Por Julio Yao
Internacionalista, agente de la República de Panamá ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Indudablemente, el intento de asilo de Ricardo Martinelli Berrocal (RBM) pudiera extenderse y complicarse por leguleyadas, la politiquería y la corrupción del patio, pero son las Convenciones sobre Asilo de La Habana, de 1928, de Montevideo, de 1933, y de Caracas, de 1954, las que aclaran el caso. Veamos los detalles:
El Artículo 1 de la Convención sobre Asilo de Montevideo, de 1933, reemplaza el Artículo 1 de la Convención de La Habana de 1928 y establece lo siguiente:
Artículo 1: No es lícito a los Estados dar asilo en legaciones… a los inculpados de delitos comunes que estuvieren procesados en forma o que hubieren sido condenados por tribunales ordinarios…Las personas mencionadas en el párrafo precedente, que se refugiaren en algunos de los lugares señalados en él, deberán ser entregados tan pronto lo requiera el Gobierno local”.
Este artículo niega el asilo a RMB y obliga a Nicaragua a rechazarlo siempre y cuando su gobierno reconozca que el peticionario fue condenado. Managua debe devolver a RMB a Panamá.
La abrumadora mayoría de nuestro pueblo —que es el real soberano según nuestra Carta Magna— sabe que RMB fue condenado en firme por delitos comunes y otras múltiples razones.
Por otra parte, el Artículo 2 (inciso quinto) de la Convención de 1928 establece que, “mientras dure el asilo, no se permitirá a los asilados practicar actos contrarios a la tranquilidad pública”. Vana prohibición a RMB, quien es dueño del espectáculo y ya dio entrevista a medios internacionales, razón por la cual Nicaragua puede cancelar el asilo, conforme a la normativa.
El Articulo 2 de la Convencion de 1933 dispone que “La calificación de la delincuencia política corresponde al Estado que presta el asilo”. En el caso de RMB, Nicaragua eta obligada a rechazar el asilo, toda vez que el ex presidente no es un perseguido politico sino un delincuente común que huye de la justicia.
La Convención sobre Asilo Diplomático de Caracas, de 1954, amplía los requerimientos: “Artículo III. No es lícito conceder asilo a personas que al tiempo de solicitarlo se encuentren inculpadas o procesadas en forma ante tribunales ordinarios competentes y por delitos comunes, o estén condenadas por tales delitos y por dichos tribunales, sin haber cumplido las penas respectivas”.
Como se aprecia, la Convención de Caracas exige, además, que la persona debe haber cumplido las penas impuestas. Esta Convención adiciona una prohibición no presente en 1928, en su Articulo XVIII, según el cual “el funcionario asilante no permitirá a los asilados practicar actos contrarios a la tranquilidad pública, ni intervenir en la política interna del Estado territorial.” Imposibilidad intrínseca en RMB, incapaz de morderse la lengua. RMB no ha cumplido la pena impuesta de 10 anos y 9 meses, como tampoco el pago de varios millones de dólares.
Obviando posibles leguleyadas y distracciones, es evidente que no existen razones para otorgar asilo a RMB. Ante posibles desenlaces, han surgido diversas opiniones, que no comentaremos por ahora.
Para ahondar en su caso, afirmamos que RMB ha sido responsable de crímenes mayores. Quien esto escribe publicó un artículo en la red más consultada del mundo: la Red Voltaire. De mi artículo “Un presidente al servicio de la CIA”, de 28 de mayo de 2018, reproducimos lo fundamental:
“Un presidente al servicio de la CIA”
“Esperanzado en lograr una ayuda in extremis, un empleado en apuros escribe a su patrón recordándole que por años le sirvió fielmente. El “empleado” se llama Ricardo Martinelli, fue presidente de Panamá (de 2009 a 2012), está detenido en Estados Unidos desde junio de 2017 a pedido del actual gobierno panameño que lo acusa, entre otras cosas, de espionaje y de haber puesto bajo escucha telefónica a más de 150 personas cuando era presidente. La carta de Martinelli acaba de crear revuelo en los medios panameños porque está dirigida… al gobierno de Estados Unidos. Desde Panamá, el analista Julio Yao, aborda el tema. RED VOLTAIRE
RED VOLTAIRE | PANAMA (PANAMA) | 28 DE MAYO DE 2018
De visita en la Casa Blanca, el 28 de abril de 2011, el presidente panameño Martinelli, en un aparte con la secretaria de Estado Hillary Clinton.
Un pueblo espera siempre que su presidente esté a su servicio y que lo represente dignamente, aún cuando esté al borde del patíbulo. El ex presidente de Panamá, Ricardo Martinelli, al parecer, ha olvidado este primer mandato constitucional: ¡Dignidad! ¡Dignidad! Toujours la dignité!
Cansado de aguardar una ayuda de Estados Unidos que lo salvara de la extradición a Panamá —su país— para encarar diversas acusaciones, el ex presidente Martinelli pensó que una llorosa carta al pueblo y al gobierno estadounidenses en la que les cuenta cuán leal ha sido a Washington, le ganaría la simpatía necesaria para que lo liberacen de su ordalía tras un año en prisión.
En humillante exhibicionismo, Martinelli confiesa que siempre fue un leal servidor de Washington, concretamente de la CIA (Central Intelligence Agency); confiesa que detuvo el barco norcoreano Chong Chon Gang «por instrucciones de la CIA»; que votó 100% a favor de Israel, motivo por el cual fue declarado persona no grata por organizaciones árabes, como el Hezbollah; que ayudó a escapar de la INTERPOL al jefe de estación de la CIA en Italia, sentenciado por secuestro y tortura a supuestos “terroristas”; que se alió a Estados Unidos en la guerra estadounidense contra las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia); que autorizó conectar 19 radares (de bases aeronavales) al Comando Sur estadounidense; que instaló cámaras (“Matador”) para obtener información nacional e internacional; y que almorzó, junto a su ministro de Seguridad, José Raúl Mulino, en la sede de la CIA, en Langley, Virginia, donde le garantizaron protección contra Varela [actual presidente de Panamá].
Luego de este vergonzoso striptease, el ex presidente Martinelli confiesa:
«Cuando la CIA pidió que yo detuviera un barco norcoreano proveniente de Cuba, no pestañeé».
No pestañeó, pero, soplón y mendicante de pacotilla, el vergonzante reo le dice a la CIA que «su enemigo», el hoy presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, mantiene una «estrecha relación» con el presidente cubano Raúl Castro, quien lo amenazó a él, incidente que Martinelli reportó al entonces presidente estadounidense Barack Obama.
Parece que Martinelli ignora que «la mujer del César no sólo debe serlo, sino también parecerlo» y que el imperio no tiene amigos sino intereses. En evidente “descuido”, el suplicante reo olvidó reconocer que su “enemigo”, el hoy presidente Varela, era a la sazón su vicepresidente y ministro de Exteriores y, por ende, su compinche, por lo que el paraguas de la CIA también acoge bajo su sombra protectora al propio Varela.
Anécdotas aparte. Veamos lo relevante de sus confesiones:
Martinelli mete a Estados Unidos en un gravísimo problema: su confesión sobre los “servicios” que desde la Presidencia de Panamá prestó la CIA, y no a la nación que lo eligió o al Derecho Internacional (Artículo 4 de la Constitución de Panamá), significa que la navegación por el Canal de Panamá no se rige por el Tratado de Neutralidad —que garantiza un tránsito abierto, sin discriminación y libre de tropas extranjeras— sino por una política de navegación dictada por… la CIA, política basada en una Declaración canalera monroísta que se remonta al presidente Rutherford Hayes, de 1880.
Martinelli revela que fue el gobierno de Estados Unidos el que ordenó detener —¡en alta mar!— el barco norcoreano “Chong Chon Gang” y lo entregó a Panamá, en violación conjunta de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, un delito adicional y no menos grave que la violación de la neutralidad del Canal.
Al votar siempre a favor de Israel en la ONU y declarar que ese país es el “Guardián de Jerusalén”, Martinelli ofende al pueblo palestino y al mundo árabe y viola el Derecho Internacional, lo cual, junto a la no entrega a Italia de un miembro de la CIA prófugo de la justicia italiana (que lo reclama por secuestro y tortura) constituye un crasa violación de los derechos humanos en ambos países.
La instalación de bases aeronavales y radares y el alineamiento de Panamá contra las FARC, constituyen una violación descarada del Tratado de Neutralidad y un distanciamiento radical de la neutralidad y del pacifismo tradicionales del pueblo panameño, así como de la política de No Alineamiento adoptada por la República de Panamá desde 1975.
La confesión del ex presidente Martinelli lo hace responsable de atentar contra la personalidad internacional del Estado panameño, contra la seguridad interna y externa de la República de Panamá, de sumisión a poderes extrarregionales, de propiciar la intervención extranjera en asuntos internos de Panamá, de violar la Carta de la ONU y la de la OEA, el Tratado de Neutralidad, los derechos humanos de los pueblos de Palestina e Italia y de traición a la Patria panameña”.
Nueve años antes del anterior artículo, el 2 de noviembre de 2009, Día de los Difuntos, fui designado por el Consejo Municipal de Panamá como Orador Oficial. Ese día, el vicepresidente y canciller de RMB, Juan Carlos Varela, irrespetando a la Comuna capitalina, interrumpió escandalosamente mi discurso, pero el mandatario lo apoyó continuando con insultos y provocaciones. Desde ese día, el Ejecutivo censuró de antemano todos los discursos conmemorativos del Día de los Difuntos. ¡Adiós a la libertad de expresión!
Al día siguiente, domingo 3 de noviembre, Día de la Independencia, estando yo en Colón, junto a mi amigo, el Dr. Walid Zayed, varios malhechores de la Seguridad del Estado (su ministro era José Raúl Mulino) asaltaron mi casa y destruyeron tres puertas de hierro y una cuarta de madera; robaron nuestro dinero e intentaron sustraer los discos de mi computadora. Lo peor: intentaron secuestrar a mi familia, quienes debieron encerrarse en el auto y trancar sus puertas, siendo salvados por vecinos que escucharon el alboroto. Ese 3 de noviembre, en Colón, el gobierno intentó sobornarme con una embajada importante en un país de Asia, que jamás consideré.
Alguna vez, Omar Torrijos anheló que Panamá fuese como Suiza, pero se lamentaba de que “los panameños no somos suizos”. Parafraseando a Omar, si Panamá fuera China, a RMB lo hubieran sentenciado a muerte, pero, tras varios años preso, ¡le darían cadena perpetua! Lamentablemente, tampoco los panameños somos chinos.