Por Abdiel Rodríguez Reyes
Doctor en filosofía
Las inteligencias artificiales (IA) han transformado profundamente la forma de estar en el mundo. Un aspecto de esas tecnologías es que, en realidad, reflejan en gran medida a sus usuarios. La IA no surge de la nada. Es una invención humana.
Es necesario señalar que su comportamiento, respuestas y decisiones están influenciadas, por ahora, por los datos y las interacciones humanas. Por ello, es importante la adecuada regulación, tanto a nivel legal como ético.
Desde la perspectiva de los datos, la calidad, diversidad, los algoritmos y sesgos de la información aportada a una IA definen en gran medida su tónica. Por ejemplo, una IA entrenada con datos mayoritariamente en inglés, provenientes de contextos occidentales, mostrará perspectivas alineadas con esas culturas y valores, y los reproducirá.
Si se alimenta con datos sesgados, también reflejará dichos prejuicios, evidenciando las tendencias ideológicas. Incluso, hay preguntas en sí mismas prejuiciadas que condicionan la respuesta. Las IA no tienen conciencia, pero actúan como un reflejo de la sociedad y sus usuarios que la diseñan, exponiendo las virtudes y los defectos en el proceso.
Por otro lado, las decisiones de diseño y objetivos de las IA también dependen de los intereses de sus creadores o de quienes diseñan su regulación. Tanto sujetos, como instituciones y sectores privados imponen sus prioridades, ya sea en términos de eficiencia, privacidad o accesibilidad, pero el tema sobremanera es la regulación. Así, las IA son el reflejo de la condición humana en sus múltiples expresiones.
Asimismo, las interacciones diarias de los usuarios con las IA moldean su evolución. Cuando son utilizados los chatbots o recomendaciones en plataformas digitales, estamos entrenando y ajustando esas tecnologías en tiempo real. Nuestros gustos, preferencias y comportamientos diarios sirven como materia prima, haciendo que la IA evolucione según nuestras propias tendencias y patrones.
Las IA reflejan nuestras aspiraciones y miedos. Mientras, algunos ven en las IA una oportunidad para avanzar en la ciencia y mejorar la calidad de vida. Otros temen su impacto negativo en el empleo, la privacidad y vigilancia.
Esas tendencias influyen en las potencialidades y en las regulaciones necesarias. En definitiva, son un reflejo complejo de la industria tecnológica del gran capital digital, y también del mismo usuario. Si se carece de las capacidades requeridas, es como alimentar la propia ignorancia. Las generaciones del presente enfrentan ese gran desafío.




