Por Carlos Smith Fray
Médico psiquiatra
Toda mi familia sabe que conocí personalmente al general Omar Efraín Torrijos Herrera, jefe del gobierno de Panamá, quien desapareció físicamente el 31 de julio de 1981. Teníamos un respeto y admiración mutua a cambio de nada, y ello potenció nuestra amistad.
Nunca pedí nada para mí. Un hecho anecdótico se registró en 1977, a pocos meses de recibirme de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Panamá. Fui convidado por una persona, también cercana a Torrijos, para hacerle una visita a su residencia en Farallón, en Río Hato, contigua al aeropuerto del mismo nombre, donde antes hubo una base norteamericana, que fue devuelta a Panamá antes de la firma en Washington de los Tratados del Canal interoceánico.
Las dos personas acudimos al encuentro sin previo aviso. La seguridad anotó en un libro nuestros nombres y nos hicieron pasar en pocos minutos a un área de espera. Eran entre las 9:00 a.m. y 10:00 a.m. de un día sábado. Cada uno de nosotros tenía necesidades que debían ser ventiladas y lo esperado era que en medio de la plática sobre la situación del país, fuesen reveladas diversas peticiones.
Mi acompañante tenía muy clara su lista de deseos y allí le dieron respuesta a todos sus requerimientos, que incluían un nombramiento en un cargo público para alguien muy allegado a él. Sin embargo, cuando llegó la oportunidad, formulé un planteamiento diferente, pese a evidentes necesidades, como el acto de graduación de la culminación de mi carrera y la falta de dinero para cubrir los gastos de la toga, fotos, sortija conmemorativa, pagos de timbres y diploma.
Todas esas carencias detalladas quedaron en el olvido cuando hice uso de la palabra frente a Omar, quien escuchó detenidamente mi solicitud, distinta a todas las demás que había escuchado: el suministro de un mimeógrafo, estarcidos, tinta, papel para seguir publicando el boletín de noticias comunitario del grupo barrial al que yo pertenecía y privilegiaba el desarrollo humano y comunitario.
Cuando volví a mi hogar después de aquella entrevista con el jefe del proceso de recuperación del Canal de Panamá, a quien había acompañado en varias jornadas en el campo en mis días de estudiante institutor, mis padres y hermanos me abordaron para conocer el resultado de la gestión, pero les sorprendió mi relato que no comprendieron desde su perspectiva íntima y personal.
Ellos me dejaron sólo con la alegría de haber dialogado con el general Torrijos, a quien no solicité nada para mí. No me arrepiento de pensar en el compromiso social y alejarme de reclamos egoístas. Los verdaderos amigos apoyan las causas justas y no se aprovechan de ellas. Así ocurrió en el encuentro con Omar Torrijos, cuyo recuerdo comparto con los lectores de este medio periodístico empeñado en preservar la memoria colectiva de Panamá y sus grandes líderes.