Testigos del Tiempo

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Por Julio Bermudez Valdéz
Periodista

El pasado sábado fui invitado a la presentación del Libro «Testigos del Tiempo» , del doctor Juan Carlos Mas Calzadilla, en el que fui expositor junto al catedrático Luis Navas Pájaro. Les comparto mi intervención. Saludos

La novela histórica ha sido siempre una obra apreciada pese a los reclamos que le hacen algunos. Quizás porque en lugar de la rigurosidad científica, es la forma como recuerda el corazón.
Siempre ha estado como un recurso para llenar aquellos vacíos que han impedido conocimientos cabales o interpretaciones justas, o versiones que, pese a su honradez o quizás por ello, han quedado entre las sombras para que nunca se sepa la verdad, aunque ello haya implicado llenar la historia de versiones inexactas.

Los vencedores escriben la historia, se ha dicho y confirmado, aunque el recuerdo sigue siendo un recurso infalible.

Subgénero narrativo configurado durante el romanticismo del siglo XIX, la novela histórica recurre al argumento de ficción, centra sus ojos en un tema, subutilizado o excluido de la historiografía oficial y se apoya en datos históricos para aportar al debate, o a la investigación, el ángulo dejado en el camino de manera descuidada o intencional.

Es habitual que los autores de esta clase de novelas recurran a protagonistas reales o ficticios para contar la parte huérfana de la historia, con la esperanza de que, llegado el momento, esa ficción aparente encuentre eco y profundidades. Dependerá de otros que, conocedores del relato y la inquietud, la lleven a feliz término.

Debido a ello quiero saludar esta tarde con particular respeto el esfuerzo que hoy pone en nuestras manos este veterano y progresista hombre de luchas, revolucionario por definición y actos, Juan Carlos Mas, a través de 55 relatos y una conclusión, cobijados bajo el título certero de: Testigos del Tiempo.

Su obra recorre en lenguaje amigable 400 años de historia panameña en un intento por entender de qué lado está quién, qué representa cada componente de esta larga jornada, desde los lejanos días del cacique Ubarraga Mania Tugrí, al que todos siempre conocimos como el gran Urracá, pasando por las legendarias liberaciones del gran Simón Bolívar, la unión de Panamá a su proyecto y la traición al mismo, que aun hoy tiene consecuencias.

Pero no se trata de una narración llana. Hay en la exposición de Juan Carlos Mas intencionalidad, un reto para el debate, una ruta, un camino, y por ende la tesis de un compromiso de generaciones tras generaciones con un lado de la vida.

Cuando, en el capítulo X, se refiere, por ejemplo, a un patriota internacionalista como el general José María Melo, a quien la historiografía panameña reiteradamente menciona de soslayo como un dictador, recoge la voz de un comensal que pregunta: “Pero ¿era o no era Melo un dictador?” Y responde: El concepto de dictadura depende de quien ejerce el poder y contra quien. Un debate que aun tiene vigencia, aunque bajo otras circunstancias y con otros actores.

Así en Testigos del Tiempo, a través de las voces de Felipita y Aurelio, van transitando desde el educador Buenaventura Correoso hasta el doloroso testimonio de Andresito Martin sobre la derrota del levantamiento de Monkey Hill que dirigió el general Pedro Prestán, hasta los encuentros significativos del joven Belisario Porras, y su protagonismo en los acontecimientos del Puente de Calidonia, tal cual los recuerda Evangelina Sánchez.

Es como si el pueblo se sentara a recordar su propia vida, el rol que le asignaron o el que él desempeñó. En Testigos del Tiempo, Juan Carlos Mas recoge el propósito principal que el gran húngaro Gyorgy Lukács le atribuye a la novela histórica: ofrecer una cosmovisión realista de un sistema de valores. Y Mas lo hace, solo que en lugar de la lejanía que Luckács le asigna al rescate de esta empresa irrumpe vigorosa en las más recientes etapas de nuestra historia.

Entonces los argumentos lejanos pasan a sustentar la conciencia que un abandonado sector de la población comienza a asumir a partir del fermento progresista que se incuba en las aulas de clases, del Instituto Nacional y la Universidad de Panamá, hasta llegar a los días dramáticos y luminosos del enero de 1964, los días del proceso revolucionario y el rol del general Omar Torrijos, donde vuelve la interrogante formulada respecto al actuar del general José María Melo. ¿Era Torrijos un dictador?, y que con seguridad tendrá la misma respuesta que resalta Mas para aquella ocasión: …depende de quien ejerce el poder y contra quién.

De fácil lectura, la obra de este autor puede considerarse como una guía del largo camino de la Patria, de sus luchas y sacrificios, de sus victorias y sus fracasos y del doloroso drama que ha implicado para esta sociedad la invasión norteamericana del 20 de diciembre de 1989.

Y aquí quisiera establecer algunas consideraciones para finalizar. En la vida de los pueblos existen acontecimientos fronterizos, limítrofes, que, definidos por intereses históricamente determinados, marcan un antes y un después; son como una especie de cortina con pretensiones osadas.

Tratan de ser puntos de partidas, inicios de nuevas fases y por lo general imponen tendencias entre sus sociedades conforme los intereses que los han originado. Algunos le llaman borrón y cuenta nueva, pero no logran romper el hilo que, como hemos visto, traza Juan Carlos Más en este libro.

Son acontecimientos de tal impacto que inicialmente las sociedades se rinden ante la realidad y los asumen dóciles, colocando por delante la sobrevivencia de su ser, la de sus cuerpos, dejando atrás, momentáneamente, esas molestias que para algunos representa la terquedad de las conciencias.

Son, entonces, en esos espacios cortos o prolongados, como cuerpos sin almas que vuelan sobre los océanos, tratando de confundirse con sus nuevas realidades, para que aquellos que promovieron esas desgracias no sospechen siquiera que recuerdan.

En Cien Años de Soledad, nuestro amado escritor, Gabriel García Márquez describe pormenorizado este proceso tras la matanza de obreros en las plantaciones bananeras de Santa Marta. Vagones de un tren con más de tres mil muertos entre los que despierta uno de los Buendía, y al regresar al pueblo y tratar de conversar sobre los acontecimientos, se encuentra con unos ciudadanos sorprendidos por sus versiones. Allí no ha pasado nada, nadie recuerda nada. O como en Francia, cuando los ilustrados galos recibían entre aplausos a los invasores alemanes. Pasó en la Guernica española después del bombardeo nazi y pasó en Panamá después de la masacre. Un amigo, poco ilustrado, me dijo un día ¿y que querías, que nos mataran todos?

Luego entonces recordar, mucho más que un deber, es una forma de lucha.

En la mitología griega existen dos ríos: Lete, una de las fuentes de Hades el señor de los infiernos, a cuyas aguas asistían los muertos para olvidar todo lo que había sido su vida anterior antes de reencarnar para otra. Y Mnemósine, el otro río, cuyas aguas, al ser bebidas, hacía recordar todo hasta alcanzar la omnisciencia.

Se trataba de un mito de gran incidencia en la vida de los griegos, tanto que sus soldados temían mucho a Lete. En el año 130 A.N.E el general romano Décimo Junio Bruto Galaico se dispuso a deshacer el mito, y ante sus tropas cruzó solo el río Lete y desde la otra orilla llamó uno a uno a sus soldados por sus respectivos nombres, y estos asombrados de que su general les recordara cruzaron, uno a uno, el rio.

Juan Carlos Mas gracias por cruzar el Lete y destruir el mito. Termino mis palabras con la certeza de que tu contribución ayudará a que muchos soldados destruyan el mito del olvido.

Muchas Gracias

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