron al país. Pero su mayor hazaña no está solo en haber ganado el gobierno, sino en haber transformado su propio método de lucha: del insurgente armado que soñaba con la justicia por la vía de la confrontación, al estadista que hoy busca alcanzarla mediante la palabra, la democracia y la educación.
Esa evolución no es renuncia, sino madurez. Petro demuestra que la verdadera revolución es la que se construye con conciencia y participación, no con imposiciones. Su proyecto de “paz total” busca reconciliar al Estado con los territorios abandonados, y su visión de justicia social reivindica el derecho de los pueblos a vivir con dignidad.
Gustavo Petro, con sus luces y contradicciones, está reconstruyendo la patria de Bolívar, de Nariño y de Jorge Eliécer Gaitán. Como Bolívar, reivindica la soberanía latinoamericana frente a los imperios. Como Nariño, defiende la educación, la razón y los derechos humanos como cimientos de una república justa.
Y como Gaitán, lucha por redimir al pueblo del abandono histórico y devolverle la esperanza. En Petro convergen las tres corrientes que han intentado darle alma a Colombia: la independencia, la ilustración y la justicia social. Por eso su liderazgo trasciende lo nacional. Es parte de una corriente mayor que recorre América Latina en busca de un nuevo pacto de dignidad, soberanía y unidad.
En tiempos donde la política suele reducirse a cálculo, Gustavo Petro Urrego representa una rareza: un hombre que gobierna con ideas, con memoria y con propósito histórico. Y aunque el poder económico y mediático intente desgastarlo, su legado ya está sembrado en la conciencia popular: la convicción de que otra Colombia y otra América Latina son posibles.
Cuando la historia juzgue este tiempo, no lo hará desde los intereses de los poderosos, sino desde la mirada de los pueblos. Y en esa mirada, Gustavo Petro estará del lado correcto de la historia.




