Un “liliputiense” y la tumba vacía
Por Cecilio E. Simon E.
Redacción de Bayano digital
Solo un pequeño presidente con la estrechez mental de un “liliputiense”, intentaría reducir a una «tumba vacía», el honroso lugar que ocupa el General Omar Torrijos Herrera en la historia y en el corazón de los panameños.
Jonathan Swift en su novela “Los Viajes de Gulliver”, reseña el primer viaje de su personaje: relata como naufragó su nave el Antílope y fue hecho prisionero de los diminutos habitantes de Liliput, en guerra con el Estado rival Blefusco, también habitado por diminutas personas de 15 centímetros de altura.
La disputa era por dónde se empezaba a pelar un huevo hervido: los liliputienses alegaban que debe ser por el lado angosto y los blefuscuenses por el lado más grueso. Gulliver que sobrepasaba seis veces el tamaño de los contendientes intervino en favor de los liliputienses, que victoriosos dieron un título honorario a Gulliver.
El legado de Omar, se puede contrastar con los de un presidente incompetente, con un diminuto cerebro como el de los liliputienses. Omar y los torrijistas no somos blefuscuenses, por tanto no entramos en la disputa de cómo pelar huevos hervidos.
Por el contrario reinvidicamos la inmensa obra de Omar, que heredó al pueblo panameño, como producto de los Tratados Torrijos-Carter, más de 36 mil millones de dólares en activos y mil cuatrocientos kilómetros cuadrados segregado de la soberanía panameña en la Zona del Canal. Omar decía en su testamento político y en su opción por los pobres, dar el uso más colectivo posible a los bienes revertidos, para lograr la victoria del desarrollo.
Omar tambien advirtió del peligro de “cambiar amos blancos por amos chocolates”; sin embargo no visualizó que serián liderados por un presidente liliputiense, que pretende disminuir su legado a “una tumba vacía”; en tanto que auspicia la corrupción, para llenar las alforjas de quienes enfrentaron al proyecto emancipador de Torrijos y, se opusieron a los tratados.
Ese presidente liliputiense, a una velocidad superior al de las testudinatas, reparte lo que no es suyo.
Cabe mencionar el oportunismo de algunos charlatanes, que se dicen torrijistas, que solamente sacan Torrijos en procesión durante las elecciones, al que consideran muerto, en coincidencia con un general que pretendió ser presidente.
«Ustedes, los del trinchante del diablo (refiriéndose a la Vanguardia Torrijista), dejen que el muerto descanse en paz», decía destemplado el general de marras.
Esos, que se dicen torrijistas, no erigieron durante sus gobiernos un monumento a Omar, como sí lo hicieron los panameñistas, para su cuestionado líder de factura racista y fascista, a la entrada de la antigua Base de Amador.
No conocemos un solo discurso de Arnulfo Arias Madrid que reivindicara la soberanía nacional en la Zona del Canal, entonces, ¿qué hace allí ese inmerecido monumento?
Juan Carlos Varela, que acostumbra a desviar la atención y tapar un escándalo con otro, provocó el debate sobre la sede de la Embajada de China, para desviar la atención de las presiones del gobierno de Donald Trump, que llamó a consulta a su Encargado de Negocios en Panamá, «por haber roto relaciones con Taiwan». Así, con la sumisión a la que se refiere su socio en el Cartel de Lima, el corrupto ex presidente Pedro Pablo Kuczynski, pretende agradar a Washington, para situar a los panameños en la disyuntiva del respaldo a China o favorecer los intereses hegemónicos de los Estados Unidos.
Cuanta falta hace Omar, para enseñar a Varela el abecedario de la palabra patria; toda vez que en su condición de presidente liliputiense está dispuesto a entregar nuestra soberanía, y presurosamente se alinea con la política exterior de los Estados Unidos, mientras busca cómo resolver sus intereses comerciales con China.
En su desatinada declaración, cuestiona el Mausoleo de Omar ubicado en la primera base militar norteamericana, que revirtió a Panamá tras la firma de los Tratados Torrijos Carter. Solamente un liliputiense, de diminuta figura, que se mueve entre los pies de Gulliver, que ahora vive en Washington, es capaz de desconocer que el verdadero Mausoleo de Omar está en el corazón de millones de panameños, que no son «tumbas vacías».
Los torrijstas repudiamos su empecinada mezquindad de reconocer a Omar en la historia, a pesar de que él, su familia y el circulo cero renovado, disfruten y se reparten los beneficios de los tratados a los que se opuso.
Omar en su inmensa modestia decía: “No quiero entrar a la historia, quiero entrar a la Zona del Canal”. Quienes celebraron su muerte y usufructúan ilegítimamente su legado, podrán fundir y vender el bronce de los soldados que custodian el Mausoleo, que es más que «una tumba vacía»; pero esos mercaderes no podrán sacar a Omar de la historia ni del Canal.
A diferencia de Omar que entró a la historia, Varela será recordado por su inmensa incompetencia, que llega al extremo de los liliputienses, que no saben por donde empezar a pelar un huevo hervido.